Sin mucha pompa, sin anuncios rimbombantes, como un tumulto venido de las sombras, una masa de campesinos se fue insertando en una Asunción sumida en su magra rutina. La población asuncena amaneció un lunes 4 de abril de 2016 con un ventarrón inesperado. Era un sorpresivo torrente que fue creciendo a medida que avanzaban las […]
Sin mucha pompa, sin anuncios rimbombantes, como un tumulto venido de las sombras, una masa de campesinos se fue insertando en una Asunción sumida en su magra rutina. La población asuncena amaneció un lunes 4 de abril de 2016 con un ventarrón inesperado. Era un sorpresivo torrente que fue creciendo a medida que avanzaban las horas. Comenzaron a producirse los primeros atascos en el tránsito. Los asuncenos absortos sentían como que su espacio les fuera usurpado por quienes desde siempre debían estar invisibles. Tanto que su existencia no cabía en la consideración de su estrechísimo horizonte. La sorpresa de algunos era que ya estábamos en abril, y la acostumbrada marcha de marzo de todos los años, no podía ser. De cualquier manera, a nadie se le ocurrió que la nueva presencia campesina, tendría la dimensión y la tenacidad a la que fue llegando y a donde llegó.
Cuando el carácter de esta lucha iba dando cuenta de sus claros y precisos propósitos, sin consignas generales a las que nos tenían acostumbrados las anteriores inmediatas marchas, y sobre todo, cuando se iba confirmando la inequívoca intención obstinada que se percibía en el espíritu de sus componentes de aguantar el tiempo que sea necesario hasta lograr los resultados que le motivaron, los histéricos perifoneros de la prensa empresarial paraguaya se hicieron sentir. Era un coro monocorde, recurrente, con la poquísima creatividad que les caracteriza. Le faltaban adjetivos que iban sacando de donde podían para descargar su amarillenta ponzoña para desdeñar y satanizar la presencia de quienes necesitaban hacerse oír por fin. Pocas veces en nuestra vivencia ciudadana y sobre todo citadina, se habrá podido sentir tanto racismo en nuestro país. La experiencia estaba sirviendo para mostrar toda la miseria de que es capaz nuestra prensa empresarial criolla, expresada en la voz y la tinta de sus personeros.
¡No!, ¡esto era intolerable! Cómo podían pretender estos «haraganes», «sinvergüenzas», «delincuentes», «facinerosos», «inadaptados», y sobre todo, irrespetuosos de los derechos de terceros, pretender impedir nuestra sana e impoluta cotidianeidad.
Pero quiénes son los tan mentados «terceros». En virtud de qué principios se funda esa fantasiosa categoría que pretende separarnos de una parte enorme de nuestra sociedad que está sumida en la miseria, y a la cual más temprano que tarde habrá que considerar si no queremos que esto explote inexorablemente, porque son parte de la sociedad en que vivimos y que supuestamente organizada políticamente, se constituye en Estado. Nada justifica la postergación indefinida de los millones de compatriotas que vienen padeciendo la exclusión como consecuencia de los abusos de una oligarquía latifundista y financiera en una obscena y ancestral concentración de las tierras.
Los «terceros» que instalan la matriz de opinión desde el dominio del oligopolio mediático, a los «terceros», muchos incautos honestos empleados del crisol de clases que abarca, no tienen más remedio que reproducir los epítetos generados por la usina mediática. Estos «haraganes» no nos dejan trabajar, «las deudas que se contraen hay que pagar», «a mí me gustaría que me condonen mis deudas». Versitos recurrentes de los mediocres perifoneos que se dicen periodistas. Pero estos servidores del gran capital mediático, no dicen, no porque no saben, sino por su incondicionalidad a sus patrones, que no todos pagan sus cuentas. No sólo lo que tiene que ver con Azucarera Iturbe y el empresariado del transporte, de lo cual mucho se habló. Ellos no emiten sonido alguno acerca de cómo llegaron a acumular quienes hoy conforman la clase privilegiada que hoy sojuzga al campesinado. De cómo se hicieron de esas grandes extensiones de tierra destinadas al cultivo de soja, que desde su despiadada y contaminante expansión, expulsa campesinos que van configurando los cinturones de pobreza en la ciudad, tratando de sobrevivir con múltiples recursos, «infestando «el aire de los «terceros».
Una lucha se justifica cuando logra resultados
Pero soportando todos los agravios, durmiendo en el piso de una plaza, marchando y tragando insultos, la lucha campesina aguantó nada menos que 23 días. Una tenacidad no vista en décadas en nuestro país. Desde el insulto presidencial de «sinvergüenzas», pasando por la indiferencia y el desprecio de los altos funcionarios del gobierno, la obstinada tenacidad de los campesinos, logró llegar hasta la residencia presidencial, para negociar de igual a igual con los mismos. Ahí tuvieron que estar, mal que les pesó, en la mesa de negociación, ministros, presidentes de la Banca Central y de Fomento, secretario del Indert y otros jerarcas del aparato gubernamental.
El motivo real de la lucha
Bien cabe aclarar para quienes quisieron y siguen queriendo buscar invalidar la lucha campesina, que lo que realmente motivó la lucha era la preservación de las tierras de una gran cantidad de pequeños productores campesinos que estaban a punto de perderlas, porque tenían las deudas vencidas, por la imposibilidad de pagar dada la acumulación de los intereses de los préstamos contraídos. Si ese fue el propósito, al fin y al cabo, la condonación pasa a ser una cuestión accesoria. Con el acuerdo alcanzado con la lucha, si el mismo se cumple, esta lucha campesina habrá sido sin dudas, justificada. Simplemente porque fue una lucha con resultados. Y el resultado fundamental es, sin dudas, la preservación de lo que para el pequeño productor rural es esencial: la tierra. Esa tierra que estaba en la mira de los voraces e históricos buitres de la tierra en nuestro país. Esos que de esa forma vienen concentrando tierras para desgracia del campesinado pobre se quedaron con las ganas, al lograr la lucha la liberación de los intereses de sus deudas y la financiación a 10 años a una tasa accesible, con dos años de gracia.
Hoy los citadinos del área metropolitana de Asunción podemos decir, sin ambages, que esta marcha campesina fue un ejemplo para toda la ciudadanía paraguaya. Fue una lección de quienes al límite de la sobrevivencia, llevados por su necesidad impostergable de vivir, superaron todas las barreras marcadas por el ignominioso cerco mediático que trata en lo posible de mantener el estado de cosas. Creo que bien cabe reconocer que, un sector importante de nuestra población fue, sin embargo, salvado de ese cerco del oligopolio mediático, por la heroica y desigual lucha emprendida por los medios alternativos.
Hoy podemos decir que empezamos un nuevo capítulo en nuestra historia. Podemos hablar de un antes y un después de esta lucha.
Bienvenido sea este nuevo capítulo que abrirá el camino de las luchas que vendrán hacia un ordenamiento más equitativo en el Paraguay.
Carlos Verón De Astrada, abogado y economista, es miembro de la Secretaría de Relaciones Internacionales del Frente Guasu.
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