En unos días más Pedro Pablo Kuczynski partirá a los Estados Unidos de Norteamérica. Con el Visto bueno del Congreso de la República, hablará en Naciones Unidas y antes o después -qué más da- se reunirá con Donald Trump. En la circunstancia, le presentará tres preseas que acreditan su acrisolada obsecuencia. En algo más de […]
En unos días más Pedro Pablo Kuczynski partirá a los Estados Unidos de Norteamérica. Con el Visto bueno del Congreso de la República, hablará en Naciones Unidas y antes o después -qué más da- se reunirá con Donald Trump. En la circunstancia, le presentará tres preseas que acreditan su acrisolada obsecuencia.
En algo más de un mes, en efecto, el mandatario peruano ha cumplido a pie juntillas el dictado de Washington: Retiró al embajador de la República Bolivariana de Venezuela, el dignísimo Diego Alfredo Molero Bellavia, impidió el ingreso al país a la embajadora itinerante de la República Saharaui Jadiyetu Al Mohtar y declaró «Persona No Grata» al embajador de la República Democrática y Popular de Corea Kim Hak-Chol quizá sólo porque su gobierno decidió hablarle fuerte a la Casa Blanca.
Ninguna de estas tres acciones ha tenido como fuente y origen nuestro país. En el caso de Venezuela, ha sido la carga de la «contra» de Caracas la que puso una Pica en Flandes contando con el beneplácito de la administración yanqui. En el segundo, el gobierno de Marruecos presiono vía la espuria «mayoría parlamentaria» fujimorista. En el tercero -todos lo recuerdan- fue el Vicepresidente de los Estados Unidos quien, desde Buenos Aires cumplió el encargo de «pedir» a los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile y Perú que «rompieran relaciones» con Pyong Yang. Por lo menos acá, casi tarea cumplida.
Mayor servilismo no se veía en el Perú desde los años cincuenta del siglo pasado, cuando el gobierno de Manuel Prado, haciendo méritos ante los Estados Unidos votaba en la OEA como lo ordenaba el embajador Stevenson.
Después, hubo atisbos de lo mismo, cuando Morales Bermúdez le hizo guiños al Fondo Monetario y al Banco Mundial y pretendió aplicar el «Plan Piazza», para «reinsertar» al Perú en el sistema financiero internacional; cuando Belaunde, en 1980 usó el escándalo de Mariel para debilitar nuestras consolidadas relaciones con Cuba; y hasta con Alejandro Toledo -que hoy goza de la protección de sus amos- quien votó contra la Patria de Martí en Naciones Unidas, contrariando la línea histórica de la Cancillería, alumbrada por el preclaro pensamiento de Raúl Porras.
Pero por lo menos en lo que va del presente siglo, el Perú no llegó al extremo de la vergüenza, como ocurre hoy, cuando Torre Tagle aplicó las medidas que comentamos y que tienen una motivación muy concreta: hacer meritos ante el Mandatario yanqui a fin de neutralizar la iniciativa golpista de Keiko Fujimori.
Es casi un lugar común en el debate nacional la idea que «Fuerza Popular» -el Partido de la Mafia Keikista- anda empeñada en decidir el relevo de Pedro Pablo Kuczynski de la Jefatura del Estado para proceder a una nueva elección presidencial que podría entregarle el Poder al «clan» Fujimori a través de su candidata de oficio.
Se arguye, para ese efecto, desde «demencia senil» hasta corrupción galopante; pero tras la carga, asoman las orejas de la Mafia sedienta de Poder.
El número de votos para ese efecto, virtualmente los tiene, ya que cuenta con la adhesión aprista, y hasta con el apoyo de algunos otros despistados parlamentarios de diversas bancadas para los que no existe enemigo principal sino el que tienen transitoriamente al frente.
Sin respaldo congresal, y con una carga sucesiva de errores que lo llevan al aislamiento y a la derrota, PPK no podría impedir tal exabrupto. Tan sólo le queda el «apoyo externo». Y por eso se esmera en demostrarle al inquilino de la Casa Blanca que es él -y no ella- el referente seguro y dócil que tiene, en el Perú y en América Latina.
Y es que Keiko, en efecto, podría -tal vez- ganar por medios fraudulentos una elección peruana, pero eso no le otorgaría una «carta ciudadana» que la acredite como vocero confiable en la región. Sería como si la hija de Pinochet, o la hija de Videla;, se convirtieran de pronto en Mandatarias en Chile o Argentina. ¿Alguien podría adjudicarles liderazgo continental?
Hacerle ver a Trump, entonces, que ese camino es «inapropiado» constituye la «tarea de hoy» para el Presidente Peruano. Pero él, además, es consciente que no es con palabras que habrá de conseguir lo que busca. También en la materia, son los hechos los que cuentan.
Liderar la lucha contra el Proceso Bolivariano, acatar las instrucciones de la Monarquía Marroquí y aceptar sumisamente las indicaciones del Vice Presidente Yanqui; no es algo que lo puedan hacer todos.
Las preseas que lleva PPK a la Casa Blanca, entonces, tienen sentido y, sobre todo, precio. Es el pago que lleva al Donald de nuestro tiempo para mantener su puesto.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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