Traducido por Carlos Martinez para Rebelión
La Constitución europea supone un paso mas de las clases dominantes en la construcción de la Europa del capital. Una Europa mas preocupada por competir con los otros gigantes mudiales (EE.UU y Japón) en la carrera irracional para acaparar nuevos mercados que no para lograr un nivel alto de bienestar de sus ciudadano y para el conjunto de la población mundial.
Esto se ve reflejado en diversos aspectos. La tendencia privatizadora de los servicios sociales fomenta sociedades elitistas y discriminatorias, y beneficia los intereses del capital privado. Estos hechos suponen un importante recorte de los derechos sociales y laborales de los ciudadanos europeos. Se refuerzan las medidas restrictivas y represivas contra la población trabajadora inmigrante, condenada a ser la fuerza de trabajo barata y sin derechos.
Se potencia el papel militarista de Europa y el control social sobre las voces discordantes con este proceso. La creación del Euroejército, la Europol y la Eurojusticia ejemplifican este hecho. Igualmente, se potencia políticas exteriores mas agresivas, destinadas a adquirir autonomía respecto a los EE.UU en el momento de conquistar nuevos mercados, a través de la guerra imperialista mundial.
Al mismo tiempo, con su obsesión por la productividad, la Europa del capital potencia un modelo de crecimiento insostenible ecológicamente. Nos enfrentamos, pues, con una incompatibilidad total entre los criterios consumistas que se fomentan y el equilibrio ecológico del planeta, ya por si débil.
Y, finalmente, la Constitución Europea defiende una Europa de los estados dónde el pueblo catalán no es reconocido. Una Europa dónde se marginan y se olvidan grande parte de las naciones y las culturas que conforman su realidad. De este modo, la Constitución europea no es sino un blindaje del «status quo» actual y un paso atrás de cara a lograr una democracia participativa, dado que supone un alejamiento de los centros de decisión y una reducción de la capacidad de influencia de los ciudadanos. Por todo esto es importante decir ‘no’ a la Constitución europea. No a una Europa que no reconoce nuestro pueblo, nuestra lengua, nuestra cultura, nuestros derechos como ciudadanos y como trabajadores, y que fomenta una sociedad desigual y opresora. No a nuestra negación como pueblo y como individuos.