Confusión. Ése es el factor dominante en la América Latina ahora en ciernes, tras la etapa de convergencia liderada por Hugo Chávez, reemplazada por un inestable juego de fuerzas centrífugas sin control. Hay confusión en las clases dirigentes, en las élites gobernantes, en las otrora llamadas vanguardias y, sobre todo, en la masa explotada y […]
Confusión. Ése es el factor dominante en la América Latina ahora en ciernes, tras la etapa de convergencia liderada por Hugo Chávez, reemplazada por un inestable juego de fuerzas centrífugas sin control.
Hay confusión en las clases dirigentes, en las élites gobernantes, en las otrora llamadas vanguardias y, sobre todo, en la masa explotada y oprimida desde el Río Bravo a la Patagonia. Confusión ideológica, ausencia o vertiginosa disolución de puntos de referencia históricos, de liderazgos reconocidos, de conceptos elementales para la vida social.
Aunque de manera relativa, desigual, esta descripción es válida incluso para los países del Alba. Hay objetivos, planes y conceptos sólidos en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia. Por ejemplo, en la Revolución Bolivariana y los cuadros principales del Psuv. Pero la confusión hace mella en franjas dirigentes y sectores significativos de la sociedad, que en buena lógica deberían estar abroquelados en torno al gobierno empeñado en la transición al socialismo.
Esto redunda en otro rasgo contradictorio y paradojal: la debilidad de los fuertes. Una clase poderosa y con enorme acervo histórico como el proletariado argentino se muestra paralizada y lábil, a merced de gobiernos demagógicos y aparatos mafiosos que controlan la mayoría de sus organizaciones sindicales, tradicionalmente poderosas y hoy prácticamente vaciadas. A su vez, el gran capital dominante en Argentina -local e internacional- se revela endeble, vacilante, incapaz de acometer el rumbo de franca contrarrevolución social que proclama y necesita pero no logra emprender.
Brasil es el caso sobresaliente: las propias élites conservadoras, al gobierno de la economía más poderosa de la región, esperaron el 24 de enero con impotente perplejidad: según la decisión de tres jueces que debían declarar a Lula culpable o inocente, y en función de la proporción en que se expidieran, comprobar que el ex presidente quedara inhabilitado para impedirle volver al poder. Tras el dictamen, siguen sin certezas para el futuro inmediato. El PT, no hace tanto el partido más poderoso e ideológicamente definido de Occidente, se mostró incapaz de movilizarse por millones para salvar a su candidato presidencial y esperó el fallo de tres individuos inmersos en la corrupción política y judicial para definir cómo reaccionar. Esta edición deja a las claras la situación insostenible de México, Colombia, Perú, Chile y Paraguay.
De esto deviene otro factor predominante: inmovilidad, pese a movimientos por momentos convulsivos. Como un colibrí, que agita sus alas a velocidad invisible para mantenerse fijo en un punto, clases y sectores sociales aliados o contrapuestos permanecen paralizados, incapaces de afirmar un proyecto y enrumbarse tras él. Aquí sí cabe hacer una excepción para los miembros del Alba, quienes tienen sin duda estrategia, plan de acción y respaldo social. No obstante, muestran debilidades -ideológicas, programáticas, organizativas- que por momentos los hacen trastabillar.
Dicho de otro modo: Revolución y contrarrevolución, burguesías y proletariados, parecieran haber ingresado en un paréntesis de la historia; una fase de expectación y duda que carga de electricidad la atmósfera política regional.
La causa
Este cuadro deriva de una dualidad de la realidad mundial, potencialmente devastadora: crisis sistémica en magnitudes jamás sufridas por el sistema e inexistencia de un programa de acción anticapitalista capaz de encarnar en las masas.
Parte de la imposibilidad para dar esa respuesta reside en la ensoñación de resolver la crisis mundial con medidas reformistas apoyadas en el quimérico «capital nacional», o en respaldar desde posiciones revolucionarias a quienes esgrimen tales nociones. A su vez esto deriva de la licuefacción ideológica que siguió al derrumbe de la Unión Soviética y dio sobrevida artificial a diferentes formas de la llamada «tercera posición».
Historia y buena teoría indican que situaciones incomparablemente menos graves plantearon de manera excluyente la alternativa «socialismo o barbarie». Escalada de gastos militares y multiplicación de guerras con alta probabilidad de derivación en confrontación nuclear indican de qué se trata la barbarie en nuestro tiempo.
Aunque con diferentes formas y ritmos en toda América Latina se muestran fuerzas apuntadas hacia la afirmación de formas clásicas del fascismo. Es la única estrategia consistente de Washington.
A su vez, es esta región la que continúa atesorando la posibilidad de enfrentar y vencer la deriva con que el capital amenaza a la vida humana. El punto de partida está en el bloque del Alba y la posibilidad de abroquelar millones de víctimas de todo el hemisferio.
Es la hora obligada para que el concepto «vanguardia revolucionaria» recupere toda su significación y lo proyecte al mundo. Bajo la superficie hay yacimientos inconmensurables de rebeldía y coraje para hacerlo realidad.
Publicado en la edición de Febrero de América XXI
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