Traducido para Rebelión por Aldo de Vos
Los resultados de las elecciones portuguesas favorecieron al Partido Socialista (PS) atribuyéndole una amplia y absoluta mayoría. Sería una ingenuidad esperar que el cambio de rumbo prometido por ellos se concrete. Se puede, desde ya, afirmar que el futuro gobierno de Sócrates dará continuidad a la política de derecha de los gobiernos anteriores. Y eso, anticipadamente, era esperado.
Para evaluar la complejidad de la crisis portuguesa es válido recordar que en la actual coyuntura europea la realización de cualquier elección legislativa, independiente de diferencias importantes en el desarrollo económico y cultural de los pueblos, no apaga una evidencia no asimilada por la gran mayoría de los electores.
La afirmación de que en la Unión Europea (UE) hay un déficit de democracia, embauca y oculta una realidad que preocupa.
El panorama no es uniforme, pero eso no impide el funcionamiento del engranaje del sistema. En los 15 países de Europa que se asumen como occidentales (contrariando la geografía) es identificable un denominador común. En todos impera un régimen que en la práctica es una dictadura de la burguesía con fachada democrática. En los países ex socialistas ahora integrados a la UE, la faceta más sobresaliente es su relación de sumisión a Washington y la tendencia al autoritarismo de carisma fascista.
Soy conciente de que la caracterización que hago de los tipos de gobiernos existentes en los 15 choca inclusive a muchos compañeros de lucha. Pero creo que no exagero al utilizar la expresión dictaduras de la burguesía. Lo que define un sistema de gobierno hoy en Europa, es, en primer lugar, su actitud frente al capitalismo.
En Portugal, los partidos que han estado en el gobierno en las últimas décadas practicaron políticas neoliberales, en íntima relación con el capital financiero y las transnacionales. Es, entretanto, simplista la conclusión de que son iguales. Se diferencian por el núcleo de las bases sociales, por la postura adoptada en la defensa del capitalismo y, naturalmente, por el discurso que sirve para su manipulación táctica.
El PS insiste en presentarse como socialista, pero incluso algunos que se dicen de «izquierda» no critican el capitalismo. Se proponen contribuir a su «humanización», lo que es una imposibilidad absoluta por la propia esencia deshumanizante de su lógica y funcionamiento. Como el alemán Berstein, en el inicio del siglo pasado, proclaman que, a través de las reformas graduales, la injusticia social tenderá a desaparecer, eliminando desigualdades que desafían la condición humana. El discurso es fariséico; los dirigentes lo utilizan como instrumento electoral, pero tratan rápidamente de engavetar sus propios proyectos formalmente orientados a reformas tímidas. Con los dirigentes que tiene -y nada indica que cambien con los tiempos- presentar al PS como un partido de «izquierda» es una fuente de confusiones.
El PSD esconde cada vez menos su deseo de llevar adelante una política que profundice las diferencias sociales, un capitalismo aún más cruel, que aumente el foso entre los trabajadores y la clase dominante.
Admitir que en la Europa maastrichniana está abierta la puerta, en el ámbito de las instituciones impuestas por la burguesía, a los cambios estructurales rumbo a una democracia avanzada es -insisto- alimentar ilusiones. Sin que ocurran grandes convulsiones sociales, resultado de la lucha de los pueblos, los cambios cosméticos no evitarán el agravamiento de la crisis.
El sociólogo húngaro-británico István Mészáros alerta sobre una realidad olvidada por millones: En la práctica de la social-democracia europea (que engloba los partidos mal llamados socialistas) todas las reformas en debate presuponen «la necesaria exclusión de cualquier cambio estructural radical, por cualquier medio (represivo o no) que el orden constitucional imperante tenga a su disposición».
Es también Mészáros quien nos llama la atención sobre otra realidad: en décadas de permanencia en el poder, los partidos socialdemócratas escandinavos, tal cual como los de Francia, Alemania y Gran Bretaña, no consiguieron, ni pretendieron, introducir cambios estructurales en el orden económico capitalista. Todos, sin excepción, se comportan como dóciles administradores del sistema. Conviene, entretanto, recordar que el PS portugués se sitúa muy a la derecha de los partidos socialdemócratas de Suecia, Noruega y Dinamarca.
GRANDES LUCHAS EN EL HORIZONTE
La crisis global de la humanidad es un resultado de la crisis del capitalismo -una crisis dentro de la cual, por su carácter estructural, el imperialismo, sin soluciones, intenta atrasar la debacle del sistema, desencadenando guerras «preventivas» y saqueando los recursos del Tercer Mundo.
La Unión Europea es parte del sistema y en todos los países cumple con rigor su papel.
Es inocultable que el futuro de la humanidad depende de la actual crisis de civilización.
Sería por lo tanto natural que el debate de los grandes problemas del mundo contemporáneo mereciera una atención permanente en la campaña electoral portuguesa, porque la propia continuidad de la vida se encuentra directamente amenazada por una política imperial extremista que puede llevar inclusive a la extinción de la humanidad.
Por ahora eso no ocurrió. El PCP fue la excepción. Tanto el PS como el PSD evitaron deliberadamente profundizar la discusión sobre las grandes cuestiones ligadas a la integración en la Unión Europea, e ignoraron prácticamente temas como Palestina, Irak, y las tensiones creadas por EUA en América Latina, en Asia Central y en Asia Oriental.
Sócrates y Santana Lopes casi se limitaron a hacer la defensa entusiasta de la Constitución Europea.
La desinformación en Portugal alcanzó tales proporciones que la gran mayoría de los electores desconoce que la Europa de Maastricht es una construcción contra revolucionaria. Ninguna política progresista es posible en el cuadro de una constitución que, por primera vez en la historia, institucionaliza el capitalismo. Una política única, que es predeterminada por el orden constitucional. La tesis según la cual la Constitución, que será refrendada por los Parlamentos, puede ser mejorada mediante enmiendas adecuadas es engañosa.
Para las fuerzas progresistas del Continente, la opción correcta implica una lucha difícil para quebrar la coraza supranacional y trabar la marcha suicida hacia el estado federal imperial. Es difícil porque eso sólo será posible en el marco de un combate continental. Por ahora, en los 25, el nivel de solidaridad internacionalista de los trabajadores es, seamos realistas, muy bajo.
Hablar por ejemplo de la posibilidad, en la actual coyuntura, de un proyecto social europeo es sembrar ilusiones. Fuera de una planificación socialista del desarrollo, sin que en Europa se implante el socialismo en un gran país, no puede ni siquiera concretarse la reivindicación de un «salario mínimo continental» que no sea caramelo envenenado. Como subraya el filosofo marxista francés Georges Gastaud, «el IV Reich del capital esconde un puño de hierro en su guante de terciopelo».
Entonces, ¿cómo derribar la política económica impuesta por Bruselas y Frankfurt? Sería romántico admitir que un país pequeño y atrasado como Portugal está en condiciones de, aisladamente, desafiar la estructura pre-federal de la Unión Europea.
Las montañas de obstáculos que surgen en el horizonte no justifican, sin embargo, actitudes pesimistas que conducen en la práctica a renunciar al combate. Los objetivos inmediatos al alcance de los trabajadores pueden funcionar como plataforma para mayores ambiciones. Un ejemplo es la ascensión de las luchas contra «el pacto de estabilidad» ligado a la moneda única, auténtica policía de los salarios que destruye las conquistas sociales y reduce los gastos en todos los países bajo la tutela de Bruselas.
El partido Comunista Griego se moviliza cada vez más contra la dictadura de la Unión Europea. Salir de esta parece hoy una utopía. Pero casi todas las rupturas revolucionarias se cumplieron contra la lógica aparente de la historia desmintiendo previsiones.
La crisis de civilización es anunciadora de grandes luchas. El fin del capitalismo senil no tiene fecha en el calendario, sin embargo se presenta como una evidencia.
La Revolución Francesa de 1789 no comenzó con la toma de la Bastilla. Las semillas germinaron cuando el claro despotismo estaba en auge. La Revolución Rusa de Octubre no habría cambiado la vida si en la Rusia autocrática y atrasada, Lenin y sus compañeros no hubiesen, desde el final del siglo anterior, previsto su inevitabilidad y trabajado para concretar lo que parecía imposible.
La clase dominante francesa utiliza la palabra «catástrofe» para cualificar la situación que resultaría, en un cuadro caótico, de la salida de Francia de la Unión Europea. Pero -cito una vez más a Georges Gastaud- «la salida de Francia de la Unión Europea solo sería una catástrofe para la gran burguesía y sus homólogos y mentores europeos. Los trabajadores de los servicios públicos, los obreros deslocalizados, los beneficiarios de la seguridad social, los pequeños y medianos agricultores… respirarían aliviados. En Europa los trabajadores se sentirían estimulados».
El compromiso de un revolucionario, sobretodo de un comunista, no implica ser contemporáneo de las transformaciones sociales por las cuales vive y lucha. La victoria de sus ideales puede ser posterior a su muerte. O ser postergada durante muchas generaciones.
Lo inadmisible es el desaliento, la capitulación en una época como la nuestra de crisis civilizatoria en la que un sistema monstruoso, el capitalismo globalizado, configura una amenaza a la propia sobrevivencia de la humanidad.
Soy consciente de que en Portugal la aplastante mayoría de la población no está preparada para luchas que envuelven enfrentamientos con poderes de la Unión Europea cuyo proyecto e ideología ignora.
Nuestro pueblo no constituye una excepción. Lenin evocó en los años que precedieron la revolución de Febrero que la ideología de la clase dominante marca decisivamente el conjunto de cualquier sociedad.
Esa realidad es aún más transparente, transcurrido un siglo, en el área de la información instantánea, cuando los medios de comunicación son controlados hegemónicamente por el gran capital. En Portugal la farsa cruel de la dictadura de la gran burguesía, de fachada democrática, es agravada por el efecto desinformador y anestésico de un sistema mediático (de intermediarios mediocres, con raras excepciones) que trata de imponer modelos importados que glorifican el capitalismo salvaje y el individualismo más feroz, y exorcizan la idea de revolución social.
Reduciendo principios eternos de la condición humana a subalternos, invierten valores, contribuyendo al avance de la alienación. En un contexto diferente sueñan, como Salazar, con la despolitización de los trabajadores y el advenimiento de una masa amorfa de gente sumisa a la voluntad y al proyecto del gran capital.
La Revolución de Abril, cuyas grandes conquistas en el terreno de la economía fueron destruidas, dejó, felizmente, en el plan social una herencia que, aunque fuertemente golpeada, resiste con tenacidad a la ofensiva contra ella desencadenada.
Los hechos confirman, no obstante, que la capacidad demostrada por los trabajadores en la resistencia a su dominación no es acompañada por una comprensión extensiva de que «la democracia representativa» no pasa en Portugal de una mistificación. De ahí que alternadamente el PS y el PSD hayan, a través del voto, ejercido el gobierno para ejecutar siempre políticas incompatibles con las aspiraciones mínimas del pueblo y obviamente con los compromisos asumidos durante sus campañas.
El PS se presenta enmascarado de partido de izquierda, pero en todas sus direcciones se comporta como aliado del gran capital y del imperialismo. Le cabe la responsabilidad de haber contribuido decisivamente para atajar el avance de la Revolución de Abril y participó activamente en la conspiración que procedió el 25 de Noviembre. Bajo el liderazgo de Mario Soares, llamó al CDS para formar gobierno, inaugurando las alianzas con la derecha.
La elección de los candidatos a diputados del PS y del PSD parte sistemáticamente de la iniciativa de los respectivos aparatos partidarios; sin participación de las bases se representan a si propios y en muchos casos a intereses económicos.
El Bloque de Izquierda se esfuerza por exhibir la imagen de una izquierda innovadora y combativa. Consiguió 8 diputados, pero es un partido integrado en el sistema a pesar de la gritería que hace. Trae a la memoria los grupos que Lenin definía, por ideología y actuación, como «pequeños burgueses rabiosos». Fue muy beneficiado por el tratamiento cariñoso que le dispensó la comunicación social.
En cuanto al CDS, cartel de la reacción ultramontana, estuvo al borde de la extinción y sobrevive gracias al carisma de un populista agresivo que sabe atraer los votos de la derecha melancólica. El señorito Paulo Portas puede formar gabinetes fantasmagóricos y hasta anunciar programas de gobierno, pero es consiente de que su partido cumple sólo la función instrumental de muleta del PSD, cuando tal le es indispensable. Paulo Portas anunció su renuncia a la presidencia del CDS, pero tal decisión no afecta esa realidad.
La excepción en la caricatura de democracia existente es el Partido Comunista Portugués. Desempeñó un papel fundamental en la lucha contra el fascismo y en la partida y defensa de la Revolución de Abril. En el espacio de la Unión Europea forma hoy con el griego, el dúo de los grandes partidos comunistas que se asumen como marxistas-leninistas, no abdicando de una perspectiva revolucionaria de transformación de la sociedad.
El cuadro es oscuro y las elecciones de Febrero no anuncian cambios en la política que conduce al país a la crisis que enfrenta. La mayoría absoluta obtenida por el PS -el descalabro del paso de Santana por el ejecutivo tuvo un efecto psicológico en la votación- tiende, por el contrario a su agravamiento.
La demagogia de Sócrates no impedirá que los problemas se acumulen en cadena. En vez de los 150 mil empleos que prometió crear, asistiremos probablemente a un aumento del desempleo. En dos sectores neurálgicos -salud y educación- proseguirá la degradación. Lo poco que durante la campaña dijo sobre la necesidad de cambios en la Seguridad Social lleva a creer que hará todo para destruir conquistas históricas de los trabajadores. En el diálogo con Bruselas y Washington su actitud será de una sumisión humillante.
El cuadro poselectoral trae una evidencia: en el horizonte inmediato se esbozan los contornos de uno de los peores gobiernos de los últimos 30 años.
Esa perspectiva no justifica actitudes de pasividad.
Un factor importante que hay que tener en cuenta es la interligazón de las crisis. Por su carácter estructural, ya no cíclico, la que afecta al capitalismo -repito- se va a profundizar en los EEUU y en la Unión Europea. Portugal será duramente alcanzado.
La demagogia del gobierno de mayoría absoluta será incapaz de evitar la subida de la marea del descontento popular. La gran tarea de las fuerzas progresistas -y en primer lugar del PCP como partido revolucionario- será contribuir decisivamente para que las luchas sociales que se perfilan en un horizonte marcado por la lucha de clases sean orientadas no sólo hacia reivindicaciones sectoriales, sino, asumiendo un carácter permanente, vislumbren objetivos que hieran la lógica y el funcionamiento del sistema. Un ejemplo: el combate tenaz, sin cuartel, a las privatizaciones, específicamente la del agua y la recolección de basura, y campañas por la renacionalización de los servicios públicos.
El aumento de votación en la CDU y la elección de dos diputados comunistas más, confirman que las fuerzas más progresistas de la sociedad portuguesa -desmintiendo las previsiones de la derecha- mantiene intacta su confianza en el PCP, reforzándola. Esa votación vale por un estímulo a la intensificación de lucha. La presencia en la Asamblea de la República de una fuerza comunista batalladora, distanciada del sistema, podrá en ese contexto asumir una gran importancia si el complemento de las iniciativas parlamentarias emprendidas en el cuadro institucional van dentro de una estrategia ambiciosa de denuncia firme del engranaje de la dictadura burguesa enmascarada de democracia. Por si sólo, aisladamente, los proyectos comunistas sometidos al plenario no podrán, por más justos y oportunos que sean, impedir el desarrollo de la política de derecha del próximo gobierno. La función del parlamento a lo largo de las últimas Legislaturas confirma esa evidencia. Cumplió su papel instrumental al conseguir en lo fundamental sabotear o neutralizar las iniciativas progresistas que aparentan ser incompatibles con la ideología de clase dominante o, para ser más explicitos, con los intereses del gran capital y las exigencias del imperialismo.
Solo el pueblo portugués, como sujeto de la historia, podrá crear, por los caminos de lucha, las condiciones indispensables a una alteración de fondo de la relación de fuerzas, haciendo inviable proseguir con la estrategia vasalla de fuerzas y partidos que empujan al país al abismo.
No concibo esa lucha en la línea de continuidad de otras trabadas en los últimos años por los trabajadores. Esta, para remover los cimientos del sistema de opresión, tendrá que asumir un carácter diferente. No revolucionario -lo que sería imposible en Portugal en este inicio del siglo XXI- pero tampoco meramente reivindicativo y reformista.
Para responder al desafío de la historia -en el cuadro de un combate cada vez más global e internacionalizado-, la lucha de nuestro pueblo tendrá que insertarse en una estrategia que rehúse frontalmente, por la palabra y por la acción, el proyecto de sociedad que llevó al país al borde del abismo.
La tarea es ciclópea, no tengo demasiadas ilusiones, porque millones de portugueses no se dieron cuenta aún que el capitalismo está condenado y asumió en su baluarte principal, los EEUU, una dinámica exterminadora.
Sin embargo, precisamente porque la irracionalidad del sistema de opresión amenaza ya la humanidad como un todo, la lucha contra ese sistema no vislumbra ya solo cambiar la vida. Es para salvar la vida que urge combatir por el fin de la exploración del hombre.
Artículo original: Reflexão sobre as eleições portuguesas