En un análisis anteriorior veíamos como en Ucrania la intervención extranjera que planificó y estimuló la desestabilización del gobierno de Victor Yanukovih y provocó el «golpe suave» -que no solo lo destituyó sino que puso en el gobierno a un variopinto grupo integrado por elementos que van desde el fascismo de la ultraderecha hasta las […]
En un análisis anteriorior veíamos como en Ucrania la intervención extranjera que planificó y estimuló la desestabilización del gobierno de Victor Yanukovih y provocó el «golpe suave» -que no solo lo destituyó sino que puso en el gobierno a un variopinto grupo integrado por elementos que van desde el fascismo de la ultraderecha hasta las elites más corruptas del país- generó un escenario social de tendencia a la balcanización, en un país tradicionalmente sometido a fuertes tensiones internas. La intervención de los factores externos y la toma poder por un gobierno improvisado que no cuenta con ningún respaldo popular sino solo con el apoyo de potencias extranjeras, provocó la potenciación de los factores segregacionistas y la aparición de potentes fuerzas centrífugas que tienden a la destrucción del estado-nación ucraniano.
El proceso ha seguido adelante y el escenario previsto está lamentablemente configurándose rápidamente. El caos interno, la falta de poder real del gobierno impuesto, las nubes de tormenta que se presentan en el panorama económico y social, están creando las mejores condiciones para una especie de «explosión» (o implosión y colapso) de las estructuras de poder del estado ucraniano.
Crimea
La secesión de Crimea ha sido el primer paso. Una región que ha pertenecido tradicionalmente a Rusia, que se incorporó a Ucrania a partir de una decisión administrativa de 1954 de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y que desde 1992 se convirtiera en una «República Autónoma» todavía formando parte del Estado ucraniano, realizó apenas consolidado el Golpe de Estado en Kiev un referéndum popular que decidió por absoluta mayoría su nueva anexión a Rusia. A pesar de la condena a ese referéndum por parte de los Estados Unidos y Europa (que sin embargo en el caso de Yugoeslavia habían promovido y defendido el referéndum en Kosovo que decidió su autonomía), y de que bajo su presión la Asamblea General de las Naciones Unidas lo declarara inválido, en poco menos de un mes Crimea ha pasado a pertenecer nuevamente a Rusia, sin tener tampoco ningún peso las ridículas «sanciones» impuestas al gobierno de Putin por Occidente. Era previsible que Rusia no fuera a permitirse perder el control de la península de Crimea, estando anclada en el puerto de Sebastopol su gran flota del Oeste con acceso desde allí a la salida a través del Mar Mediterráneo, y que la población (de origen ruso en su inmensa mayoría) estaría dispuesta a volver inmediatamente a su «madre patria». Sin embargo quienes planificaron la caída del gobierno de Yanukovich no parecen haber considerado (cosa bien significativa pues en ello han estado involucradas varias agencias de «inteligencia») que no iba a ser tan sencillo ni gratuito cercenarle a Rusia esa salida estratégica vital, sin que hubiera -tal como sucedió- una firme respuesta del gobierno de Moscú.
Las otras provincias
Entre tres y cinco del resto de los veinticuatro óblast (estados o provincias) que conforman la estructura de Ucrania se encuentran en una situación similar a Crimea. Sin tener la importancia estratégica vital de ella, están sin embargo compuestas por una mayoría de habitantes de origen ruso que también, ante el desmoronamiento de Ucrania, aspiran ser parte de la Federación Rusa. En ellas entonces la tensión social es muy notable y se potencia aún más teniendo en cuenta que las autoridades designadas por el gobierno central de Kiev están constituidas en su mayoría, no por políticos que puedan tener alguna ascendencia y apoyo populares, sino por grandes «capitalistas» locales, muchos de ellos socios del grupo de Julia Timochenko, la millonaria que fuera impuesta en el poder por la «Revolución Naranja» y que estaba en la cárcel acusada de corrupción durante el gobierno de Yanukovich (hoy no solo está libre sino que aspira a candidata a la presidencia en las prometidas futuras elecciones). Sin intervenir directamente, el gobierno ruso ha declarado su simpatía y apoyo a estos movimientos secesionistas, posiblemente previendo lo que estamos considerando, que en el caso de una balcanización general de Ucrania, parte de su territorio pueda mantenerse bajo un cierto control de Moscú. No hay que olvidar que a través del territorio ucraniano pasan los principales gasoductos con que Rusia abastece a Europa y otros países de la región, con lo cual si bien allí no existe allí la importancia militar de Crimea, si sigue siendo una región de gran importancia estratégica para la Federación Rusa.
El caos económico
Estas tensiones se desarrollan en un panorama de grave crisis económica. Ya desde el gobierno de Yanukovich la situación de la economía de Ucrania era delicada. Crisis de producción, desempleo, déficit fiscal constante, creciente, acumulación desenfrenada de capital en un reducido grupo de millonarios y empobrecimiento acelerado del grueso de la población son sus características. El factor que detonó la intervención extranjera y el Golpe de Estado fue la negativa de Yanukovich a firmar un acuerdo económico con la Unión Europea que obligaría a Ucrania a tomar «medidas de ajuste» que agravarían notablemente esa ya insoportable situación económica, y a buscar en Rusia un acuerdo que permitiera una ayuda que no tuviera ese alto costo social.
El gobierno impuesto ha significado en este aspecto saltar de la sartén al fuego. Ya la titular del FMI (Fondo Monetario Internacional) está explicando las duras condiciones que impondrán a Ucrania para concederle «ayuda económica», y una cosa similar acontece con la posible ayuda que Barak Obama está gestionando frente a su Congreso o con las supuestas ofertas de ayuda de la Unión Europea. Los «paquetes de ajuste» que los organismos y naciones occidentales imponen a los Estados que «ayudan» consisten sobre todo en acelerar el empobrecimiento de las grandes masas, a las cuales se despoja de todo tipo de asistencia social, en un sistema de privatizaciones que obliga a los estados a vender a precios de gallina flaca todos los sistemas productivos y de servicios que posea al capital privado (por supuesto para que los maneje sin ningún tipo de control), en cambios en el sistema tributario que cargan a las mayoría y alivian a los grandes capitales, y en otras medidas del mismo tenor.
El caos político
A la vez, la situación política es desastrosa. En el gobierno impuesto, las fuerzas de la ultraderecha presionan una agenda de intereses propios, mientras que el sector de los grandes capitalistas intenta imponer los suyos. El saldo es la debilidad real de un gobierno central que no logra que las estructuras del Estado le obedezcan, y a las cuales no presenta orientaciones coherentes. Mientras que las Fuerzas Armadas -que frente al «golpe suave» se declararon «neutrales e institucionalistas»- no terminan de constituirse en su brazo armado, ya que si bien oficialmente son leales al gobierno central, en la práctica se resisten a sus órdenes. Todo este proceso dentro de un panorama de corrupción generalizada (que no inventaron los actuales mandatarios, sino que ya estaba ahí desde antes) que interfiere constantemente en la toma de decisiones políticas efectivas.
No solamente están presentes entonces las fuerzas centrífugas segregacionistas, sino que al estilo de lo sucedido en Libia, cada islote de poder existente alimenta primero sus intereses particulares y echa leña al fuego de la disgregación.
Hecho económicos tales como el aumento a precios internacionales del gas que Rusia vende a Ucrania (lo que estaba pendiente de un acuerdo con Yanukovich) y que es vital para la energía de este país, constituyen más elementos de agravamiento de la crisis.
Los nuevos escenarios
Los nuevos escenarios que genera este panorama de creciente atomización del Estado ucraniano son complejos y en alta medida imprevisibles. La tendencia indica que toda la geopolítica alrededor de Ucrania está a punto de cambiar radicalmente. Y estamos hablando de una región vital para la interrelación de este mundo globalizado, el puente entre Europa y Asia, el nudo en la red de distribución energética de Europa.
Los cambios que se avecinan parecen ser muy graves para todo el planeta (por no decir que parecen ser catastróficos). Para dar ejemplos de su magnitud, mencionaremos solamente dos sucesos que han aparecido en estos días en el panorama noticioso:
1) En varios medios occidentales se ha hablado de la posibilidad de una acuerdo entre el nuevo gobierno ucraniano (desesperado por conseguir ingresos a como dé lugar) y una de las grandes compañías petroleras occidentales, para que se haga cargo de los gasoductos y oleoductos que atraviesan el territorio ucraniano y que en este momento transportan los productos rusos. Ante esta posibilidad es probable que respecto a Europa esta corporación occidental de energía mantenga la actitud que hiciera pública la alta funcionaria estadounidense Victoria Nuland: «Fuck Europe» («que se joda Europa»). La Unión Europea se quedaría de golpe sin recibir el gas ruso, que constituye el 40% de su consumo energético en esa área.
2) Rusia Today (RT) acaba de hacer público un análisisii respecto a las fábricas de proyectiles estratégicos y tácticos de Ucrania, y de su posible inmediato futuro. El más potente cohete estratégico ruso, el R-36M2 Voyevoda (Satan según nombre de la OTAN) y el también intercontinental RT-23 Molodets (SS-24 Scalpel, según nombre de la OTAN) que se dispara desde trenes, son diseñados y producidos en Ucrania. Al haber cortado el actual gobierno todo contacto militar con Rusia, único cliente de estos proyectiles, el futuro de las fábricas ucranianas queda limitado a que el Estado oferte estos productos a otros Estados que tienen capacidad nuclear pero que no disponen de vehículos tan potentes para sus bombas (RT nombra a Israel, la India, Pakistan y China, pero podemos agregar también a Corea del Norte), o a que en su necesidad desesperada de dinero entregue al capital privado las fábricas, con lo cual los misiles quedarían a disposición de cualquiera en el mundo que pudiera pagarlos. No es necesario seguir aclarando hasta qué punto esta situación alteraría sustancialmente el equilibrio militar global.
En definitiva, el principal foco de tensión geopolítica mundial se ha desplazado desde el Medio Oriente a Ucrania. Como se está haciendo habitual gracias a la ceguera de aquellos que intentan mantener el control del mundo, las perspectivas no parecen ser demasiado halagadoras. Como siempre, esperemos que la realidad genere acontecimientos imprevisibles mejores que los que se desprenden de nuestros limitados aunque bien intencionados análisis.