En las circunstancias actuales de negociación con lo que antes se llamaba la Troika, el relativo aislamiento político que padece Syriza en Europa no ayuda y, por el momento, las alternativas exploradas para obtener financiación y sacar adelante las necesidades financieras del país pueden ser insuficientes. Afrontan una situación de chantaje, en la que el […]
En las circunstancias actuales de negociación con lo que antes se llamaba la Troika, el relativo aislamiento político que padece Syriza en Europa no ayuda y, por el momento, las alternativas exploradas para obtener financiación y sacar adelante las necesidades financieras del país pueden ser insuficientes. Afrontan una situación de chantaje, en la que el pago de los compromisos actuales de devolución condiciona el siguiente desembolso de tramos de financiación o, a finales de Junio, la definición de un nuevo acuerdo que impida la bancarrota de la banca griega.
Cualquier alternativa tiene sus costes, aunque proseguir aceptando las condiciones impuestas por las instituciones europeas tiene las peores perspectivas a medio y largo plazo. Y eso, más allá de que a corto plazo impida un colapso relativamente rápido del sistema bancario griego y el efecto de contagio empobrecedor hacia el resto de la economía. Proseguir en el cumplimiento de los compromisos impuestos hasta ahora implica no sólo profundizar en la lógica de recortes y privatizaciones, en una lógica de austeridad, también supone entregar las llaves de la soberanía a las instituciones que antes constituían la Troika y, fundamentalmente, deslegitimar al gobierno de Syriza que se vería, ante los ojos de la población griega, impotente para cumplir las expectativas creadas.
Hasta la mejor de las negociaciones necesita de armas creíbles para alcanzar un buen resultado. A este respecto, Grecia cuenta en la baraja con diferentes buenos reyes, pero no cuenta con lo ases necesarios mientras no cuente con la solidaridad internacional.
En las negociaciones, si planteas alcanzar un resultado mínimamente favorable, el desacuerdo ha de tener una perspectiva de credibilidad y debe conmover a la contraparte porque contiene consecuencias que no quiere asumir. Una estrategia alternativa, sea para romper o sea para alcanzar un acuerdo digno, exige disponer de amenazas creíbles y un Plan B. Un plan B que sea de consenso en Syriza, lo cual implica reconocer las zonas de razón útiles de las diferentes partes que la componen.
En las actuales circunstancias, emprender una iniciativa de salida de la eurozona acarrearía consecuencias inmanejables para Grecia y añadiría problemas. Por tanto, la consigna sigue siendo correcta: «ningún sacrificio por el euro». Esa estrategia de priorizar aspectos esenciales para la soberanía y las condiciones de vida de la mayoría de la población griega, responsabilizando a las instituciones europeas sobre el hecho de que Grecia continúe o se vea obligada a salir del euro, funciona como una amenaza y puede ser útil. Amenaza que sería incluso más fuerte si estuviésemos hablando de Italia o de España. Debe recordarse que la cadena de consecuencias de un cierre financiero y un eventual «accidente» que condujese a un default o a la salida del euro tendría un impacto notable (un 2% del PIB europeo en términos medios) y debilitaría la credibilidad del euro, mostrando por episodios a otros países que, dado el caso, se puede abandonar el euro, lo que llevaría a los especuladores corporativos a operar contra la moneda única.
Disponer de un plan B es crucial, tanto para ver qué caminos alternativos pueden cruzarse según los escenarios que se abran, como para ofrecer una credibilidad en la negociación de cualquier acuerdo.
Parece evidente que las circunstancias son adversas. Grecia no cuenta con una economía autocentrada, con industria propia; apenas cuenta con el refino del petróleo y, fundamentalmente, el turismo, más allá de su lugar geoestratégico en términos militares así como de posible zona de paso del gas ruso. Por el momento aún no cuenta con gobiernos amigos que permitiesen emprender iniciativas solidarias, que sostuviesen, de manera bilateral (o, en caso de que hubiera 8 países dispuestos a ello, recurriendo a la cooperación reforzada en el seno de la UE) con acuerdos comerciales, financieros y de inversión, o incluso, yendo más allá, estableciendo iniciativas conjuntas de colaboración entre diferentes sectores públicos. Sería necesario un escenario de unos pocos países para que Grecia pudiese encontrar espacio y oxígeno como caldo de cultivo de una política alternativa. Este hecho va a definir notablemente las perspectivas de Grecia.
Ahora bien, sería sumamente contraproducente profundizar la dependencia y el empobrecimiento de la economía griega, gestionando la austeridad y dando un mensaje de que «no se puede».
A este respecto, parece especialmente razonable plantear, como mínimo un Plan B consistente que permita enfrentar, esperemos que por un periodo no demasiado largo, una situación muy complicada. Ese Plan B tendría que contemplar las siguientes esferas de intervención:
• Impago selectivo de la deuda en base a razonamientos de legalidad, odiosidad, sostenibilidad social y legitimidad. Habría que contemplar el trabajo realizado por el Audit Truth Committee on Greek Debt.
• Intervención del sistema bancario griego, para nacionalizarlo sin asumir sus cargas de insolvencia. Unificación de la banca griega y establecimiento de un control transitorio de movimiento de capitales.
• Emisión de pagarés para poder hacer frente a carestías de circulación e impedir el cortocircuito de las transacciones, aún a sabiendas de que eso implica una doble moneda y una devaluación de facto de la economía griega. Esta medida podría ayudar a atraer turismo e inversores.
• Emprender una política de inversión generadora de empleo.
• Reforma fiscal que haga recaer el esfuerzo fiscal en las grandes fortunas, propietarios de la tierra y rentas altas.
• Recortes drásticos en los gastos militares.
• Invitación a otros países, sean de la UE o fuera de ella, a establecer un marco de cooperación financiero, comercial y de inversiones de cara a poder llevar adelante políticas alternativas, solidarias y generadoras de empleo y actividad socialmente útil. Ampliar las relaciones con países de fuera de la UE.
Esta iniciativa debe contar con el respaldo del pueblo griego y de todo el posible que se pudiera recabar del europeo.
A este respecto, debe explicarse al pueblo europeo la operación de socialización de pérdidas a gran escala emprendida por las instituciones como el BCE, con el establecimiento de siniestros, ilegales y odiosos fondos como el European Financial Stability Facility (y su sucesor, el European Stability Mechanism), que no sólo se salta la regulación europea, abriendo un fondo privado -con garantías públicas-, en un paraíso fiscal como Luxemburgo, sino que ha generado la mayor operativa de salvación de la banca privada centroeuropea que se conoce a cargo del erario público de los Estados miembros, empujados por los gobiernos alemán y francés. Un mecanismo de extorsión financiera, dirigido por los principales gobiernos centroeuropeos, a sugerencia de las élites financieras, y que de profundizarse finalizarán el proceso de colonización económica de la periferia europea.
Si se consiguiese una alianza entre sujetos que promoviesen una conferencia europea para cambiar las reglas europeas, ese sería un magnífico objetivo, pero es posible que no se produzca. Mientras tanto, y en la perspectiva que un marco supranacional solidario cobre espacio algún día, hay que seguir caminando.
Este camino no será fácil. Es casi seguro que las instituciones europeas no accederán, porque de momento tienen mejores cartas. Las buenas soluciones, emancipatorias y a favor de la justicia y la democracia, dependen de que varios gobiernos sustentados por las clases populares, prosigan la brecha y la avenida abierta por el pueblo griego. Habrá meses duros que, para superarse, deberán explicarse con paciencia, quizá recurriendo a un referéndum o una acción gubernamental ya prevista en el programa, para ver en qué condiciones se devuelve y hasta qué punto, la deuda, facilitando una campaña que haga comprender los retos que esto comporta. A su vez, ha de buscarse la complicidad de los pueblos europeos, de sus clases trabajadoras, a las que las instituciones europeas les han cargado con el peso de la deuda generada con sus políticas.
Cualquier tentación de decir «ahora hay que dar un paso atrás para esperar mejores condiciones» también empeorará la situación, salvo que el acuerdo respetase y cubriese las líneas rojas planteadas hasta ahora. Lo que no parece que sea el caso. Defraudar las expectativas y profundizar en la dependencia del pueblo griego, será el peor ejemplo para otros pueblos. Sin duda alguna, el empobrecimiento temporal tampoco será agradable, pero cabalgado por el objetivo de recuperar la dignidad, la soberanía y manteniendo el ejemplo, abriría la esperanza y un escenario bien diferente para los años venideros. El momento es ahora y no puede volverse a caer en la tesitura de dar una patada hacia delante a los conflictos…
Fuente original: http://www.vientosur.info/spip.php?article10163