
Conozco a Julian Assange desde que le entrevisté por primera vez en Londres en 2010. Inmediatamente me gustó su sentido del humor seco y oscuro, a menudo acompañado de una risita contagiosa. Es un outsider orgulloso: agudo y reflexivo. Nos hemos hecho amigos y me he sentado en muchos tribunales escuchando a los tribunos del Estado intentar silenciarle a él y a su revolución moral en el periodismo.