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Entrevista con Rose Dugdale, exvoluntaria del IRA

«Renuncié a una vida de lujo por la lucha armada antiimperialista en Irlanda»

Fuentes: Gara

Nació en una familia adinerada de la campiña inglesa y propietaria de Lloyds, la marca de seguros más famosa del mundo, pero dejó una vida de lujo para integrarse como voluntaria en el IRA. Vive en Dublín y sigue ligada al movimiento republicano irlandés. Y no se arrepiente de nada.

¿Por qué ha optado ahora por hablar de su vida? No es muy común entre quienes participaron en la estrategia militar del movimiento republicano.

No, porque hay muchas cosas que no se pueden contar y siempre se ha tratado de evitar el afán de protagonismo. Recibí una propuesta de la televisión en gaélico, TG4, para participar en una serie de programas sobre mujeres que han militado en el IRA y pensé que era una buena oportunidad, sin más.

¿Cómo describiría su infancia y juventud?

Feliz y privilegiada. Era una vida maravillosa y nunca faltó dinero. Entonces aprendí a usar un rifle. Cazábamos. Aprendí a moverme por el campo sin hacer ruido, arrastrándome como si fuera un soldado en la Primera Guerra Mundial. Íbamos de cacería con los amigos de mi padre que, como él, eran exoficiales del Ejército británico.

¿Se puede decir que fueron oficiales del Ejército británico los que te adiestraron en técnicas que años más tarde tendrías oportunidad de dar otro uso?

Sí, no es fácil acercarse a un venado sin que se asuste, y ellos me enseñaron a hacerlo. Estamos hablando de los años 50, de una época de posguerra en la que muchas familias inglesas pasaban penurias.

¿Era consciente de lo privilegiada que era?

La verdad es que no, vivíamos aislados de esa realidad.

¿Cómo fue su educación?

Estudié en Kengsington, en un colegio privado al que acudían las hijas de la aristocracia, y en 1959 fui a la Universidad de Oxford, donde estudié Filosofía, Economía y Política. Pero antes de ir a la Universidad viajé. Mi madre pensó que era una buena idea salir al extranjero antes de ingresar en la Universidad y pasé unos meses en Alemania, en la casa de la exsecretaria de Joseph Goebbels.

¿La hija de un oficial británico en casa de la que fue secretaria del ministro de Propaganda de la Alemania nazi?

Si, mi madre se movía en círculos intelectuales y tenía muchos contactos, y así acabé pasando unos meses en esa casa. No fue una época de lujo, Alemania era pobre y la casa en la que estuve no era una excepción.

¿Después volvió a sus estudios?

Pasé primero una temporada en París. Cuando volví a Inglaterra, era la época en que se celebraban las fiestas de `puesta de largo’ en las que las familias de las jóvenes adineradas de Londres organizaban actos para que sus hijas encontraran pretendientes `adecuados’. Para entonces, el concepto de mujer como mero objeto decorativo me resultaba ya insoportable y no tenía intención de buscar marido así.

¿Cuándo se dio cuenta que no encajaba en esa sociedad?

Fue progresivo, pero ya entonces no encajaba en el estereotipo femenino de esa sociedad. No podía soportar la idea de que las mujeres no eran iguales a los hombres y eso me llevo a Oxford, que comenzaba a admitir mujeres. Las mujeres eran vistas, y eso opinaba mi padre, como meras procreadoras. Mi madre, por contra, me inculcó que no tenía que admitir un trato inferior por ser mujer, aunque ello no impidió que obligara a mi hermano mayor a salir del país porque era homosexual y eso arruinaba la posibilidad de que mi hermana y yo encontráramos pretendientes `adecuados’. En Oxford tuve oportunidad de conocer a otros estudiantes que no pertenecían a clases adineradas, sino que estaban allí por sus aptitudes.

¿Y después de Oxford?

Me fui a Massachusetts, con una beca de dos años a hacer mi doctorado. Eran los 60 y EEUU estaba en guerra en Vietnam, el movimiento por los derechos civi- les estaba en pleno auge… pero no me enteré de nada porque la universidad era un guetto privado de las clases privilegiadas y no fui consciente del momento histórico que se estaba viviendo. Fue una experiencia odiosa, de un esnobismo desproporcionado, donde el dinero lo era todo.

De regreso a Inglaterra comencé a trabajar con Peter Ady, una académica a la que la ONU solicitaba informes sobre la situación socioeconómica de ciertos países del llamado Tercer Mundo, y pude ver lo injusto de los acuerdos sobre productos básicos para países como Ghana o Nigeria. Después ella pasó a trabajar como asesora del Gobierno laborista de la época y yo, como asistente, en el Ministerio de Desarrollo de Ultramar. En esa época comencé a tomar parte en cierto activismo político y social, movimientos estudiantiles, protestas contra la guerra de Vietnam y centros de ayuda social.

Ya estaba dando clases en la universidad y me di cuenta de que no era suficiente y de que tenía que involucrarme en cambiar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Abrimos en Totemham una pequeña oficina de información para familias que necesitaran ayuda para reclamar sus derechos a la Administración. Las protestas eran diarias y los arrestos, contínuos.

¿Todavía entonces se movía en círculos bastante exclusivos, tanto económicos como intelectuales y políticos?

Sí, haber trabajado para el Gobierno me permitió comenzar a dar clases de Economía en el departamento de Sociología de Bedford College, que es parte de la Universidad de Londres, donde me doctoré en Ciencias Económicas. En esa época comencé a impartir seminarios de economía marxista y clases de Economía para tratar de mostrar las consecuencias de ciertas políticas económicas.

¿Entonces ya había girado en términos de evolución política?

Seguramente. A principios de los 70 tuve la oportunidad de visitar Cuba. Fidel Castro invitó a visitar la isla a activistas de toda Europa que habían participado en las protestas contra la guerra de Vietnam para que intercambiaran ideas y trataran de crear un frente común, lo que no impidió que trabajáramos en el campo al mismo tiempo. Eso nos permitió ver la revolución cubana de primera mano.

¿Cuándo hizo la conexión entre las revoluciones y la lucha revolucionaria en Irlanda?

El darme cuenta de lo injusto del sistema me llevó a la conclusión de que la lucha armada era necesaria. Veía la presencia del Ejército británico en el norte de Irlanda como una ocupación colonial y si alguien tenía dudas, tras los sucesos del Domingo Sangriento en Derry quedó bastante claro que el imperialismo británico estaba tan presente en las denominadas Islas Británicas como lo estaba en África.

Tras escuchar a quienes sufrían la represión del Estado durante las protestas por los derechos civiles, los relatos de asaltos en marchas pacíficas por parte de unionistas con el apoyo de la Policía norirlandesa, me di cuenta de que la única forma de apoyarles era respaldando su movimiento, que se estaba levantando en armas.

Una cosa es tomar la decisión, a nivel intelectual, de apoyar la lucha armada, y otra muy diferente formar parte de ella.

Entonces residía en Londres, y me impliqué mucho en las luchas sociales de la época, como la huelga de los estibadores, durante la cual creamos una zona en la que no se permitía entrar a la Policía, como homenaje a lo que existía en Derry. La primera vez que fui llevada ante un juez por un cargo más consistente que resistencia a la autoridad fue por el robo de unos cuadros en casa de mis padres en Devon.

Si hasta ese momento la alta sociedad no le había declarado como un caso perdido, tras ese robo cualquier relación con determinados círculos desaparecería.

Mis padres eran un poco particulares, y aunque seguramente les costó mucho entender que hubiera hecho algo así, en ningún momento me mostraron su enfado. Mi padre me envió una carta en la que me decía que esperaba que al salir en libertad encontrara un trabajo y no tuviera que continuar con mi actividad. A su manera, en términos militares, se dirigía a mí de igual a igual y reconocía mi condición de luchadora dentro de un Ejército. Seguro que desde el punto de vista del círculo social en que se movían le supuso una gran vergüenza. Para hacernos una idea de las diferencias sociales, en el juicio yo solo fui condenada a dos años de prisión pero no tuve que pasar por la cárcel ya que, en palabras del juez, `la posibilidad de que miss Dugdale cometa otra ofensa es extremadamente remota», mientras que mi compañero sí ingresó en prisión.

No fue la última vez que fue llevada ante de un juez.

No, la siguiente fue por una acción contra un cuartel del Ejército Británico en Strabane, una acción en la que secuestramos un helicóptero para lanzar un ataque. La acción no salió bien, pero se logró el objetivo de mostrar al Ejército que no estaba seguro ni por aire. Me detuvieron por el robo de unas obras de arte y tras esa acción fui juzgada por ambas operaciones. La condena fue de nueve años, de los que, como mujer, cumplí solo dos terceras partes.

¿Cómo fue la experiencia en prisión? ¿Y la salida?

La cárcel fue dura, de hecho tuve a mi hijo en prisión esposada a la cama. Salí en 1980, al inicio de la huelga de hambre de aquel año, que acabó en un acuerdo incumplido por la Administración británica y que dio lugar a una segunda huelga encabezada por Bobby Sands. Fue una época intensa en el movimiento republicano.

¿Continuó formando parte del movimiento republicano?

Sí. Miembros de muy alto nivel no querían que siguiera, pero continué y continúo siendo parte de él. De hecho, en los 80 fui la encargada del departamento de Educación junto con James Monaghan.

¿Educación? Su visión política y económica en aquella época era mucho más radical que la del movimiento republicano.

Jim estaba en el comité ejecutivo y ocupaba un puesto importante dentro del movimiento y fue él quien me propuso. La lista de inconvenientes fue considerable, pero al final se impuso. Lo que hacíamos era traer a los seminarios que organizábamos gente del norte de Irlanda que estaba implicada en la lucha, de manera que manteníamos un contacto permanente con lo que estaba ocurriendo allí y en muchos casos sus ideas eran tan de izquierdas como las mías. Hubo más de un intento de expulsarme, pero mientras no atrajéramos demasiada atención y no nos metiéramos donde no debíamos, nos dejaban hacer.

¿Cómo fue la relación con las autoridades en la República?

La Policía secreta vigiló de manera constante mi casa hasta los 90, y cualquiera visita corría el riesgo de ser retenida e identificada. Pero eso no me impidió seguir con mi militancia y todos esos años continué con mi trabajo en todos los frentes del movimiento republicano.

¿Como parte del movimiento republicano durante los años de guerra, se percató de que algo estaba cambiando en los 90?

Tenías que ser muy estúpido para no darte cuenta. El IRA mantenía a sus voluntarios informados y era de sobra conocido que las cosas se estaban moviendo y hacia dónde. Yo estaba en el comité ejecutivo de Sinn Féin a finales de los 80 y principios de los 90, y la dirección de Sinn Féin y la del IRA siempre han estado muy conjuntadas.

No todos los militantes del movimiento han aceptado que llegó el momento de cambiar de estrategia.

El propósito de cualquier movimiento revolucionario es luchar hasta cambiar las condiciones en las que se desarrolla el debate político y eso es lo que pasó. Entiendo el razonamiento de los jóvenes que quieran tener la oportunidad de luchar como la tuvimos nosotros y quieran tomar parte en la lucha armada, entiendo que se sientan de alguna forma defraudados, pero hay que adaptarse a la realidad y seguir avanzando. La situación ha cambiado y ahora no se dan las condiciones para el mantenimiento de la lucha armada. La situación no es la ideal, pero no tengo claro que alguien hubiera podido lograr un acuerdo mejor, fue mucho mejor que cualquier otro anterior, alcanzado o posible, y es un acuerdo que permite avanzar. Sí se hará uso de ese potencial, es algo diferente; pero el acuerdo no es el `Sunningdale para alumnos retrasados’ como algunos lo quieren ver.

¿Tuvo alguna vez dudas del camino elegido? ¿Se planteó la posibilidad de una vida de lujo?

No, y hace mucho tiempo que dejó de ser una posibilidad, ya que el dinero que me dejaron mis padres, que no me discriminaron de ninguna manera a pesar de ser la oveja negra de la familia, desapareció hace muchos años. Antes de entrar en prisión ya había sido empleado.

Ahora que está en todas las instituciones de la isla, en algunas de ellas gobernando, ¿corre Sinn Féin el riesgo de convertirse en un partido más?

Está por ver. La transición de una organización de carácter revolucionario a una que hace política dentro de las instituciones, es un camino que está por hacer. Sería un desastre que se redujera a un mero éxito en términos electorales. Hay mucha gente muy válida activa durante los años del Domingo Sangriento o durante las huelgas de hambre de los 80 que todavía está en puestos de dirección en el movimiento, y nadie puede negar su valía y todo lo que tienen que aportar tras años de lucha. Ellos [los presos] lideraron la politización del movimiento desde los bloques H. La posibilidad de que se convierta en un partido asimilado está ahí. De momento ha conseguido un éxito electoral considerable y ahora queda por demostrar si puede mantener su posición política.

Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20120311/327704/es/Renuncie-una-vida-lujo-lucha-armada-antiimperialista-Irlanda