En memoria de Shireen Abu Akleh, periodista palestina-estadounidense de la cadena árabe Al-Jazeera, brutalmente asesinada por el ejército israelí
En memoria de Shireen Abu Akleh, periodista palestina-estadounidense de la cadena árabe Al-Jazeera, brutalmente asesinada por el ejército israelí
La invasión de Ucrania por parte del presidente ruso Vladimir Putin supone un absoluto desastre para Ucrania, y la guerra no marcha bien para las fuerzas rusas, que están sufriendo grandes pérdidas y puede que se estén quedando sin suministros y sin moral. Quizás por ello, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, animado también por el apoyo que Ucrania ha recibido de los países occidentales, afirmó hace unos días en la emisora estatal griega ERT que «la guerra terminará cuando gane Ucrania».
Más de siete décadas de neutralidad de Finlandia se tiran por la borda con el señuelo de la «amenaza rusa».
El bloque militar de la OTAN es veneno, no un antídoto para las preocupaciones sobre seguridad y paz en Europa.
La invasión de Ucrania puede acabar dinamitando la única válvula de escape, ante un escenario de recesión global que ya se estaba gestando en los meses previos.
El espectro de un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia cobra cada vez más cuerpo: la guerra por delegación de los ucranianos contra la invasión de Moscú podría acabar librándose sin el espectáculo de tener una mano atada a la espalda.
Si realmente hay un cambio de estrategia hacia otro nivel de enfrentamiento con Rusia, tenemos que saber en qué nos estamos metiendo.
No es la primera vez que una o más potencias usan a terceros -un país, a un grupo de población determinado o a empresas de seguridad privadas- para confrontar, debilitar o tumbar a un adversario.
Los países de América Latina y el Caribe son presionados en forma sistemática por los funcionarios estadounidenses para limitar y/o cortar los lazos comerciales, científico-tecnológicos o de cooperación con Moscú y Beijing.
El 21 de abril, cuando las fuerzas rusas se acercaban a un búnker de la planta siderúrgica de Azovstal en Mariupol, fuertemente bombardeada y rodeada, y se preparaban para asaltar el búnker subterráneo «tipo fortaleza» en el que se calcula que se refugian, según estimaciones, los 2.000 soldados ucranianos restantes, el presidente Vladimir Putin dio marcha atrás y ordenó a las tropas rusas que rodearan a los ucranianos hasta que salieran voluntariamente, cuando se quedaran sin municiones, alimentos y agua.