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Sobre atentados, libertad de expresión y el poder de la palabra

Fuentes: Rebelión

Hoy somos todos especialistas. Hoy todos hablamos. Hoy todos sabemos qué significa «takfirí», todos sabemos qué ideología enarbola Charlie Hebdo (¿de izquierda?, ¿liberales?, ¿neoliberales?), todos estamos familiarizados con la islamofobia… En fin, parecería que el conocimiento ante cada acontecimiento es total. A partir de ahí, las opiniones corren, se chocan, se recuperan y vuelven a […]

Hoy somos todos especialistas. Hoy todos hablamos. Hoy todos sabemos qué significa «takfirí», todos sabemos qué ideología enarbola Charlie Hebdo (¿de izquierda?, ¿liberales?, ¿neoliberales?), todos estamos familiarizados con la islamofobia… En fin, parecería que el conocimiento ante cada acontecimiento es total. A partir de ahí, las opiniones corren, se chocan, se recuperan y vuelven a correr: hay para todos los gustos. Entonces, en lugar de opinar, de afirmar, quizá un buen ejercicio es empezar a preguntar y, sobre todo, a preguntarse.

En primer lugar, ¿por qué nos apresuramos a denominar lo acontecido como «atentado»? ¿Por qué no hay preguntas ante la utilización de ese significante? ¿A nadie le hace ruido? ¿Cuántas veces nos encontramos con situaciones en las que un estudiante irrumpe en una escuela en Estados Unidos y mata a alumnos y docentes? ¿En alguna oportunidad una situación semejante fue denominada como «atentado»? Entonces, ¿por qué hablar de atentado, por qué no de «masacre», de «matanza»? Mi primera respuesta (y subrayo primera) es que se habla de atentado porque quienes cometieron el acto son musulmanes. Por lo menos desde los inicios de la «Guerra Global contra el Terror», si no antes, desde la Revolución Islámica, la religión islámica ha sido construida como otredad absoluta. El máximo grado de ésta, a nivel mundial -ahora sí desde la Guerra Global contra el Terror-, es el terrorismo. De allí que puedan hacerse suturas constantes entre el significante Islam, musulmán y aquél de terrorismo. Ergo, cualquier acto de violencia (física) cometido por musulmanes pasa a ser leído como un atentado terrorista, con todas las consecuencias que ello conlleva hacia la totalidad de la comunidad islámica (y no-islámica), sin reparar en absoluto en las diferencias que existen al interior de ellas. Entonces Hamas y la Hermandad Musulmana y el DAESH y el Hezbollah y los tres perpetradores de la matanza y cualquier hijo de vecino musulmán se convierten en lo mismo: terroristas o potenciales terroristas, exterminables por su condición de tal.

En segundo lugar, se considera sin más que los dibujos que publica(ba) la revista Charlie Hebdo representan la «libertad de expresión», principio que se defiende a rajatabla. ¿Pero no podemos preguntarnos qué significa la libertad de expresión? ¿Quién tiene libertad de expresión? ¿Quién puede hacer uso de ese «derecho»? La libertad de expresión es un derecho que no puede funcionar más que en su ejercicio mismo. Que pueda ejercerse no depende únicamente de que existan gobiernos que lo permitan, sino también de que efectivamente exista una cierta cantidad de medios (entre los cuales, por supuesto, está el dinero) que hagan posible el ejercicio. De este modo, en muchos lugares y, sin lugar a dudas respecto a las noticias internacionales, los medios de comunicación (canalizadores de la «libertad de expresión» por antonomasia) son grandes corporaciones que monopolizan dicho derecho.

Y esto me lleva a la tercer pregunta. ¿La función de los medios de comunicación es sólo informar? ¿O también construyen informaciones, descripciones, identidades y otredades? ¿La palabra y las imágenes no matan, no pueden matar? ¿Las palabras son inocentes? ¿Toda esta cantidad de voces en contra del Islam que se escuchan en Europa, cada vez con mayor fuerza, cada vez más seguras de que tienen la Razón, no preparan el terreno para matar, no han matado ya? Por supuesto, todas estas son preguntas retóricas: la respuesta es un contundente Sí.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.