El debate sobre el eventual ingreso -en una docena de años- de Turquía en el seno de la Unión Europea carece de sutilezas. Y autoriza muchos delirios. Con fondo de «choque de civilizaciones», testimonia la actual angustia identitaria de las sociedades occidentales frente al islam. Y saca finalmente a la luz la islamofobia que obsesiona […]
Apostando por el rechazo instintivo a un gran Estado de mayoría musulmana, algunos, para negar su ingreso, esgrimen argumentos «técnicos». Hacen de la geografía, por ejemplo, un criterio de exclusión definitivo. Al situarse lo esencial del territorio turco en Asia Menor, no habría, según ellos, que tomar en cuenta esta candidatura. Pero el argumento no vale nada. ¿La Guyana francesa, situada en el continente americano, o la isla de la Reunión, en el corazón del Océano Índico, no forman parte de la Unión Europea? ¿Es posible ignorar que la costa egea de Turquía, dónde se sitúa la antigua Troya, es el ala oriental de la antigua Grecia, cuna de la civilización europea?
Nos preguntamos qué argumentos «técnicos» se esgrimirán mañana para retrasar la adhesión de otros dos Estados de mayoría musulmana -Bosnia y Albania- cuya pertenencia geográfica a Europa no da lugar a discusión.
Otros recurren a la historia. Un comisario europeo, Frits Bolkestein, llegó a declarar que si Turquía era admitida en el seno de la Unión, «la liberación de Viena (asediada por los turcos) en 1683 habría sido en vano» (1). Durante este sitio, los vieneses, conocidos por la excelencia de su panadería, debieron racionar la harina y elaborar panecillos a los que le dieron la forma del emblema de los otomanos: la medialuna, el croissant. Tal es el origen de esta delicia vienesa que muchos creen típicamente francesa…
Sucesor del Imperio Bizantino, el Imperio Otomano tuvo de hecho la ambición de dominar el Mediterráneo y Europa (proyecto varias veces quebrado, particularmente en Lepanto en 1521). Esta ambición no convierte a Turquía en una especie de «anti-Europa». Otros Estados -España, Francia, Alemania- también acariciaron el proyecto de someter al Viejo Continente a su potencia. Y nadie discute su europeidad.
Como los imperios centrales -todos desaparecidos- y los imperios coloniales -todos desmembrados-, el antiguo Imperio Otomano se encontró, al alba del siglo XX, agotado por excesivas campañas militares (se le llamaba entonces «el hombre enfermo de Europa»). Tras perder sus posesiones en los Balcanes y en el mundo árabe, la nueva Turquía, fundada por Kemal Atatürk, se quiso decididamente europea.
Ningún otro país consintió jamás en sacrificar tantos aspectos fundamentales de su cultura para afirmar su identidad europea. La Turquía moderna llegó hasta a abandonar su antiguo sistema de escritura (árabe) para adoptar los caracteres latinos; sus habitantes debieron deshacerse de sus ropas tradicionales para vestirse con vestimentas occidentales y, en nombre de un laicisimo oficial inspirado por la ley francesa de 1905, el islam dejó de ser religión de Estado.
A lo largo de todo el siglo pasado, Turquía no dejó de consolidar su carácter europeo. A principios de los años cincuenta, se incorporó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y al Consejo de Europa. Desde 1963, el general De Gaulle y el canciller Adenauer reconocían su vocación de integrar la Unión Europea. Un tratado de unión aduanera fue firmado en 1995. Desde que el Consejo europeo de Helsinki, en 1999, y el de Copenhague, en 2002, afirmaron que podía ser candidato a la adhesión (2), Ankara emprendió una suerte de «revolución tranquila» para cumplir con los criterios necesarios.
El país avanza en la vía de las reformas democráticas: los Tribunales especiales de seguridad del Estado están desapareciendo, la pena de muerte ha sido abolida, las circunstancias atenuantes para los «crímenes de honor» contra las mujeres han sido suprimidas, el proyecto de criminalización del adulterio ha sido abandonado. En las regiones del Kurdistán, se levantó el estado de emergencia, se autorizó la enseñanza del kurdo, se creó una cadena de televisión kurdófona y cuatro ex diputados presos políticos por su militancia a favor de la causa fueron liberados.
Queda por recorrer un largo camino en materia de respeto de las libertades públicas y de los derechos fundamentales. Será necesario también que Ankara reconozca el genocidio armenio de 1915. Y una amnistía a favor de los ex combatientes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) debe permitir la liberación de más de tres mil militantes actualmente en prisión, incluido Abdullah Öcalan, antiguo jefe de la rebelión.
Pero la perspectiva de adhesión a la Unión ya tiene como efecto principal reforzar la democratización de Turquía, su laicismo y la defensa de los derechos humanos. Para los grandes países del Mediterráneo oriental, amenazados por la violencia y por corrientes oscurantistas, esta adhesión constituirá un mensaje concreto de esperanza, de paz, de prosperidad y de democracia.
NOTAS:
(1) The Financial Times, Londres, 8-9-04.
(2) Se propuso un calendario: 2006 para la apertura de las negociaciones, 2015 para su conclusión.