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El presidente francés contra el derecho a la huelga

Sarkozy se viste de Reagan

Fuentes: Il Manifesto

Traducido por Gorka Larrabeiti

Los sindicatos de profesores hablan de provocación, y se preparan para otra jornada de huelga el jueves próximo. Al término del noveno día de movilización en la enseñanza en los dos últimos meses, con una huelga que el jueves pasado paralizó los colegios y los liceos y sacó a la calle a más de 300.000 personas en todo el país, cunde la indignación contra las declaraciones de N. Sarkozy, que ponen en cuestión el derecho a la huelga. El presidente, en lugar de responder a los motivos de la huelga -cortes de 11.200 puestos de trabajo en la secundaria  y los institutos para el próximo año académico- anunció que «antes del verano» se promulgará una ley que impondrá  «el servicio mínimo de acogida» de los alumnos de la educación primaria en caso de huelga y obligará a los profesores a declarar con 48 horas de adelanto la adhesión a las huelgas. De no avisar y secundar la huelga, se les impondrán «sanciones disciplinares, como en los transportes», precisó después el ministro de Educación, Xavier Darcos. Como respuesta, los profesores anunciaron que el jueves próximo se unirán a  la huelga, ya programada, contra las recortes de las pensiones.

Para la oposición, Sarkozy, apurado según los sondeos, «politiza» el conflicto en curso en la escuela «para acontentar a la franja más conservadora del país, que lleva años pidiendo que a la función pública se le prive del derecho de huelga. Para el secretaro del PS, François Hollande, «Sarkozy quiere poner a prueba a los franceses de modo inútil y ofensivo; quiere dividir a los franceses».

La huelga del jueves fue muy respaldada. En las manifestaciones había profesores, pero también estudiantes de instituto y representantes de las asociaciones de padres. Lo que está en juego es el corte drástico de personal docente: de 22.900 puestos de trabajo de funcionario cuya eliminación se prevé para el año que viene, 11.200 afectan a la secundaria y a los institutos. En las manifestaciones, los eslóganes destacaban la preocupación por una «escuela en liquidación». La protesta, que dura desde hace meses, pretende el «mantenimiento de un servicio público de calidad». Pero el gobierno hace oídos sordos. Para Darcos, «unos miles de manifestantes más no van a cambiar las cosas». En otros términos, la reforma, o sea, los recortes, se harán. «Seré el primer ministro de Educación que no ceda ante las protestas», dice Darcos. El ministro añadió ayer que quería confeccionar listas de profesores, para crear «una agencia nacional de suplentes», a fin de permitir una mejor gestión de las clases en caso de huelga del profesorado.

Sarkozy toca la tecla populista. «En cuanto al derecho de huelga, se trata de una libertad fundamental y garantizada por la Constitución», dijo, para añadir acto seguido que defiende al mismo tiempo «el derecho al trabajo de las familias que no tienen medios para cuidar los niños en los días de huelga». La tarea de asegurar la suplencia recaerá en los ayuntamientos, afirmó Sarkozy. La oposición responde que la ley corre el peligro de ser «inaplicable y anticonstitucional». Según la Constitución, recuerda Hollande, «las instituciones locales pueden administrarse libremente». Para el alcalde de París, Bertrand Delanoë, que rehusó organizar «la acogida» el pasado jueves, la obligación pretendida por Sarkozy «es contraria a la libre administración que reconoce la Constitución a los ayuntamientos». Por otro lado, lo cierto es que las escuelas permanecen abiertas en caso de huelga y los alumnos son atendidos en las clases de los maestros que no se suman a la huelga, sin hacer dramas.

Pero la ofensiva de Sarkozy es, ante todo, ideológica. Quiere atizar la opinión pública, cuya hostilidad hacia él es cada vez mayor, contra el blanco de los profesores (y los empleados públicos). Que esta maniobra funcione no está claro: en Francia, la escuela ha sido desde siempre el elemento central de construcción de la ciudadanía. Y, por más que se le endosen hoy todos lo problemas de integración que la sociedad y la política no consiguen resolver, sigue siendo un pilar que los franceses tienen en gran consideración.