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Un silogismo sobre el euro, la izquierda y el sendero de los caminos que se bifurcan

Fuentes: Rebelión

Tomo pie en un paso argumentativo del libro de Frédéric Lordon [FL] sobre la moneda europea y la soberanía democrática [1]. No se puede contar con Alemania, con la actual Alemania, señala FL y parece razonable su afirmación, para una forma común monetaria «que no cumpla sus condiciones». Por ello, por el momento, habrá que […]

Tomo pie en un paso argumentativo del libro de Frédéric Lordon [FL] sobre la moneda europea y la soberanía democrática [1].

No se puede contar con Alemania, con la actual Alemania, señala FL y parece razonable su afirmación, para una forma común monetaria «que no cumpla sus condiciones». Por ello, por el momento, habrá que pensar en una alternativa que la deje fuera. Aunque solo fuera por eso, sostiene nuestro economista-filósofo, habría que abrir los ojos a quienes desde la izquierda siguen creyendo que se puede cambiar el euro actual, el euro de los 17. Este es el centro de su argumento.

¿Cambiar? Cambiar sería aquí, creer, sostener, apostar, que se puede pasar del actual euro -del euro austeritario en palabras del autor- a un euro, ¡por fin un final feliz!, renovado, progresista y social, muy social. No habrá tal en opinión de FL. ¿Por qué? Por lo siguiente:

Además de la intransigencia alemana (del gobierno alemán y sistemas afines debería haber escrito FL, un pelín nacionalista en bastantes ocasiones), basta recordar que en el estado «de incrustación institucional de la actual unión monetaria» -otra de sus tesis razonables- no existe instancia política alguna que lo permita.

Pero esta imposibilidad, este el punto fuerte de su reflexión, obedece sobre todo a una razón mucho más fuerte que puede expresarse mediante un silogismo (de hecho, no es un silogismo propiamente sino un argumento con dos premisas).

Premisa mayor escribe el propio London: el euro actual es el fruto de una construcción cuyo resultado -así era la intención, así era ya en su diseño- ha sido favorecer los mercados de capitales y organizar su dominio de las políticas económicas europeas.

Premisa menor: todo proyecto de transformación significativa del euro -esa es la expresión que usa London sin preciar más pero dejándose entender- es ipso facto un proyecto que menoscaba el poder de los mercados financieros y expulsa a los inversiones internacionales de los ámbitos en que se deciden las políticas públicas.

Ergo… FL extrae dos conclusiones encadenadas. La primera: los mercados jamás permitirán (si pueden permitirlo, habría que haber añadido) que delante de sus narices se conciba un proyecto cuya finalidad evidente sea privarles de su poder disciplinario. El realismo sucio y zafio sería una forma afable de designar sus actividades.

La segunda: en cuanto dicho proyecto tuviera un mínimo de consistencia política y de posibilidades de llevarse a efecto, se desataría una ola especulativa, una aguda crisis de mercados que no dejarían ningún margen para la institucionalización de una moneda alternativa. Ninguno. De tal modo que, en tales condiciones, la única salida sería volver a las monedas nacionales pero de forma impuesta y sin condiciones de sosiego.

Conclusión política de ambas conclusiones encadenas: «en cuanto se empezara a tomar en serio su proyecto de transformación del euro, la izquierda-que-sigue-creyendo-en-él tendría que escoger» entre guatemala y guatepeor, entre la impotencia indefinida («nada podemos hacer, no hay más, lo que hay») o la llegada de lo mismo que pretende evitar: ¡la vuelta a las monedas nacionales! (acaso en peores condiciones podría añadirse).

Hasta aquí el «silogismo» lordoniano.

Sé que los buenos argumentos exigen validez en el razonamiento y veracidad en las premisas. No se me escapa que la distancia entre la aceptación teórica de un argumento y su puesta en práctica exige, en ocasiones, semanas, meses, años incluso, de lucha cultural y política. Tenaz, insistentemente. Tampoco que son necesarias condiciones políticas muy excepcionales por el momento para poder hincar el diente al tema. Años-luz estamos de ella. No olvido que una cosa son las condiciones necesarias y otras las suficientes ni tampoco el miedo o temor más bien que a todos nos causa lo desconocido, o mejor, lo aún no conocido si tenemos algo que perder (por poco que sea), ni, por supuesto, la probable fuerte reacción de la Bestia: ¡danzad malditos, danzad!

Sea como sea, aceptado lo anterior, ¿ven ustedes posibilidades de falsar este argumento?

¿Algún problema con la premisa mayor? ¿No la avalan muchos hechos empíricos, un creciente panorama de desolación social en muchos países de la eurozona, más allá de que la intencionalidad fuera o no fuera inicialmente la conseguida?

¿Pegas con la premisa menor? ¿Podría argüirse que un proyecto de cambio significativo no alteraría sustantivamente el poder del capital, aunque uno de sus proyectos estuviera herido de muerte? Tal vez. Nadie ha hablado de que la consideración de la salida de la unión monetaria equivalga a la revolución socialista mundial y que los inversores internacionales no puedan pensar en otros caminos de retorno. Pero, desde luego, los golpes parciales son golpes y hay que tenerlos muy en cuenta.

¿Debemos admitir la primera conclusión? ¿Se colige de lo anterior? No queda otra. Si pueden, no parecen que vayan a permitir merma de su poder. No creemos, ya no podemos, en la perspectiva bondadosa y angelical de la historia. Es Lucifer quien parece moverla.

¿Y la segunda inferencia? El panorama es más complejo, sin duda, no puede explicarse todo, pero posiblemente la vuelta a las monedas nacionales fuera, en aquellas circunstancias, la salida menos lesiva. O eso… o la impotencia y el servilismo total. Recordemos Syriza y Grecia.

Luego, por tanto, parece imponerse la inferencia final de Lordon. Problema pendiente, el gran problema: ¿con qué fuerzas contamos en estos momentos para poner un cascabel a un gato tan enorme, despiadado, antiobrero y salvaje?

Hay que empezar a hacerlo, pasito a pasito. De acuerdo. Acaso sea este el programa de la hora. Una larga marcha que exige conquistas parciales, no perder el rumbo y mucha paciencia y pedagogía. Y atención, mucha atención, para asestar un golpe audaz. Y algo más: no engañarnos y no engañar a nadie. Aunque la verdad, en ocasiones, cueste echarla de la boca.

Notas.

[1] Frédéric Lordon, La chapuza. Moneda europea y soberanía democrática, Vilassar de Dalt, El Viejo Topo, 2016, pp. 175-176.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.