La semana del 25 al 30 de noviembre del presente se realizó en Montevideo, Uruguay, el X Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (ALASRU), bajo el lema: «Ruralidades en América Latina: Convergencias, disputas y alternativas en el siglo XXI». El Comité Organizador estuvo presidido por Alberto Riella, acompañado en las vicepresidencias de Sergio […]
La semana del 25 al 30 de noviembre del presente se realizó en Montevideo, Uruguay, el X Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (ALASRU), bajo el lema: «Ruralidades en América Latina: Convergencias, disputas y alternativas en el siglo XXI». El Comité Organizador estuvo presidido por Alberto Riella, acompañado en las vicepresidencias de Sergio Schneider, Beatriz Cavalloti, Germán Quaranta y oficiando de secretaria tesorera Marta Chiappe.
El congreso debatió una diversidad de temas relativos a las transformaciones que ha experimentado el campo latinoamericano en las últimas décadas, a través de diez Conferencias Magistrales, treinta y una mesas redondas simultáneas y más de 40 paneles de 21 grupos de trabajo.
El X Congreso de ALASRU contó con poco más de mil inscritos, de los cuales casi la mitad provenían de Brasil, otras delegaciones significativas de Argentina, México y Uruguay. La conferencia inaugural titulada «50 años de la Sociología Rural en América Latina», estuvo a cargo de Diego Piñeiro (Uruguay) y Blanca Rubio (México).
El gran debate que atravesó todo el congreso es la profundidad de los cambios que la globalización neoliberal está produciendo en la vida rural y la economía agraria, tanto que la nueva realidad estaría exigiendo nuevos enfoques teóricos y temáticos de la sociología rural. Fenómeno englobado en la categoría «nueva ruralidad», en torno a la cual hubo mucha polémica respecto a sus alcances.
Para algunos, estamos ante un proceso de «desruralización»; para otros estamos ante lo que llaman «desagrarización». En ambos conceptos se describe la desaparición de la vida campesina como la conocíamos: a través de la creciente urbanización de lo rural; el desplazamiento poblacional no solo hacia las grandes ciudades, sino también las pequeñas y medianas; con la desaparición de la tradicional dicotomía urbano/rural; la «pérdida de centralidad de la actividad agraria en el medio rural»; el predominio creciente del agronegocio que absorbe las fincas de mediano tamaño e impone el monocultivo de exportación, para el caso sudamericano, la soya; la alta movilidad e informalización de la clase trabajadora agrícola, etc.
Es un proceso que constatamos en Panamá, aunque a unos ritmos más bajos y menores escalas, dado el «transitismo» imperante en nuestra formación económico-social, en nuestra tesis doctoral: «Historia agraria y luchas sociales en el campo panameño», la cual pudimos presentar en dos paneles distintos. De paso señalamos que la única investigación panameña presentada en el evento, y una de las muy escazas del istmo centroamericano.
Este proceso de desagrarización, expresa la continuidad y actualización de algo que fue analizado por Vladimir I. Lenin, hace más de cien años, en su conocido ensayo «El desarrollo del capitalismo en Rusia«, quien lo denominó con un concepto extraído del habla corriente de los campesinos rusos: «descampesinización».
«Dicho proceso representa la destrucción radical del viejo régimen patriarcal campesino y la formación de nuevos tipos de población… el viejo campesinado se derrumba por completo, deja de existir, desplazados por tipos de población rural totalmente nuevos, por tipos que constituyen la base de la sociedad donde dominan la economía mercantil y la producción capitalista. Esos tipos son la burguesía rural (en su mayoría pequeña) y el proletariado del campo…«. (El desarrollo del capitalismo en Rusia. Editorial Quimantu LTDA. Santiago de Chile, 1972. Págs. 158-160).
En pleno siglo XXI, en América Latina, y tal vez en todo el mundo, estaríamos asistiendo a la desaparición de la pequeña y mediana burguesía rural, absorbida por el agronegocio, dirigido desde el capital financiero, quien absorbe sus tierras para someterlas a un proceso cada vez más industrializado con miras a las exportaciones.
Como ejemplo de este proceso, un compañero argentino describió como los medianos chacareros de su país venden o alquilan sus tierras al agronegocio exportador de soja, y se convierten en rentistas, residentes en alguna ciudad.
Otro tema que nos llamó la atención y estuvo muy presente en el congreso fue cierta exaltación de varios panelistas y conferencistas de la «agricultura familiar» vinculándola a la llamada «agroecología». Si bien es cierto que hay que buscar alternativas frente a la catastrófica devastación ambiental que está produciendo el agronegocio en América Latina, nos parece una idealización creer que la agricultura familiar será capaz de alimentar la creciente escala que ha alcanzado la urbanización mundial.
Acá también vale recordar a Lenin: «El socialismo pequeñoburgués es el sueño del pequeño propietario de cómo acabar con la diferencia entre ricos y pobres… supone que se puede hacer a todos los hombres propietarios igualitarios, ni pobres ni ricos. Pero la verdad es que no se puede acabar con la miseria y la pobreza del modo que quiere hacerlo el pequeño propietario. No puede haber usufructo igualitario mientras exista en el mundo el poder del dinero, el poder del capital… Solo la organización de la gran economía social, planificada, con la transferencia a la clase obrera de la propiedad sobre todas las tierras, fábricas y medios de producción está en condiciones de poner fin a toda explotación» (Op. Cit. Pág. 7).
En otras palabras, más que oponer al poder del agronegocio la magra agricultura familiar, debemos confortarlo con la nacionalización de la tierra y control de la agroindustria por la clase obrera agrícola organizada. Ese programa sigue completamente vigente en el siglo XXI a nuestra manera de ver.
Sigue vigente con mayor razón por cuanto la Dra. Carmen Diana Deere, en la conferencia de clausura, constató el proceso de concentración de la tierra en pocas manos, con mayor intensidad que los años 50 y 60. Ella señaló que, pese oscurantismo que rige en las estadísticas oficiales, es posible entrever que el 1% de las Unidades de Producción Agropecuarias (UPAs) poseen el 75% de la tierra cultivable en Perú y el 70% en Chile y Paraguay. Y estima que para el conjunto de Latinoamérica el 1% de las UPAs posee el 50% de la tierra productiva.
Sergio Pereira Leite, por su parte, constató el proceso de extranjerización de la tierra a través del agronegocio controlado por el capital financiero transnacional. Como dato chistoso, el Dr. Pereira mencionó que los fondos de pensiones manejados por las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) extranjeras eran dueñas de un buen porcentaje de la tierra dedicada a la soja en Brasil y mencionó uno de origen norteamericano. A lo que la Dra. Deere, que trabaja en la Universidad de La Florida, ripostó con asombro que los fondos de su jubilación eran administrados por esa empresa y que no sabía que especulaban con tierras en Brasil.
En conclusión, el X Congreso de ALASRU nos nutrió de lo último del debate sobre el objeto de estudio de la sociología rural; nos convenció de esforzarnos en crear un grupo de trabajo en Panamá, pero que esté abierto a la participación de profesionales de otras ramas, como la economía, la agronomía, el ambientalismo, etc., que lleve la voz de la sociología panameña a tan importante evento académico cuyo próximo capítulo será en México dentro de tres años.
Pero el evento también nos confirmó una de las conclusiones a las que llegamos en nuestra tesis doctoral sobre la crisis del sector agropecuario panameño: «… en última instancia, los problemas que enfrentamos no son de tipo técnico, como pretenden algunos «desarrollistas», sino estructurales, es decir, sociales. Por ende, las soluciones no son de carácter tecnocrático, de medidas, sino políticas. La forma específica que adquiera ese proyecto político de transformaciones, sólo el tiempo y las circunstancias concretas lo dirán» (Historia agraria y luchas sociales en el campo panameño. Articsa. 2017. Panamá, 2017. Pág. 229).
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