La actual visita del Secretario de Estado de los Estados Unidos por algunos países de América Latina es digna de una especial atención y de un detenido análisis, no solo por los objetivos e intereses que esta visita busca concretar, sino también por el contexto actual en el cual se encuentra la región latinoamericana a […]
La actual visita del Secretario de Estado de los Estados Unidos por algunos países de América Latina es digna de una especial atención y de un detenido análisis, no solo por los objetivos e intereses que esta visita busca concretar, sino también por el contexto actual en el cual se encuentra la región latinoamericana a nivel político, económico y social.
La visita de Tillerson, la cual comenzó en México y que se extiende por Argentina Perú y Colombia, fue precedida de un discurso en la Universidad de Texas, en el cual resalta lo que podría entenderse como la política exterior de la administración de Trump hacia América Latina. A saber, un retorno a la sempiterna y conservadora doctrina Monroe, o lo que es lo mismo, una vuelta a la postura paternalista y colonialista que ha caracterizado por casi dos siglos la política exterior estadounidense hacia América Latina.
Dicha postura fue evocada por Tillerson cuando en un sintomático acto de posesividad, advirtió sobre la amenaza que representa para «nuestros valores democráticos» la presencia comercial de China y de Rusia en la región, afirmando Latin America does not need new imperial powers that seek only to benefit their own people. China’s state-led model of development is reminiscent of the past. It doesn’t have to be this hemisphere’s future (…) Russia’s growing presence in the region is alarming as well, as it continues to sell arms and military equipment to unfriendly regimes who do not share or respect democratic values.
Tal postura fue además confirmada en la sesión de preguntas y respuesta en donde el Secretario de Estado afirmó explícitamente I think it’s as relevant today as it was the day it was written, refiriéndose a la Doctrina Monroe.
Lo primero que llama la atención de las cínicas declaraciones del Secretario de Estado es que su mención a la Doctrina Monroe se realiza en defensa de una hipotética comunidad de valores existentes entre los países de nuestro hemisferio, la cual se resumiría en la tríada seguridad, libertad y prosperidad. Estos principios liberales serían vehiculados a través de la institucionalidad de la libertad democrática y de la ya globalizada libertad de mercado, cuyo custodio y defensor universal serían los propios Estados Unidos. Por otro lado, en la otra orilla moral se encontrarían países como China y Rusia, cuyas visiones, por el contrario, serían «imperialistas», «proteccionistas» y «no democráticas».
La hipocresía del discurso maniqueo de Tillerson contrasta con las propias acciones que el gobierno de EEUU ha empleado actualmente en contra de los países de América Latina en materia de migración, de seguridad y de comercio intraregional.
¿Será necesario recordarle al jefe de la diplomacia estadunidense la infame política migratoria que ha impulsado la administración Trump, la cual incluye la construcción y el financiamiento de un muro en la frontera con México, la supresión de los permisos de residencia a los inmigrantes de origen latino, las expulsiones de menores centroamericanos, la contratación de 10.000 agentes policiales antimigratorios y la presión financiera en contra de las llamadas «ciudades santuarios»? ¿Habrá que volver sobre la amenaza lanzada por Trump en agosto de 2017 de una «posible solución militar» a la crisis venezolana, la cual no solo tendría consecuencias nefastas para ese país, sino también para toda la región suramericana? A propósito de la venta de armas de Rusia a países de América Latina, ¿Será necesario recordar el lucrativo y creciente negocio de provisión de armas, de equipos militares y de entrenamiento militar que EEUU ha desplegado en la región centroamericana, en Colombia y en México, bajo el pretexto de llevar a cabo una supuesta lucha contra el narcotráfico? En fin ¿acaso habrá que recordar que la doctrina Monroe tuvo como correlato las múltiples y continuas intervenciones militares de los EEUU en México, Centroamérica y el Caribe a partir de la segunda mitad del siglo XIX y a través de toda Suramérica durante el siglo XX?
La retórica moralista del jefe de la diplomacia estadounidense contrasta grotescamente con las acciones que su propia administración ha llevado a cabo en contra de la población hispana residente en los Estados Unidos y en contra de gobiernos de la región como el de México, Venezuela, El Salvador y Cuba. No obstante y más allá de lo obsoleto e inadecuado que parezca la narrativa restauradora de la doctrina Monroe,, lo que parece aun más alarmante es la evidente incapacidad de los gobiernos latinoamericanos de poder consolidar un espacio de diálogo y de entendimiento común capaz de brindar respuestas conjuntas a los múltiples desafíos que enfrenta la región. Pues a pesar de la existencia de diversos foros y mecanismos de integración regionales y subregionales, la mayoría de estos han sido incapaces de responder de manera sólida y continua a las prioridades políticas, económicas y sociales de América Latina.
En el año 2017, la impotencia de la Organización de Estados Americanos (OEA) para conseguir una salida a la crisis política venezolana, así como su indiferencia frente a la crisis política brasileña, fue una fiel muestra del impasse institucional y de la falta de credibilidad que atraviesa este mecanismo de integración hemisférica. Por su parte, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), siendo el espacio natural para responder a los múltiples desafíos políticos regionales sin la agobiante intervención de los EEUU, tampoco se encuentra en condiciones de responder a las urgencias de América Latina, desde que un grupo de países (el Grupo de Lima, integrado por una docena de países latinoamericanos más Estados Unidos y Canadá) zanjó las tensiones existentes entre los países miembros del foro, a través de la instrumentalización ideológica de la crisis política venezolana. Por su lado, la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), la cual se encuentra desde hace un año sin dirección ejecutiva, también se muestra dramáticamente inoperante para dar respuesta a los múltiples desafíos que afectan la región suramericana, debido por un lado a la desconfianza recíproca existente entre sus miembros, y por otro lado a la ausencia de mecanismos flexibles de toma de decisiones que le permita trascender institucionalmente las diferencias internas..
Finalmente, ningún mecanismo de integración económica subregional, desde el SICA hasta el Mercosur han logrado consolidar la integración económica-comercial de sus miembros. En algunos casos ni siquiera se ha logrado conformar una unión aduanera entre los países participantes y la dinámica comercial ha contribuido muy parcialmente a incrementar el flujo de intercambio intrarregional, siendo que actualmente la mayor parte del comercio de America Latina se realiza extrazona
Frente a este panorama de lamentable frustración en materia de integración, los EEUU muy oportunistamente aprovechan la ocasión para profundizar aún más la fractura regional, a través de la atomización ideológica y de la penetración agresiva y unilateral de mercados. En este contexto, la VIII Cumbre de las Américas que tendrá lugar en Lima, el próximo 13 y 14 de abril, no tendrá otro objetivo que el de avanzar hacia la consolidación de una agenda hemisférica en la que la preeminencia diplomática y comercial de los EEUU – bajo las premisas del «America first» de la administración Trump- termine por imponerse como única e ineluctable alternativa vis-à-vis de la inoperancia de los diversos mecanismos de integración regional de América Latina. Tal escenario no solo representaría un franco y trágico retroceso en el proceso de integración latinoamericano, sino también un signo de debilidad y de subordinación política en un contexto de reconfiguración global de las principales potencias mundiales y de sus zonas geográficas de influencia.
El mejor escenario para América Latina frente a esta realidad emergente, sería el de una participación con voz y representación propia ante los principales foros y organismos de gobernanza mundial. Para ello es necesaria la construcción de un consenso a partir de un mínimo denominador común que permita trascender las diferencias internas que hoy horadan la cohesión regional. Ante esta trágica realidad sería preciso interrogarse ¿Será la rehabilitación de la doctrina Monroe por parte de la política exterior de los EEUU, una ocasión propicia para suscitar la creación de un frente común ante los peligros que esta política representa?
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