La investigación realizada en 12 ciudades de EE.UU. revela el alcance, las causas y las consecuencias del aumento constante de la factura del agua.
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COVID-19 ha acentuado, sin precedentes, las vulnerabilidades ecológicas, epidemiológicas y económicas interrelacionadas impuestas por el capitalismo. A medida que el mundo entra en la tercera década del siglo XXI, estamos viendo el surgimiento del capitalismo de catástrofe y a medida que la crisis estructural del sistema adquiere dimensiones planetarias.
Si el campo sostendrá la crisis, necesitamos hablar de distribuir la tierra, desprivatizar el agua y ampliar la cobertura del agua de riego, difundir tecnología apropiada, establecer controles de precios, facilitar crédito.
En tiempos de pandemia aumentó el consumo de noticias, sobre todo de la TV. Las personas confían más en los medios y su cobertura sobre Covid-19 que en los políticos. El gran riesgo es que cualquier falsedad que gane fuerza puede anular la importancia de un conjunto de hechos verdaderos.
Según varios estudios y análisis, los servicios de abastecimiento de agua de los Estados Unidos son comparables a los de las regiones más desfavorecidas del mundo. El deterioro de la infraestructura, la contaminación de las aguas subterráneas y las reservas naturales, así como el fuerte aumento del precio del agua ponen en peligro la vida de varios millones de personas.
A tres meses del estallido mundial de la pandemia por COVID 19, podemos discutir las repercusiones del distanciamiento social y del confinamiento del quédate en casa, pues ambos patrones de comportamiento concurren en el aislamiento social y la sustitución del contacto humano por la conectividad virtual.
Hechos en apariencia triviales y anecdóticos que suceden en los Estados Unidos revelan la dura realidad que carcome a los pobres de ese país y muestran el verdadero rostro del “la pesadilla americana” en tiempos de coronavirus.
Laura Malosetti es historiadora del arte. Observa su cuerpo y el paisaje como una obra: los recorre, los rodea y apunta qué percepciones despierta este aislamiento. Organiza el desconcierto: nombra, uno por uno, la nueva tarea que la pandemia les asigna a los sentidos. La vista reenfocada al brillo de las pantallas; el olfato sobreviviendo al olor de la muerte. El tacto apenado porque le censuraron su instinto. El gusto como autodiagnóstico de la peor noticia. Y el mejor parado es el oído: disfruta el silencio y espera el aplauso de las 9 para ratificar que la comunidad sigue allá adentro, allá afuera.