En vísperas del décimo aniversario del nueve de enero de 2013, donde tres importantes dirigentes kurdos murieron en un atentado en París, se ha vuelto a producir otro ataque contra la comunidad kurda en el mismo distrito diez de la capital francesa. Hasta ahora se sabe la identidad del atacante y sus antecedentes racistas. También que el objetivo material ha sido la comunidad kurda.
Pero al mismo tiempo las dudas y las preguntas no dejan de sucederse. Parece ser que el atacante, a pesar de sus antecedentes no ha encontrado muchas dificultades para armarse y perpetrar el atentado a plena luz del día (no consta ningún seguimiento o control oficial), ¿por qué actuó con tanta libertad? Algunas fuentes señalan que fue llevado hasta las cercanías del ataque en un coche, ¿quién lo hizo? ¿Por qué las autoridades no han reaccionado ante las amenazas vertidas contra el centro kurdo semanas antes del ataque? De hecho, la intervención policial no fue rápida, y fueron los propios kurdos quienes detuvieron al atacante.
Otro aspecto clave puede ser la convocatoria de una reunión importante del movimiento de mujeres kurdas (se esperaban unas 60 personas), para preparar las manifestaciones del 4 y 7 de enero, en conmemoración del décimo aniversario del atentado de 2013. Se atrasó en el último momento, y por ello tal vez pudo evitarse una matanza más grande. ¿Conocía la convocatoria el atacante? ¿Quién le suministró la información?
De momento, el detenido se encuentra en la enfermería psiquiátrica, y si finalmente fuera hospitalizado, podría perderse su pista, y el proceso de investigación sufriría también una demora por tiempo indefinido.
La sombra de los servicios secretos turcos planea sobre este atentado. Tal vez por eso, al igual que en el ataque de 2013, las autoridades francesas no demuestran mucho interés en esclarecer la autoría y patrocinio de los mismos. En 2013, se produjo el arresto de un ciudadano turco, Omer Guney, de 32 años, como presunto autor del atentado. Murió en prisión de una enfermedad, antes de ser juzgado. Además, tenía importantes conexiones con los servicios de inteligencia turcos (MIT). Desde entonces, las autoridades francesas han clasificado el caso como secreto de defensa (una especie de secreto de estado), y se han negado a levantar el mismo, impidiendo que el juez instructor y los abogados de las víctimas kurdas accedan a los informes de los servicios de inteligencia franceses, que mantienen vínculos de carácter oficial con el MIT.
La presencia de importantes recursos de los servicios secretos turcos en el estado francés y en otros estados europeos es de sobra conocido por las autoridades locales. Turquía lleva tiempo utilizando Europa para atacar a sus “enemigos internos”. En ocasiones utilizando a los “Lobos Grises” o a lobos solitarios. Por ello, el interés turco por buscar tensionar las relaciones de París con el movimiento kurdo cabría en la ecuación de los actores e intereses en torno al atentado.
No conviene olvidar tampoco las presiones que desde Ankara se suceden de cara a una integración de Suecia y Finlandia en la OTAN. Las contrapartidas exigidas por las autoridades turcas son conocidas, perseguir a la militancia y refugiados kurdos (utilizarlos como moneda de cambio) y a los seguidores del religioso turco, Fethullah Gülen.
La calificación oficial del ataque también es importante. No es lo mismo calificarlo en la terminología oficial como “racista” o como “terrorista”. Desde un primer momento, las autoridades francesas parecen querer situarnos ante un ataque “racista”, tratando de que el atentado adquiera pública y oficialmente las ramificaciones políticas que acarrearían su calificación como “atentado terrorista”.
Ese intento de desviar el objetivo kurdo del ataque choca con algunos datos que se han ido conociendo estos días. Las tres personas muertas son kurdas, el ataque se produjo contra centros y establecimientos kurdos, a pesar de que en la misma calle se encuentran negocios de ciudadanos africanos, en esa calle se ubica la sede del Consejo Democrático Kurdo de Francia, cuyos dirigentes habían trasladado a las autoridades francesas su preocupación hace varios días por las amenazas que estaban recibiendo.
El enfrentamiento de Turquía contra el pueblo kurdo es el eje central. Hace diez años, el ataque contra los kurdos en París tuvo lugar cuando se vislumbraba un posible proceso de negociaciones de Erdogan con los kurdos. Se vio la mano del estado profundo, para boicotear el proceso.
En estas semanas, la actualidad en torno a Rojava ha sido protagonista. Tras ataque de Estambul en noviembre, Ankara acusó al movimiento kurdo (algunas fuentes señalan un ataque de falsa bandera), y aprovechó la situación para atacar al pueblo kurdo dentro de las fronteras de Siria, amenazando además con una invasión terrestre (frenada de momento por las presiones de EEUU).
El periodista Maxime Azadi ha buscado contextualizar los hechos y la desinformación en torno a la «ira» de los kurdos, “el enfado no es nuevo. Durante meses, la comunidad kurda ha salido a la calle para denunciar las invasiones turcas y los crímenes de guerra. Los medios de comunicación occidentales no hablan de ello y sus ciudadanos no saben por qué los kurdos están enfadados. Turquía es un aliado de la OTAN. Ningún país occidental condena a este Estado genocida”.
Y como apunta un militante kurdo, “el ataque de estos días es una continuación de los asesinatos de 2013. La población kurda ya no vive segura en Europa. Los kurdos no sólo somos perseguidos y oprimidos en nuestro país de origen. En el corazón de Europa somos también el objetivo de los fascistas y de los servicios secretos turcos, pero también de los aparatos de represión”.
Txente Rekondo. Analista internacional
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