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Apuntes sobre Italia

¿Un laboratorio político de lo que le puede esperar a Europa?

Fuentes: Viento Sur

Al límite de la repetición electoral en Italia, los dos principales ganadores de la convocatoria del pasado marzo, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la Liga Norte (LN), alcanzaron un acuerdo de gobierno inédito en Europa. Los partidos antiestablishment no solo consiguieron sumar por primera vez mayoría absoluta en un país de la UE, sino […]

Al límite de la repetición electoral en Italia, los dos principales ganadores de la convocatoria del pasado marzo, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la Liga Norte (LN), alcanzaron un acuerdo de gobierno inédito en Europa. Los partidos antiestablishment no solo consiguieron sumar por primera vez mayoría absoluta en un país de la UE, sino que han logrado resolver el complicado rompecabezas para poder formar gobierno. Un suceso político que ha supuesto todo un terremoto en la tercera economía de la zona euro y que como estamos viendo estas semanas está llamado a agudizar las contradicciones políticas en el seno de la UE colocando la gestión de los flujos migratorios otra vez en el centro del debate.

Italia vive una crisis orgánica en todo el sentido gramsciano del término. Una crisis que es en realidad resultado y profundización de la crisis del modelo post-Maastricht del capitalismo italiano que vive el país desde la década de 1990, como señalaba recientemente Thomas Fanzi. Una crisis que, como todas, genera vacíos propicios para mutaciones, reajustes y recomposiciones. El M5S y la Liga Norte son los principales ganadores de ese reajuste del tablero y su gobierno representa la muestra más palpable de esta crisis orgánica.

Ambas fuerzas representan no solo el derrumbe de los principales partidos nacidos del Tangentópolis, la crisis del sistema político de los 90, sino también la reactualización de la cuestión meridional, esa brecha Norte/Sur que tanto abordó Gramsci y, sobre todo, el desplazamiento general del pivote de la acción política hacia el lado derecho del tablero ideológico. Hoy Italia, como el resto de Europa, vive una derechización de la agenda pública, de los actores políticos involucrados en el debate político e incluso del voto protesta o antiestablishment.

Aunque muchas veces se presenta a Italia como una excepción europea, en realidad se asemeja más a un laboratorio político donde se experimentan procesos que luego se extienden por el resto del continente. Ya lo vimos por ejemplo con el berlusconismo hace años, entonces tan excepcional y hoy tan normalizado en tantos países europeos. Y al igual que ocurrió hace justo un año en Francia, la competición electoral ha vuelto a estar monopolizada por dos fuerzas políticas outsiders del bipartidismo tradicional y que pugnan por reorganizar los relatos, los códigos y las propuestas programáticas para el próximo periodo. La diferencia entre Francia e Italia es que, a diferencia del macronismo, nueva apuesta del europeísmo neoliberal para recomponer el extremo centro, en el país transalpino ninguna de las dos nuevas narrativas políticas en cabeza representa, al menos a priori, una opción viable a corto plazo ni para las élites de Bruselas ni para las de Roma.

En Italia el liderazgo de las nuevas narrativas políticas lo expresa: el M5S, un artefacto político heredero de la tradición qualunquista, fundado por un cómico y un empresario de comunicación que ha sabido explotar como nadie el voto de protesta contra el sistema de partidos y se ha convertido en una expresión que explica el clima de descomposición política y hartazgo que recorre especialmente el sur de Italia en este momento; y la Liga Norte, una formación nacida del independentismo padano y ahora reconvertida en una fuerza xenófoba inspirada en el Frente Nacional francés.

El declive del Extremo Centro Italiano. ¿Nace la Tercera República?

La noche electoral del pasado 4 de marzo Luigi Di Maio, el joven candidato del M5S (31 años), proclamaba: «Ha nacido la Tercera República». Viendo los resultados electorales, el complicado escenario post-electoral con el hundimiento del extremo centro italiano (Berlusconi y Renzzi) y la creación de un gobierno inédito en Italia, no parecía faltarle razón. La Segunda, la que popularmente surgió tras el gran escándalo de corrupción de Mani Pulite (manos limpias) en los noventa y que tan bien rentabilizó el excéntrico empresario Silvio Berlusconi, el inventor de Trump 25 años antes de Trump, parece que consumió sus últimas semanas en las negociaciones para formar gobierno.

El sistema bipartidista de la «segunda republica» nació lleno de fragilidad en los años noventa y pareció consolidarse tras los buenos comportamientos electorales del Partido Democrático (PD), de centro izquierda, y el «Pueblo de la Libertad» (PDL), de centro derecha, que gracias a diversas coaliciones consiguieron turnarse los gobiernos italianos. Entonces estalló la crisis de la deuda soberana en la eurozona, la economía italiana se aproximó al borde del abismo y, a la sombra de las medidas de austeridad impuestas por los gobiernos (tanto de centro izquierda como de centro derecha), inició una década de cambios políticos trascendentales.

Una de las principales consecuencias fue el derrumbe paulatino de los dos principales partidos en los que se basaba el sistema bipolar italiano. En la derecha, Silvio Berlusconi tuvo que dimitir como primer ministro en 2011 y su partido sufrió una caída de la que no se ha recuperado: de tener más del 37% de los votos en las elecciones de 2008 al 21,5% en las de 2013, y hoy, con el nombre de Forza Italia apenas ha conseguido alcanzar el 13% de los votos. En la izquierda, el PD ha caído de más del 33% en las elecciones de 2008 al 27,4% en las de 2013 y el 19% en las elecciones de este marzo. Los dos partidos han experimentado divisiones y escisiones que han debilitado aún más las coaliciones que encabezan. La verdad es que Italia es un país cuyo sistema político se inclina a la volatilidad: ninguno de sus partidos tiene 30 años e incluso aquellos que fueron creados a comienzos de los 90 han cambiado constantemente su identidad.

En Italia, al igual que en gran parte de los países europeos, para ralentizar el avance de las opciones políticas antiestablishment, los partidos tradicionales están tendiendo a aglutinarse en un extremo centro, retóricamente regenerado y pro-UE. Un supuesto centro moderado que busca demonizar la «amenaza populista» frente a una nueva izquierda radical y/o una derecha ultraconservadora, posfascista, reaccionaria, eurofóbica.

Así vimos la alianza entre el magnate Berlusconi y Matteo Renzi – establecida en enero de 2014 y denominada «patto del Nazareno» un acuerdo «necesario», según lo calificó el exsecretario del PD, Pierluigi Bersani, «para frenar el avance del M5S». Incluso poco antes de las elecciones de marzo, el PD y Forza Italia unieron fuerzas y aprobaron una reforma electoral pensada para circunscribir los escaños del M5S y compensar así su fuerza electoral. El nuevo sistema electoral mixto (en parte mayoritario y en parte proporcional) favorece a los partidos que puedan formar coaliciones y no dividir el voto y a los que están concentrados en un solo territorio. Un ejercicio de ingeniería electoral anti-M5S pero que por el contrario ha complicado aún más la formación de mayorías parlamentarias como hemos comprobado estos meses con la incapacidad para configurar gobierno. Aunque uno de los principales efectos de la colaboración para frenar al M5S, no esperado por sus impulsores, ha sido difuminar aún más las estrechas líneas que separan a los partidos del extremo centro italiano ante los ojos de unos votantes cada vez más descontentos con el sistema político italiano, una situación que desde luego a ayudado al éxito electoral del M5S y en menor medida al de la Liga.

La Liga supera el Norte y transita hacia el Frente Nacional Italiano

La Liga Norte, fundada por Umberto Bossi en 1991, nació en el norte de Italia como exponente político del nacionalismo padano. Es el resultado de la fusión de la Liga Lombarda con varios partidos autonomistas del norte como la Liga Véneta, Piemont Autonomista, Liga Emiliano-Romagnola, Alianza Toscana, etc. Pronto se les añadieron grupos de regiones como Trentino-Alto Adigio, Friuli-Venecia Julia, Valle de Aosta, Umbría, Las Marcas, etc. Se eligió por unanimidad a Umberto Bossi como secretario federal del partido durante su primer congreso. Desde entonces, la LN se ha convertido en uno de los partidos más importantes del norte de Italia, lo que ha llevado a sus candidatos a obtener varias administraciones locales, algunas tan importantes como Milán, además de participar en varios gobiernos italianos de Berlusconi con numerosas carteras ministeriales.

El éxito electoral de la LN desde su fundación ha configurado un fenómeno político nuevo y sorprendente en Italia: la tensión entre sociedad, economía y política; entre Norte y Sur; y, en el propio Norte, entre la periferia de industrialización difusa y el área de las metrópolis y las capitales históricas de la economía y las finanzas; entre municipalismo y nación y entre viejos partidos y nuevas formas de participación de masas. El «liguismo» ha consistido en asumir «el localismo como ideología», intentando extenderlo por todo el norte de Italia para transformar «la cuestión local» en «cuestión septentrional» 1/. La historia de la LN no se puede separar de la biografía de sus dos principales líderes, Umberto Bossi y posteriormente de Matteo Salvini, que expresan dos etapas muy marcadas en el desarrollo político y electoral del partido.

La Liga consiguió sus primeros éxitos gracias al desmoronamiento de la Democracia Cristiana, que le permitió ocupar parte de su espacio electoral en el norte de Italia al obtener en las generales de 1992, 25 senadores y 55 diputados. Entonces se inician tres etapas en la evolución de la Liga bajo el liderazgo de Bossi. La primera abarca hasta el primer gobierno Berlusconi de 1994, en la que constituyó una «liga federalista» que se presentaba como «partido del Norte a la conquista del Estado» para «reconvertirlo» con personal político y valores del norte, desde una perspectiva «liberista» [el italiano distingue liberale, para el liberalismo político, y liberista, cuando se refiere al neoliberalismo económico] sobre la intervención del Estado en la economía. La segunda se inició en 1995, cuando, tras abandonar el primer gobierno formado por Silvio Berlusconi, la Liga se planteó como objetivo primordial la secesión del Norte, creando una comunidad nacional, la Padania, para «nacionalizar el Norte» con fundamentos identitarios unificadores. La tercera se inicia con los malos resultados electorales de 2000 (3,9% de los votos), que castigaron la anterior fase independentista de la organización. Ello motivó la entrada en el segundo ejecutivo Berlusconi en 2000, un reajuste en su discurso hacia el modelo federal de la primera etapa y la incorporación de nuevas temáticas como la inmigración, la islamofobia o el euroescepticismo, en una búsqueda de nuevos electores conservadores.

Esta tercera etapa de la Liga volvió a darle buenos resultados en las elecciones del 2008, con el 8,3% de los votos, reeditando gobierno con Berlusconi. La Liga es un ave fénix político que ha resurgido de sus cenizas más de una vez con múltiples metamorfosis en las distintas tonalidades de secesionismo/autonomismo, xenofobia/islamofobia y populismo a lo largo de las tres últimas décadas.

La ascensión de Matteo Salvini a la secretaría general de LN, en diciembre de 2013 después de derrotar al veterano Umberto Bossi, acusado de usar el dinero del partido para asuntos privados, ha supuesto una cuarta etapa en el partido, que le ha permitido repuntar del 4% en 2013 al 19% en estas últimas elecciones. Todo ello gracias a una transformación profunda de la Liga, de un partido que reclamaba la independencia del norte de Italia y llamaba «ladrona» a Roma, a un partido eurófobo e islamofobo cuyo programa se centra en el rechazo a la inmigración y la seguridad con aspiraciones de gobierno en el conjunto de Italia. Una transformación en donde la Liga ha superado el «Norte» para sufrir un proceso de lepenización convirtiéndose en un Frente Nacional italiano.

La Liga surgió prácticamente como un sindicato de contribuyentes agraviados, la liga de los que siempre pagan contra los que siempre cobran y contra el Estado que se basa en este trasvase crónico y estructural de recursos al estilo del movimiento poujadista francés. Contra el sur que se aprovecha y contra la Roma ladrona que vive de un Estado que sólo sirve para recaudar impuestos y que es visto en todo lo demás como ineficiente y superfluo.

Pero el partido ha ido protagonizando paulatinamente un viraje que lo alejó de la aventura secesionista para instalarlo en la senda constitucional autonomista; y sobre todo, abrazó con creciente vigor la retórica xenófoba. Un cambio de la Liga que se reafirmó de forma definitiva con el ascenso a la secretaria general de Salvini. La protesta de la liga ha ido evolucionando, de dirigirse contra los «holgazanes del sur», ciudadanos italianos, a partir del desastre electoral del 2000, a hacer más énfasis sobre los inmigrantes. Exigiendo que los puestos de trabajo del norte de Italia sean para los nacidos en la zona: «Antes que ser solidario con los que vienen de fuera hay que serlo con los del propio pueblo» 2/. La incorporación de estas nuevas temáticas ha acercado la LN a sus homólogos posfascistas europeos.

El avance de la extrema derecha en el conjunto de Europa se ha producido recurriendo no sólo a las clásicas campañas reaccionarias, como las contrarias a la globalización, la llegada de personas refugiadas o peticionarias de asilo y el espectro de la «islamización» de la sociedad. En la base de su éxito ha estado, también la reivindicación de políticas, tradicionalmente de izquierda, a favor del Estado social. Se trata, empero, de un nuevo tipo de welfare. Ya no universal, inclusivo y solidario, como el del pasado, sino algo basado en un principio diferente que Habermas definía como un «chovinismo del bienestar» que concentra la tensión latente entre el estatuto de ciudadanía y la identidad nacional. De esta forma, se consigue que el malestar social y la polarización política provocadas por la austeridad y escasez se canalicen a través de su eslabón más débil (el migrante, el extranjero o simplemente el «otro»), eximiendo así a las élites políticas y económicas, responsables reales del expolio. Porque si «no hay para todos», entonces sobra gente: «no cabemos todos». La delgada línea que conecta el imaginario de la austeridad con el de la exclusión.

El 4 de febrero, un militante de LN abrió fuego desde un coche contra migrantes en Macerata, causando el pánico en la ciudad e hiriendo a un total de seis personas, dos de ellas en estado grave. Las reacciones no se hicieron esperar y mostraron hasta qué punto la agenda de la extrema derecha ha colonizado el debate público. No solo no se suspendió temporalmente la campaña, no hubo apenas condenas directas a este ataque de terrorismo fascista sino que se buscaron justificaciones o se intentó pasar de largo del asunto. El propio Salvini lo justifico afirmando que «Si hay que culpar a alguien, el Gobierno es el que ha permitido que cientos de miles de inmigrantes ilegales vengan aquí sin ningún límite» y/o su socio de coalición, el Propio Berlusconi afirmo justo el día después del atentado «La inmigración se ha convertido en una cuestión urgente después de años en que con un Gobierno de izquierdas han llegado 600.000 migrantes que no tienen derecho a quedarse»

De esta forma, a lo largo de estos años estamos comprobando cómo la verdadera victoria de la extrema derecha, así como la condición previa para su actual ascenso electoral e institucional, ha sido la normalización progresiva de su discurso y sus propuestas políticas. Hoy tanto el debate general como muchas políticas públicas relacionadas con la seguridad (ciudadana y fronteriza) y con la inmigración (refugio, asilo, integración, interculturalidad) están cargadas de contenidos introducidos pacientemente por una amalgama de colectivos sociales y políticos de la nueva extrema derecha que sobrepasan con mucho los márgenes partidarios de la LN. Un éxito que no se mide solo en votos, sino también y sobre todo en haber conseguido que las posiciones identitarias, excluyentes y punitivas se hayan trasladado desde la marginalidad hasta el mismo centro de la arena política, condicionando hoy buena parte del debate público.

El Movimiento 5 Estrellas. Entre el Qualunquismo y la Cuestión Meridional

Entre los nuevos partidos outsider que en Europa están desafiando con éxito la hegemonía de las organizaciones políticas tradicionales, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) es a la vez el más difícil de interpretar, el más original y el que mejor resultados ha alcanzado hasta la fecha. Para comprender parte de su éxito y naturaleza es necesario mirar al populismo italiano de postguerra que a pesar de su efímera historia marco con su impronta una parte de la política italiana de la segunda mitad del siglo XX. Nos estamos refiriendo al Qualunquismo.

A finales de la Segunda Guerra Mundial se da en Italia un proceso paradójico: mientras el norte del país sigue controlado por los últimos reductos fascistas de Mussolini bajo la llamada República de Saló, en el sur controlado por los aliados el periodista y dramaturgo Guglielmo Giannini funda a finales de 1944 el movimiento Frente del Hombre Cualquiera (Fronte dell´Uomo qualunque, FUQ). Esta nueva formación era, tal y como lo definió su fundador, un partido que luchaba contra todos los partidos, contra lo que significaban los propios partidos y contra los políticos profesionales alejados del pueblo. En la práctica, este movimiento recogía el apoyo de los descontentos, pero moderados, de la clase media, que habían sido la base social inicial del fascismo italiano.

Según Giannini, para gobernar «sólo se necesita un buen contable que entre en la oficina a principios de enero y si vaya el 31 de diciembre». En este sentido, el programa de la formación era muy simple y pivotaba entorno a cinco ejes fundamentales: contra el comunismo y el capitalismo financiero, promulgaba un liberalismo económico y menos impuestos y manifestaba su oposición a la presencia del Estado en la vida social del país. Con este programa se presentó, pocos meses después de su fundación, a las elecciones legislativas, obteniendo el 5% de los votos (1.210.000 sufragios) y treinta escaños. A partir de este momento el FUQ empieza un rápido declive debido fundamentalmente a la falta de consistencia política e ideológica del partido, nucleado en torno a la figura de su líder y a un sentimiento de rechazo del sistema que pronto será canalizado por el recién creado Movimiento Social Italiano. A pesar de su corta existencia, el FUQ mostrará la existencia de un nicho electoral para las opciones populistas de extrema derecha que, tras su disolución, se agruparán mayoritariamente en torno a la Democracia Cristiana y al partido filofascista MSI.

Todavía hoy, en Italia, se sigue empleando la palabra qualunquismo para designar al magma electoral que, en términos más actuales, se conoce como «la mayoría silenciosa». Una «mayoría hasta ahora silenciosa» pero que se muestra profundamente cabreada con el sistema de partidos italiano, es la que nutre social y electoralmente al M5S. En un primer momento para construir los «Amigos de Beppe Grillo» (2005-2006) después para la organización de las movilizaciones del «Vaffanculo Day» (día del «que les den…») contra la casta política, y finalmente para la fundación en septiembre de 2009 del Movimiento 5 Estrellas.

Los primeros test electorales en las elecciones locales fueron modestos y hubo que esperar a 2012 para que el M5S obtuviera sus primeros resultados significativos en algunas ciudades, entre ellas Génova y en particular Parma, donde el M5S logró la alcaldía. Este fue el punto de partida para su primer gran éxito en las elecciones generales del 2013, en las que el M5S se convirtió en el primer partido con 8 691 106 votos, el 25,56 %, contra el 25,42 % del Partido Democrático (PD). Sin embargo, este último obtuvo el 29,18 % de los votos con sus aliados, lo que le permitido gozar de la prima mayoritaria para la Cámara de los Diputados consiguiendo el gobierno.

En las elecciones europeas del 2014, el M5S logró un resultado del 21,16 % frente al excepcional resultado del PD 40,81 % que supuso el momento más dulce de la etapa de Renzzi y con Forza Italia de Berlusconi en fuerte caída (16,81 %). En 2016 llegaron las victorias simbólicas del M5S en Roma y Turín, dejando de ser un experimento político para convertirse en una fuerza consolidada con 45 alcaldías, 15 parlamentarios europeos, 1.700 concejales y a partir de este marzo con 112 senadores y 227 diputados.

El M5S ha girado desde su nacimiento entorno a la figura de dos personas que han construido y definido su proyecto político. En primer lugar el más conocido por el gran público, el showman Beppe Grillo, incisivo orador con sus soflamas contra la casta política, la corrupción y la destrucción del medio ambiente. Y menos conocido pero no por ello menos relevante, el jefe de empresa Gianroberto Casaleggio, propietario de una gran sociedad, Casaleggio Associati, especializada en la comunicación y el marketing, lo que permitido la construcción de una organización centralizada y controlada gracias a una tupida red de internet (muerte de Casaleggio).

Y es que el M5S se asemeja más a una empresa privada que a un partido político. Beppe Grillo es el propietario de su marca, mientras la Casaleggio Associati gestiona su blog personal y toma todas las decisiones organizativas y estratégicas que conciernen al Movimiento. El M5S encarna y anticipa la traducción en el ámbito político del modelo del «capitalismo digital» caracterizado por una amplia y continua participación desde la base (de usuarios, consumidores, activistas en las redes sociales) y por una reducción piramidal en la cúspide. Una masa de individuos llamados a hacer clic cotidianamente en sus ordenadores y smartphones para votar decisiones poco importantes e impulsadas desde las altas instancias, mientras que la toma de decisiones estratégicas está confinado en lugares invisibles y entre poquísimas manos. Un ejemplo perfecto de cómo las retóricas sobre la participación pueden ser utilizadas para diseñar soluciones autoritarias.

Un autoritarismo que se afirma, en primer lugar, en la idea central que el M5S tiene de la política y de los procesos sociales alejados de toda forma de mediación. La política ya no puede estar mediatizada por los partidos o sindicatos (que deben ser superados definitivamente), sino que tiene que ser ejercida directamente por los ciudadanos. Los «ciudadanos» en general -sin distinción de clase, renta o posición en la jerarquía social- son el sujeto y la referencia de la acción del M5S.

De esta forma, el M5S prefigura desde su nacimiento una forma de organización política totalmente posrepresentativa, adaptada a las exigencias de los nuevos actores dominantes del mercado, es decir, las grandes empresas tecnológicas. En el M5S no existen lugares de coordinación y decisión del partido ni a nivel nacional ni regional. Los activistas del partido tienen que ser siempre individuos, no pueden organizarse entre ellos para apoyar posiciones específicas. Sin embargo, el desarrollo del movimiento y su presencia en las instituciones han aumentado el peso de los dirigentes de los grupos parlamentarios de la Cámara y al Senado, formándose a nivel nacional un comité de dirección de cinco personas, pero en el que Grillo se sigue reservando la última palabra.

Una franquicia político-empresarial con grandes dosis de copyright y de marca registrada, un «movimiento» rígidamente controlado y liderado desde un vértice, que recoge y emula reivindicaciones y consignas de los movimientos sociales, pero mezclándolas con apologías del capitalismo «sano» y con discursos superficiales centrados en la honestidad del político/administrador individual, en un programa embarullado.

En 1994, después del terremoto político de Tangentopoli, emergió Silvio Berlusconi como la apoteosis de la antipolítica, hablando un lenguaje vulgar trufado de conceptos empresariales que conecto con el malestar social italiano. Hoy el M5S ha llevado la antipolítica berlusconiana a la perfección, una probeta política que explica el clima de descomposición política y hartazgo que recorre Italia en este momento, catalizando la indignación contra la clase política y como una forma de protesta contra la subordinación del sur.

El M5S pretende no ser ni de derechas ni de izquierdas, no solo porque lo piense, sino sobre todo porque utiliza conscientemente una mezcla de lenguajes, mensajes y propuestas concretas que le permiten atraerse tanto simpatías de la derecha como de la izquierda, en cierta medida un partido «atrápalotodo». Así en temas como en el del medio ambiente, los transportes, los derechos civiles o la energía, defiende un discurso de izquierdas y los militantes del M5S participan activamente en las movilizaciones. En otros terrenos, como las personas migrantes, los derechos de las personas asalariadas del sector público o el papel de los sindicatos, generalmente defiende posiciones de derechas. Es larga la lista de las declaraciones con acentos claramente xenófobos de algunos de sus dirigentes o militantes, destinadas a recoger el apoyo de sectores populares despolitizados o situados a la derecha.

El sistema capitalista no se pone en cuestión en absoluto, solo se denuncian sus excesos y la corrupción de sus gestores políticos, no existiendo ninguna propuesta de redistribución de la riqueza. Por el contra el programa político y los objetivos del M5S se podrían resumir en democratizar y racionalizar la sociedad y el funcionamiento de las instituciones, golpear a la corrupción y los privilegios de los políticos, imponer la transparencia de los actos públicos y el control de la ciudadanía a través de internet.

Aunque, si miramos al M5S desde sus comienzos, se puede observar como Grillo ha desplazado progresivamente a la derecha su discurso político, adueñándose de temas como la protesta contra los impuestos, la asunción del pequeño empresario como referencia social, la libertad de empresa considerada como un bien en sí misma, la desconfianza hacia los inmigrantes y/o mostrándose a favor de la superación de toda contraposición entre empresarios y trabajadores y de una unidad «neocorporativista» entre productores (argumentos típicos de las derechas radicales). Incluso ha aplaudido tanto el Brexit como el triunfo de Trump.

La ausencia de una izquierda italiana de impugnación al sistema con audiencia de masas en los años del inicio de la crisis genero un vacío que el M5S ocupo como partido de protesta…para mantenerlo vacío, convirtiéndose en una fuerza que ha funcionado como «tapón» estabilizando el sistema como la válvula de escape que necesita toda olla a presión.

Un gobierno populista xenófobo con aromas neoliberales

Después de varios meses de debates y con una prorroga pedida sobre la bocina para evitar la repetición electoral, el M5S y la Lega han llegado a un acuerdo de gobierno repleto de retórica proteccionista y neodesarrollista, con promesas contra los tratados comerciales y europeos más neoliberales y en favor de la inversión estatal y las medidas de corte social, pero cargadas todas de fiscalidad regresiva, un enfoque xenófobo transversal (los italianos primero) y poca concreción. Demasiada poca para los baches que se esperan. Italia es el país europeo que más financiación necesitará durante este año. Nada menos que 215.000 millones de euros solo para financiar los vencimientos de deuda y los intereses del sector público. Sumado al resto de desequilibrios acumulados, hoy es probablemente el Estado Miembro más vulnerable a un ‘shock’ derivado, por ejemplo, de una previsible subida de los tipos de interés. Dificultades que podrían aumentar ante la inminente retirada de estímulos del Banco Central Europeo, prevista para septiembre. En este contexto, los inversores han sido claros: si Italia quiere desafiar a los mercados, se enfrentará a un órdago. Acto seguido la prima de riesgo no ha dejado de aumentar.

Pero en el acuerdo de gobierno no hay un plan B para un escenario en el que toda esa desobediencia anunciada a las reglas fiscales de la Troika, imprescindibles para sufragar medidas de aumentos del gasto como el «ingreso ciudadano», no pueda finalmente darse. Y ya sabemos cómo suelen terminar las batallas entre los discursos nacionales antiestablishment y la rigidez de las políticas monetarias comunitarias. Pero tampoco hay medidas detalladas sobre cómo se conseguirían muchas de las reformas populares anunciadas en el campo de las pensiones o del sistema bancario.

Donde sí hay concreción es, sin embargo, en la construcción de nuevos centros de internamiento de extranjeros, en la revisión de las misiones de salvamento marítimo en las costas italianas, en el aumento de la criminalización de las ONG de rescate en el Mediterráneo y en la expulsión de 500.000 migrantes. Qué casualidad.

La Liga ya consiguió que la inmigración y la seguridad se convirtiesen en el eje central, por no decir el monotema de la campaña electoral, ahora ha logrado impregnar de xenofobia y autoritarismo el pacto de gobierno y las primeras semanas del gobierno hasta conseguir convertirse en el principal partido en intención de voto. Durante las negociaciones, Salvini dijo que el nuevo gobierno solo se conformaría si la Lega contaba con riendas libres para luchar contra «el negocio» de la inmigración «ilegal» (sic). Parece que Salvini no solo está teniendo las manos libre para aplicar su programa xenófobo de criminalización de la migración y las ONGs sino que está condicionando publica y políticamente el conjunto del gobierno. Un paso más en la normalización europea del discurso, propuestas y medidas de la extrema derecha. Lo que hace solo una década sería impensable, hoy se instala como una pieza que pugna por la hegemonía del panorama político.

Por su parte, el M5S, principal vencedor de las elecciones, nos muestra de nuevo los riesgos de seguir agrandando y readaptando la brecha abierta por el berlusconismo como vía para ocupar los vacíos dejados por la caída de los grandes partidos tradicionales, agregando nuevas mayorías en torno a cuestiones difusas y cambiantes que no atacan los verdaderos problemas sociales ni mucho menos sus causas, función que ocupan los chivos expiatorios sustitutivos. Una oligarquía reducida a una casta folclórica, un creciente discurso anti-inmigración y, ahora, una vertiginosa transición desde el euroescepticismo, hasta hace poco eje central del partido, a reclamar en el acuerdo de gobierno «el pleno cumplimiento de los objetivos del Tratado de Maastricht». Una desorientación post-ideológica que se vuelve arcilla fácilmente maleable en manos de una Lega firme y con hegemonía creciente.

De esta forma, se conforma un acuerdo de gobierno tan liberal como populista, por mucho que les chirríe esa articulación a los voceros del extremo centro. Y precisamente por ello, presiones internacionales y financieras mediante, muy probablemente terminará siendo un gobierno asumible por la UE y la UE un sapo asumible para el nuevo gobierno bipartito. Porque la retórica populista se traga mejor cuando se acompaña de una buena ración de real politik compatible con el austericidio neoliberal y el refuerzo de la Europa Fortaleza.

Primero, porque la Lega ya gobernó durante nueve años con Berlusconi, apoyando las mismas políticas que hoy la UE exige a Italia. De hecho, las élites europeas ya habían rehabilitado y avalado la candidatura de Berlusconi en marzo, que se presentaba en coalición con la propia Lega sin que ello hiciese chirriar ningún cristal en Bruselas o Frankfurt. Segundo, porque el M5S necesitaba tocar gobierno a cualquier precio antes de que se le pinchara un globo que sus propios dirigentes saben tan volátil como temporal. Tercero, el primer pulso político con Bruselas, el ministro de economía «anti-euro», se saldó con una retirada que permitió no repetir elecciones. Cuarto, la desobediencia a la UE se ha canalizado como, hemos visto estas semanas, en el cierre de los puertos italianos a los barcos de las ONGs de búsqueda y rescate, una medida que no tiene ningún impacto sobre la ortodoxia económica neoliberal y que por el contrario se enmarca en la deriva xenófoba de gobiernos como el húngaro o austriaco.

De ahí que en Italia estemos ante un gobierno y unas políticas de corte Lib-Pop (liberal-populista). Aunque, para ser exactos, cabría afinar un poco más y definir este liberal-populismo como una articulación de neoliberalismo y populismo xenófobo. Y ahí están para demostrarlo las dos medidas estrellas del pacto de gobierno: impuesto único y repatriaciones masivas de migrantes. Una articulación cada vez más común en Europa y cada día más compatible con la UE realmente existente.

Para que se lo hagan mirar quienes aún siguen pretendiendo marcar una línea roja entre el liberalismo europeísta de Macron y el nacionalismo xenófobo de Le Pen (y sus correspondientes aliados y contrapartes europeas). Bajo esa dicotomía tramposa se esconde un binomio cada vez más engrasado y que, en Italia y en Europa, va camino de marcar los grandes ejes políticos del próximo periodo. Berlusconismo y lepenización caminan hoy de la mano en Europa, reforzando a Maastricht y a la Europa Fortaleza como dos caras de la misma moneda. Y en Italia, un país central de la UE y de la zona euro, vamos camino de tener un nuevo gobierno que beatifique esta nueva Gran Coalición. Tomemos nota porque el enemigo está mutando y, por ahora, va ganando.

Notas:

1/ Xavier Casals i Meseguer, Ultrapatriotas, p. 122.

2/ José Luis Rodríguez Jiménez, La extrema derecha europea, Alianza Editorial, Madrid, 2004, p.163.

Miguel Urbán Crespo es eurodiputado de Podemos y miembro del Consejo Asesor de viento sur.

Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article13954