Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín
En la reciente reunión del Consejo de Estado1, el primer ministro Putin dijo que él estaba contra la «ucranización» de la vida política de Rusia. Quiero pensar que con ucranización, el primer ministro no se refería a la institución democrática en general, sino exclusivamente a la amenaza concreta de disgregación de Ucrania como resultado de su excesiva afición por los principios democráticos. Pues como sabemos fue Putin el que salvó Rusia de la desintegración, y sabe que medicinas son útiles y cuales contraproducentes. Lo útil es apretar las tuercas al máximo, mientras que la confrontación abierta de los pretendientes a gobernar es perjudicial.
Partiendo de la base de que los «blanquiazules» reinan en el sur y este de Ucrania y los «naranjas» en el centro y oeste, los profetas de malos augurios del Kremlin prorrumpen durante las elecciones ucranianas de turno, con sus pronósticos sobre la próxima descomposición de Ucrania, la cual, en palabras de Putin, no es siquiera un estado, sino que está formada de retazos distintos cosidos durante los tres últimos siglos y medio. Ciertamente, a los ojos de los electores ucranianos de a pie, la confrontación de los políticos en las elecciones, no es tanto política, como histórico-cultural y territorial. Los políticos ucranianos tampoco han ido mucho más allá. Su apuesta por las diferencias histórico-culturales en la lucha política, es la demostración más clara de la pobreza de su pensamiento táctico. De no ser así haría tiempo que hubiesen surgido figuras, que no despertasen el rechazo psicológico ni en la parte occidental, ni en la oriental. Esas figuras están empezando a aparecer. Por ejemplo, el propio Tiguipko que ocupó el tercer lugar en la primera vuelta, cuyos resultados no tuvieron una dispersión territorial tan alarmante como los de Yanukovich y Timoshenko.
Hace cinco años también pronosticaron la desmembración y disolución de Ucrania como consecuencia de unas elecciones libres. Pero nada de eso pasó. Las tendencias centrípetas se impusieron a las centrífugas. Yanukovich tiene de político «prorruso», lo que Timoshenko de emperador chino. Lo máximo que puede aspirar a lograr desde el cargo de presidente, es a derogar algunas de las salidas de Yushenko, como los intentos de suprimir el idioma ruso o de conceder la medalla de Héroe de Ucrania a S.Bandera. Por lo demás se guiará por los intereses de los oligarcas de las regiones mineras y metalúrgicas del este de Ucrania. Más vale tener tu camisa pegada al cuerpo, especialmente en una situación, cuando esa camisa es la última y el vecino oligarca del este te la quiere arrancar. Por eso la cuestión del ingreso de Ucrania en la Unión Europea y la OTAN seguirá abierta como hasta ahora. La lucha real en las presidenciales ucranianas no se centra en la amistad o enemistad con Rusia, sino en el reparto del poder. Solo a los «idealistas» del Kremlin, esos motivos les pueden parecer anormales y poco patrióticos, cuando en realidad no dejan de ser la norma.
Los resultados de la segunda vuelta nos vuelven a demostrar que la insistencia es la madre de la ciencia. Resultaron muy similares a los que se dieron en la segunda vuelta del 21 de noviembre de 2004, que recordemos fueron anulados por el Tribunal Supremo, por estar adulterados. Entonces Yanukovich ocupó el primer lugar con el 49’5% de los votos, mientras que Yushenko recibió el 46’6%. Después de lo cual el tribunal decidió que habría una tercera vuelta, en la que Yushenko venció por escaso margen. En el momento que estoy escribiendo estas líneas2, con el 93% escrutado, también está al frente Yanukovich con el 48’4% por el 45’95% de Timoshenko. Es la misma movediza diferencia que hace 5 años. Por tanto fundamentos para organizar otro «Maidan»3, los «naranjas» tienen no menos que entonces. Veremos. ¿De verdad vale la pena volver a salir con velitas?
La encarnizada lucha pública por el sillón presidencial poco se corresponde con el triste estatus constitucional del presidente de Ucrania. El Jefe de Estado está muy limitado por la Constitución. No puede por iniciativa propia disolver el gobierno, ya que el Gabinete de Ministros rinde cuentas solo ante la Rada (parlamento), pero no ante el Presidente. Tampoco puede proponer a un nuevo primer ministro, que es prerrogativa de la coalición de gobierno de turno. Disolver el parlamento solo podría hacerlo en el caso de que este sea incapaz de formar una coalición de gobierno. Tampoco podría modificar esta situación convocando a referéndum para modificar la Constitución, sin contar con el respaldo de dos tercios de la Rada.
¿Para qué entonces tanta pelea? En gran medida, claro está, por el prestigio. Timoshenko, se las ha apañado bien para conservar ese prestigio. Para la primera ministra de un país, afectado por la más grave de las crisis económicas, que se encuentra al borde de la quiebra, lograr algo menos de la mitad de los votos, es más que satisfactorio. Por tanto, no se puede sentir obligada a dimitir voluntariamente. Yanukovich, para poder apartar a Timoshenko del sillón de primera ministra, deberá conformar una nueva coalición gubernamental, algo que ya han anunciado sus representantes. Para ello, el Partido de las Regiones deberá atraer a los diputados del Bloque de Litvin, al Partido Comunista y a la «yushenkista» «Nuestra Ucrania-Autodefensa Popular». El actual presidente de la Rada, Litvin, es un conocido veleta, pero juntar en un mismo frasco al PCU con UN-AP, es algo que cuesta imaginarse. Por ese motivo, la única táctica lógica del nuevo presidente (si es que quiere tener poder real y para empezar cuando menos sustituir a la primera ministra) solo puede ser el reparto completo del arco parlamentario, imposible sin fomentar el caos en la Rada y la consecuente convocatoria de nuevas elecciones.
En este sentido muchos episodios de la vida política ucraniana me recuerdan las líneas de la «Historia de Florencia» de Maquiavelo. «Los estados, especialmente los que están mal conformados, que se rigen como repúblicas, cambian a menudo de gobierno y de forma de gobierno, lo que los lleva no de estado libre a uno esclavo, como suelen presuponer, sino de la esclavitud a la arbitrariedad desordenada. Tanto los artesanos y comerciantes, que aspiran a la libertad, como los nobles, que ansían el sometimiento de los otros, no hacen sino enaltecer el nombre de la libertad: y tanto los unos como los otros no quieren someterse a la ley ni a otras gentes». Estas palabras del gran sabio politólogo de la época del Renacimiento hacen referencia a la mitad del s.XIII, cuando la «ucranización» de Italia estaba en su punto más álgido. Maquiavelo entonces, igual que Putin hoy, estimaba, que las perspectivas de estados así dependen de la aparición, por las veleidades de la suerte, de un «ciudadano poderoso» que dote al estado de leyes, capaces bien de satisfacer las aspiraciones de los nobles y populacho, bien de contener a este. Y «ciudadanos poderosos» como ese a lo largo de los últimos ocho siglos no han faltado, más bien, han sobrado.
La corta historia del «espacio postsoviético» da fe de que seguimos en la Italia del siglo XIII. La aparición en sus vastas extensiones de «ciudadanos poderosos», muchos analistas y políticos lo explican como una «particularidad del gusto nacional». Ucrania es en este sentido una de las pocas excepciones. Seguramente influya la «Volnitsa»4 de los cosacos a la que se refería Gogol.
El futuro inmediato dirá, hasta qué punto la «ucranización» de Ucrania le es provechosa o perjudicial. Solo queda añadir, que en las condiciones de «ucranización» se dan buenas posibilidades para que las fuerzas políticas populares recuperen su influencia. Solo hay que saber aprovechar esas posibilidades.
Notas de la Traducción.
- Órgano consultivo dependiente de la presidencia; no es un órgano de gobierno.
- Con el 100% escrutado: 48’95 para Yanukovich, 45’47% para Timoshenko.
- En ucraniano Maidan Nezalezhnosti significa Plaza de la Independencia. Plaza central de Kiev, que se convirtió en símbolo de la «revolución naranja».
- Grupos de personas de diferentes capas sociales, preferentemente siervos huidos que querían su libertad.