Una buena noticia desde Italia. Según la organización, 300.000 personas abarrotaron ayer la Piazza del Popolo de Roma para protestar por los ataques a la libertad de prensa del gobierno Berlusconi. Convocada por la Federación Nacional de la Prensa Italiana (FNSI) inicialmente para el día 19 de septiembre, la FNSI pospuso la manifestación hasta ayer […]
La manifestación de ayer anima la esperanza de que algo cambie en el futuro. Pero mucho tiene que cambiar. Cabe recordar que quien ha marcado los tiempos del shock mediático que vive Italia desde finales de agosto ha sido el propio Berlusconi. Han tenido que pasar dos meses y medio para que los italianos vieran en televisión a la «escort» [una prostituta acompañante, NdR] Patrizia D’Addario diciendo que Silvio Berlusconi sabía que ella era una «escort». Dos meses y medio plagados de demandas espectaculares a medios críticos con Berlusconi, dos meses y medio cincelando listas de periodistas y programas censurables. Todo un ataque espectacular que obliga a toda una defensa sobre los temas -recordémoslo- impuestos por el Presidente del Consejo de Ministros italiano.
En un debate organizado por Radio Città Aperta para hablar de la manifestación de ayer, Giulietto Chiesa, uno de los periodistas italianos que mejor sabe analizar la esencia del berlusconismo, sostenía que el problema de Italia es que la izquierda sigue pensando que hay un problema de libertad de información, cuando en realidad el problema es todo un sistema de comunicación. Según Chiesa, es difícil que la manifestación de ayer consiga romper el ruido de fondo de veinte años de berlusconismo. De no haber una solución política que vaya más allá del problema de la libertad de prensa y ataque el sistema de comunicación berlusconiano, que ha impuesto e impone día tras día, minuto tras minuto, segundo tras segundo un imaginario torrencial e irrefrenable, acontecimientos importantísimos como la manifestación masiva de ayer no serán más que voces en el desierto.
No le falta razón a Chiesa. Cuando la censura tiene como blanco un nombre (de un periódico, de un medio, de un periodista), es espectacular y da sensación de peligro. En cambio, hay otra censura -sistémica, estructural- que sin tener tanta visibilidad, es mucho más peligrosa. Pongamos por caso los ingresos publicitarios que alimentan todo el sistema. La semana pasada se supo que Sipra, empresa que gestiona la publicidad de la RAI, perderá el 22,9% de ingresos; mientras que Publitalia, la empresa publicitaria de Mediaset, perderá sólo el 9%. 120 millones de euros que iban al mercado publicitario de la RAI pasarán a manos de Publitalia. La RAI vive una crisis enorme. El director general, Masi, ha denunciado que el presupuesto de este año tendrá un pasivo de 50 millones de euros, y si la crisis publicitaria continuará, el año próximo será de 200 millones, mientras en los dos años siguientes podrá llegar a los 600 millones de euros, o sea, a la bancarrota. El periódico Il Giornale, propiedad del hermano de Silvio Berlusconi, invita a los ciudadanos estos días a no pagar el impuesto público que financia la RAI, y el propio Silvio invitaba este verano a los jóvenes empresarios a no anunciarse en los medios «derrotistas». ¿No estaremos asistiendo a otra bancarrota pilotada como la de Alitalia?
Existen además otros modos «económicos» de censura. La periodista Milena Gabanelli, directora de Report, uno de los mejores programas de investigación periodística de la RAI, denuncia en una carta al Corriere una situación gravísima. Hay 30 causas judiciales abiertas contra su programa, y la RAI le amenaza con quitarle la tutela legal. Sólo una compañía de seguros inglesa y una estadounidense se dicen dispuestas a resarcir daños, pero no las costas judiciales. ¿Cómo puede seguir haciendo su programa si nadie la tutela?
En otro orden de cosas, los periodistas italianos reconocen que hay un grave problema de autocensura en Italia. La gran mayoría vive condicionada por las pésimas condiciones laborales; las plumas más incómodas se juegan el pellejo literalmente. Pero además, existe también un marco legal que invita a la sumisión ante el poder: el jueves, una de las bestias negras de los berluscones, el periodista judicial Marco Travaglio, recordaba los condicionantes legales que cercenan la libertad de prensa en Italia. Los periodistas italianos -afirmó Travaglio en Annozero– se exponen a ser condenados incluso cuando escriben hechos ciertos. Basta con que se usen términos demasiado duros, o noticias secretas o documentos públicos no publicables para que a uno lo condenen por difamación. «En Italia -afirmó Travaglio- si le llamas estúpido a un político, te pueden caer hasta seis años de cárcel, o una multa, más el perjuicio moral y la reparación pecuniaria proporcional a la gravedad de la ofensa y a la tirada o al porcentaje de audiencia. Las sumas las decide el juez, según su discreción […] Si el periodista italiano publica documentos de investigación no secretos se puede pagar una multa de 5.000 euros; que son 10.000 si se trata de escuchas telefónicas, aun no siendo secretas. El editor puede llegar a pagar 480.000 euros por cada artículo y al periodista le pueden denunciar ante el Orden de periodistas y le pueden suspender de la profesión». Penden también sobre el periodistas los gastos legales de los procesos.
Los súbditos de la videocracia desconocen esta realidad. En el populismo mediático más de la mitad de la población sueña los sueños que transmiten las televisiones de Berlusconi, juega sus juegos, ama, compra, conduce, come, ve y respira al son de las pantallas. Para valorar debidamente el calado de la animada y festosa manifestación de ayer, cabe recordar un caso casi olvidado de hace 8 años cuyo significado sigue vigente. Lean el despacho de la agencia AP:
Es un caso único, según los dos investigadores de las universidades de Padua y Trieste que han publicado el estudio en la revista científica Cortex. Un ama de casa italiana de 66 años, V.Z., sometida a pruebas durante varios años, sufre un raro caso de deterioro del lóbulo temporal mesial del cerebro y no es capaz de reconocer a nada ni a nadie. Ni cosas, ni animales, ni a su marido, ni a su hija, ni personajes famosos, como Napoleón. Pero un buen día le pusieron delante una fotografía de Berlusconi y la clavó: «Sí, es un hombre muy rico, que tiene muchas cadenas de televisión y triunfa en la política». Los médicos se quedaron de piedra. Sólo encontraron otras dos imágenes que aún persistían en su cerebro: una foto de Juan Pablo II y otra de un crucifijo. No obstante, el reconocimiento del pontífice era parcial, porque la paciente sólo sabía que era «el Papa», sin aclarar su nombre. Además dejaba de identificarlo cuando le mostraban ilustraciones en las que aparecía sin las vestimentas papales. Según estos dos neuro-psicólogos, Sara Mondini y Carlo Semenza, puede existir en el cerebro un canal de reconocimiento icónico, distinto de los que identifican objetos y rostros.
Ayer 300.000 personas asistieron a una vibrante manifestación. Sin embargo, ayer a las 20:00 varios millones de telespectadores veían -después de la noticia sobre la manifestación- un editorial del director del telediario de la primera cadena de la RAI, Augusto Minzolini que presentaba a Berlusconi como víctima y que llegaba a afirmar: «La manifestación de hoy, más que contra un hipotético régimen político es para instaurar un régimen mediático». ¿Qué imágenes se almacenarían ayer a través de ese «canal de reconocimiento icónico» en las mentes de los súbditos de la videocracia: las de la manifestación o las del director del telediario de RAI 1 presentando a Silvio Berlusconi como víctima inocente de un complot de agresivos «catocomunistas»?
Si la ciudadanía y la política no tienen claro que la manifestación de ayer es un grano de arena, una primera palabra de un prólogo para un discurso contra todo un sistema de comunicación con un atronador ruido de fondo, no será más que flor de un día en un desierto que día tras día va mermando lo poco que queda de democracia auténtica en Italia. En cualquier caso, principio quieren las cosas.