Nadie ha dado cifras sobre la gran manifestación de ayer en Roma. En efecto, fue grande, pero es inevitable compararla con aquella otra de marzo de 2002 en la que hubo 3 millones de personas, o con las movilizaciones francesas, que tienen en jaque al gobierno Sarkozy. El éxito de la manifestación no se debió, […]
Nadie ha dado cifras sobre la gran manifestación de ayer en Roma. En efecto, fue grande, pero es inevitable compararla con aquella otra de marzo de 2002 en la que hubo 3 millones de personas, o con las movilizaciones francesas, que tienen en jaque al gobierno Sarkozy. El éxito de la manifestación no se debió, pues, a una cuestión de cantidad, sino de calidad ya que, a diferencia de otras manifestaciones de carácter líquido o gaseoso como las del «pueblo violeta», ayer se palpaba la solidez de la protesta: el trabajo como bien común, el «no» al chantaje «o trabajo o derechos».
La plaza de San Juan de Letrán estaba repleta de cascos, camisetas y banderas rojas. Había parados, precarios, estudiantes, jubilados, inmigrantes, pacifistas, y muchos, muchos trabajadores del metal. De todas partes de Italia. Estaban los sicilianos de la fábrica FIAT de Termini Imerese, los trabajadores chantajeados de la fábrica de Pomigliano d’Arco, muchos trabajadores de las fábricas del norte.
El sector del Metal del sindicato CGIL consiguió arrancar de labios del secretario general el anuncio de que habrá huelga general a menos que el gobierno dé marcha atrás en la negociación del contrato colectivo. Lentamente se avanza hacia esa primera huelga general y la comparación con Francia es inevitable. Los franceses pelean, como decía Franco Berardi ayer en Il Manifesto, por primera vez en Europa, «contra el dogma central de la prolongación del tiempo de vida-trabajo, sancta sanctorum del conformismo económico de la era tardo-liberal», mientras que en Italia se pelea para defender el último reducto de derecho: el contrato colectivo. El sindicato CGIL ha quedado arrinconado y tienden a criminalizarlo, como toda oposición no homologada. Lo explicaba ayer Fabrizio Tomaselli, del sindicato de base USB: «La contradicción del sistema italiano es tener una oposición política poco menos que inexistente y un sindicato en buena parte orientado a «colaborar» con empresas y gobierno. En otros países, con un sistema económico igual, el papel de la oposición es mucho más concreto. Es posible también aquí un sindicato independiente, que cumpla con su tarea. La mayor parte, hoy en Italia, «colabora», se crea espacios de intermediación entre capital y trabajo. Los últimos meses demuestran que hace falta una oposición de verdad y un sindicato de verdad».
Ayer, por el escenario de San Juan de Letrán, pasó Nichi Vendola, aclamado líder de izquierda (su partido Sinistra, Ecología y Libertad es una escisión de la vieja Refundación Comunista) que no cuenta con un gran partido; el Partido Democrático participó sin enviar su adhesión (?); sí participó el archipiélago de partidos de izquierda (desde la Federación de partidos de Izquierda a Izquierda Critica al Partido Comunista de los Trabajadores); también participaron los movimientos: Emergency, Libera, el comité por el Agua pública o la Asociación Articolo 21 en defensa de la Libertad de expresión.
Muchos bienes comunes en peligro grave -educación, libertad de expresión, trabajo- y poca resistencia; un líder -Vendola- sin partido; un partido de oposición en el Parlamento -el PD-con problemas de liderazgo; una izquierda dividida sin representación parlamentaria y muchos movimientos. Con la que está cayendo, la casta política italiana no despierta. Pero muchos ciudadanos no esperan y resisten ya. Como en Francia.
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rCR