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Costa Rica

Tiempos de verdadera pandemia: la violencia hacia la mujer

Fuentes: Rebelión

El 30 de abril, se cumplían 45 días de haberse declarado el estado de emergencia en Costa Rica debido a la llegada del SARS-CoV-2 conocido COVID-19; al parecer no todo era negativo en tiempos de crisis. La implementación del teletrabajo abrió el sendero para disfrutar de la compañía de nuestra familia y fortalecer los vínculos, sin embargo, no para todas las experiencias serían las mismas.

Hay cientos y miles de mujeres alrededor del mundo a las que este confinamiento, más que un respiro, han sido días de reiterativa tortura. Paradójicamente, gracias a la extensión del confinamiento, las alertas sanitarias disminuyen, pero se activan las que enuncian violencia hacia las mujeres, local y globalmente.

António Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas pidió a todos los países que implementen medidas para evitar las manifestaciones de violencia de género mientras avanzan las cuarentenas por la pandemia del coronavirus. Un estudio del Poder Judicial de Costa Rica revela que, en un día normal, 132 mujeres son víctimas de violencia doméstica, el número ha crecido recientemente debido al impacto del COVID-19 que ha recibido el país.

¿Están recibiendo las mujeres el apoyo suficiente en este tiempo de Pandemia? ¿Qué planes de acción están proponiendo los gobiernos centrales para contrarrestar lo sucedido? ya que, de acuerdo a las estadísticas, en todas partes del mundo la violencia contra la mujer continúa en aumento. Así como se presentan propuestas para enfrentar la crisis económica, es menester exigir a los gobiernos que hagan lo mismo con esta violencia muchas veces silenciosa pero letal.

Vivimos en un mundo que lamentablemente se jacta de buenas costumbres cuando no es así. En Costa Rica, por ejemplo, el “Pura vida”, se deja atrás cuando se trata de la brecha de género, en diversas ocasiones, se olvida de que las mujeres también tienen derecho a un trabajo fuera de la casa, que pueden encontrar diversión además de lavar la loza y atender a los miembros del hogar, se olvida de que no son las culpables de que el equipo favorito de fútbol de su pareja pierda el partido o de que las cosas no vayan como se quiere.

Como citó Mary Wollstonecraft, “lamento verme obligada a confesar que la civilización que hasta ahora ha habido en el mundo ha sido muy parcial.” Parcial porque se basa en las acciones que deberían seguir las personas según su género; la mujer, encargada del hogar, las buenas costumbres y atender al marido; el hombre, sustento de la casa, fuerte y comandante de su esposa. “El hombre debe ser fuerte”, “los hombres no lloran y tienen el mando de la casa”, por lo tanto, la mujer “debe ser sumisa”, agachar la cabeza y aceptar todo lo que la sociedad demande, y si no se cumple, deberá “aceptar su debido castigo”, son solo algunas de las consignas añejas y violentas que el machismo patriarcal ha impuesto como lo “normal” para muchas generaciones.

Para las personas apegadas todavía a las costumbres de antaño de aquel mundo “moderno”, desde el momento en que una pareja se consuma en matrimonio, la mujer debe ser devota a su marido y atenderlo de la manera en la que él demande y el esposo por su parte, puede tratar a su esposa en la forma en la que más le convenga, sin importar si esto incluye agresiones físicas, psicológicas o verbales, pues la mujer rinde cuentas a su esposo según lo que demanda la sociedad. Como dijo Emma Goldman, “la mujer debe rechazar el derecho que cualquiera pretenda ejercer sobre su cuerpo; negarse a engendrar hijos, al menos que los desee; negarse a ser sierva de Dios, el Estado, la sociedad y la familia.” Porque nadie es dueño de nuestro cuerpo, la mujer no es terreno de conquista o colonización, por lo tanto, solamente ella puede decidir qué hacer con cada centímetro de su cuerpo, tampoco es algo que se puede manejar a conveniencia de la sociedad.

Esto es además un tema de derechos y deberes que debe quedar claro. No se puede confundir con el hecho de que solo por ser mujer ya puedo pasar por encima e irrespetar todo y a todos, al contrario, al igual que lo plantea la filosofía respecto al aquirir conciencia de sí, asumir nuestro espacio y rol en igualdad y libertad implica una gran responsabilidad y muchos deberes que no pueden ser negados so pretexto de que “somos libres y hacemos lo que nos da la gana porque hemos vivido en opresión”. Esa visión mal interpretada y tóxica termina convirtiéndose en prácticas que cuestionan con mucha razón nuestro propio discurso y aspiraciones mismas de libertad e inclusión.

Es tiempo para establecer nuevos equilibrios y frenar esta violencia naturalizada que crece cuando muchas familias están en casa y recae el peso en la mujer. Querida mujer, recuerda que vales mucho y nadie tiene derecho alguno en hacerte sentir menos, los moretones en tu cuerpo no son por amor, los rasguños en tu cara no son caricias y las palabras violentas no son halagos. El cuerpo de la mujer, así como de cualquier persona, es soberano. Por tanto, tenemos el derecho a recibir respeto hacia nuestras decisiones, nuestras creencias, nuestros pensamientos, nuestras acciones, hacia todo aquello que nos hace sentir orgullosas, siempre y cuando no afecte de manera colectica o individual a las y los demás.

Que las costumbres ancestrales no distorsionen el concepto de alegría, estamos bajo un techo de cristal, la brecha de género, un techo que está esperando a ser quebrado, sólo necesitamos un poco de valentía. La violencia doméstica no es algo normal, no es algo bonito y mucho menos algo que debería ser preservado, no hay que callarnos ante la vida y vivir de recuerdos y fotografías, es tiempo de vivir el presente, el hoy, es momento de luchar y alzar nuestras voces. El amor propio es lo más valioso que podemos tener, no seamos coleccionistas de sueños perdidos, es tiempo de querernos mujeres.

Llegó el momento de darle valor a nuestra existencia hoy, a lo profundo que en ella habita, a nuestros sueños. A nuestros miedos más profundos debemos transformarlos en aquello que nos impulse a romper el techo de cristal. No estamos solas, y luchamos día a día, porque tenemos pensamientos propios, virtudes, deseos y defectos como cualquier persona que desea vivir una vida plena, sin miedos. Es ardua la tarea que tenemos para construir una sociedad en la cual las mujeres gocemos de nuestros derechos al igual que los demás personas.

La sociedad muchas veces olvida el verdadero valor de nosotras, “…todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer”, Flora Tristán. Por eso es nuestro deber como seres pensantes y reflexivos, recordarle al ser humano que los derechos de las mujeres son los derechos de todos, por lo que no se debe privar a ninguna mujer, niña, o ser humano de estos. Que la luz brille y el respeto se convierta en el camino para la reconstrucción de una sociedad postpandemia donde no exista discriminación por temas de género nunca más.

Heibrit Altamirano y María José Solís son estudiantes de la carrera de Relaciones Internacionales.