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Recordando la masacre del 32 en El Salvador

¿Se han superado las causas que la originaron?

Fuentes: Rebelión

Corría la tarde del lunes 25 de enero de 1932, las muy bien equipadas tropas del ejército salvadoreño habían barrido sangrientamente con los rebeldes y retomado los pueblos, de mayoría indígena que, 3 días antes habían decidido levantarse en armas para mejorar sus precarias condiciones de existencia y derrotar a aquellos que en las últimas […]

Corría la tarde del lunes 25 de enero de 1932, las muy bien equipadas tropas del ejército salvadoreño habían barrido sangrientamente con los rebeldes y retomado los pueblos, de mayoría indígena que, 3 días antes habían decidido levantarse en armas para mejorar sus precarias condiciones de existencia y derrotar a aquellos que en las últimas décadas habían pisoteado su cosmovisión desprestigiando su ancestral estilo de vida y despojándolos de la tierra, el patrimonio más grande que heredaron de sus abuelos. Desde las reformas de Zaldívar se habían convertido en seres invisibles e irrelevantes, su participación en el defectuoso sistema político había decrecido gradualmente desde finales del siglo XIX, la insurrección tenía un destacado componente ideológico del PCS (Partido Comunista Salvadoreño) que había aprovechado la coyuntura para ganarse el apoyo de líderes indígenas como Feliciano Ama pero estaba guiada por causas diversas, más que una revolución comunista como dirán los vencedores del conflicto, era una lucha heterogénea por la reivindicación popular que estaba abanderada por diferentes sectores.

Las siguientes semanas fueron tenebrosas, mientras los medios de comunicación cumplían la función de legitimar la violenta campaña de represión gubernamental, las fuerzas armadas tenían la encomienda de eliminar a cuantos opositores fuera posible, cabe destacar que no solo los que decidieron levantarse en armas eran considerados comunistas o enemigos al régimen, también lo había de todo tipo, niños, mujeres, ancianos y ancianas. Como podrán apreciar la mano dura y la torpeza de sus ejecutores es una constante invitada en nuestra historia, las bajas humanas de éste infortunado hecho se estiman en cantidades cercanas a 30,000 en un país en el que convivían no más de un millón y medio de habitantes, es decir, puede ser que el 2% de la población falleciera como resultado directo de las políticas de exterminio de Martínez que tanto añoran algunos compatriotas en la actualidad. Son pocas las investigaciones serias que se han hecho al respecto, la impunidad es otra invitada especial en la historia de nuestro pueblo.

Un factor fundamental en el brutal suceso es que El Salvador sufría los estragos de una tremenda crisis económica a nivel mundial que se agudizaba más debido al carácter mono exportador de la economía nacional y la estructura poco diversificada del aparato agrícola, que lo hacía depender estrechamente de los precios internacionales del café. La desigualdad social y el inequitativo acceso a la tierra se hicieron evidentes.

Los campesinos, en su amplia mayoría de descendencia indígena, que habían sido simples espectadores del festín que se dio la oligarquía cafetalera en la época de bonanza económica de los años 20 ahora debían pagar los platos rotos por la crisis nacional y mundial, muchos pequeños y medianos caficultores quebraron y los salarios de los trabajadores del campo disminuyeron de 50 a 20 centavos al día en un abrir y cerrar de ojos.

Desde el año 1927 al año 1931 los gobiernos de Pio Romero Bosque y Arturo Araujo buscaron conciliar entre las más radicalizadas que nunca clases sociales las reformas necesarias para afrontar el devastador futuro, pero era imposible, para la clase poseedora de los medios de producción era inconcebible el solo hecho de pensar que ellos debían ceder sus privilegios. Finalmente el tímido gobierno de Araujo fue derrocado y el general Maximiliano Hernández Martínez pudo acceder al poder, se cayeron todas las esperanzas de una salida pacífica y dialogada a la desesperanzadora situación que vivía el campesinado y se vedaron las libertades para organizarse que estos habían obtenido en los años anteriores, violencia contra violencia parecía ser el único final de ésta espiral de convulsiones sociales. Tristemente la oligarquía cafetalera y Martínez llegaron a la conclusión de que el exterminio era la única forma de callar a todas estas bocas que pedían tan egoístamente cosas que nunca merecieron. La tierra, la libertad y el sustento pertenecían a la oligarquía y sus secuaces, los trabajadores de la tierra tenían que estar contentos porque podían sobrevivir gracias a la bondad de sus patrones.

La masacre del 32 sigue estando presente cada vez que el partido tradicional de derecha levanta su campaña en Izalco, lugar donde se dice erróneamente que se venció al comunismo. Erróneamente porque en occidente se venció a una horda de campesinos que habían sido desprestigiados y sometidos al régimen. Lo que de verdad celebra el partido cada vez que inicia su campaña es el sometimiento de las clases oprimidas al orden social, el glorioso hecho de haber eliminado casi definitivamente el clamor popular que pide que se le invite a la repartición de los bienes, que pide una porción del pastel que ellos mismos han horneado. Cada vez que se celebra la «caída del comunismo» en el simbólico municipio se vuelve a pisotear a las víctimas del genocidio, hay quienes, espero que de forma involuntaria e ignorante, celebran el suicidio de nuestra identidad cultural.

Estudiar los hechos violentos ejercidos por parte del Estado anterior a la guerra civil desatada en 1980 no es simplemente «querer volver al pasado» como dirán algunos fanáticos de borrar y seguir adelante. Las naciones que no tienen memoria histórica se vuelven presas rápidamente de los mismos conflictos que los aquejaron en el pasado, sin lugar a duda las injusticias sociales que provocaron la insurrección campesina aún están presentes, El Salvador es uno de los países de Latinoamérica con mayor desigualdad en lo que acceso a tierra se refiere y los espacios para la participación política de las comunidades más pobres son ínfimas con respecto a la maquinaria propagandística y los numerosos espacios públicos que tiene el poder económico para mantener el estado actual de las cosas.

Las instituciones públicas deben ser usadas para corregir los problemas estructurales de la nación y no para salvaguardar los intereses de una pequeña élite económica, sea esta financiera, agrícola o importadora. Ahora, nuestros supuestos representantes populares, independientemente de su color partidario, se dedican a comerciar con los intereses de los más desprotegidos y al mismo tiempo defienden el status quo de la sociedad salvadoreña ante el imperio trasnacional. Hasta aquel partido que combatió para cambiar la realidad en la guerra civil ahora repite los desgastados e infértiles discursos del FMI y el Banco Mundial para el progreso y el combate de la pobreza.

Queda como una obligada conclusión que en El Salvador se deben hacer transformaciones radicales para evitar catástrofes mayores, para esto hay algunas cosas que se deben discutir inmediatamente: La implementación de una reforma agraria que privilegie a los pequeños productores y cooperativas agrícolas frente a los monopolios, duopolios y oligopolios que utilizan la tierra para intereses mezquinos y comercian con el hambre, un sistema tributario progresivo y no regresivo, el rescate de nuestra identidad cultural, el derecho a la libre asociación sindical en las empresas privadas, más asocios públicos comunitarios que asocios públicos privados, una educación pública de calidad que convierta al individuo en hombre libre y no en instrumento del poder económico, el empoderamiento de las comunidades sin voz dentro del sistema político y el combate a la tan injustificada cultura del patriarcado.

Ante un poco alentador futuro y con enemigos tan titánicos nos toca la quijotesca tarea de planificar un mejor mañana para avanzar en el camino hacia una sociedad más justa, humana y solidaria, como dijo alguna vez Mahatma Gandhi ya en su lecho de muerte: «Recordad que a lo largo de la historia, siempre ha habido tiranos y asesinos, y por un tiempo, han parecido invencibles. Pero siempre han acabado cayendo. Siempre.»

Bibliografia:

Cultura y ética de la violencia: El Salvador 1880-1932 / Patricia Alvarenga.

An Agrarian Republic: commercial agriculture and the politics of peasant communities in El Salvador, 1823-1914 / Aldo A. Lauria-Santiago.

Las Masas, la matanza y el martinato en El Salvador: ensayos sobre 1932 / Erik Ching, Carlos Gregorio López Bernal, Virginia Tilley.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.