Las elecciones europeas del domingo van a ser particularmente intrascendentes. El voto no decide absolutamente nada, pues el Parlamento Europeo pinta bien poco. Además, el sistema UE que decide casi todo lo fundamental en la política de los países miembros, no está sometido a voto. La política económica y monetaria la deciden los bancos, el […]
Las elecciones europeas del domingo van a ser particularmente intrascendentes. El voto no decide absolutamente nada, pues el Parlamento Europeo pinta bien poco. Además, el sistema UE que decide casi todo lo fundamental en la política de los países miembros, no está sometido a voto. La política económica y monetaria la deciden los bancos, el BCE y la Comisión, la política exterior y de seguridad sigue siendo cosa del Pentágono a través de la OTAN, y el marco general viene determinado por unos tratados europeos que están blindados por su principal beneficiario, Alemania, para que no se puedan cambiar. La comedia es manifiesta.
El gran Partido Neoliberal Unificado Europeo (PNUE), con sus dos grandes tendencias, cristianodemócrata y socialdemócrata, presenta estas elecciones como una cuestión de vida o muerte, de guerra o paz, en tonos tremendistas que contrastan mucho con la absoluta intrascendencia del asunto. Todos hablan de «elecciones decisivas», de liberales contra autoritarios y de «proeuropeos» contra «antieuropeos». Parece que la propia civilización esté en juego.
El partido de Macron nos presenta un cartel en el que aparecen las Trümmerfrauen , las mujeres alemanas que en 1945 recogían los escombros de sus destruidas ciudades. El partido de Merkel nos ofrece una foto en blanco y negro de las ruinas del Reichstag de Berlín de aquel mismo año, contrapuesta con una foto en color del mismo edificio ya restaurado y con una pareja que se hace un selfie, bajo el mensaje: «La paz no es algo evidente».
En siete ciudades alemanas se celebraron el domingo manifestaciones «europeístas» (socialdemócratas, verdes y hasta Die Linke) bajo el lema: «Una Europa para todos: tu voto contra el nacionalismo». «Nacionalistas y ultraderechistas quieren acabar con la UE y afianzar de nuevo el nacionalismo», rezaba el manifiesto de la convocatoria. Es un mensaje doblemente confuso, primero porque el nacionalismo (exportador alemán) ya domina la UE desde hace tiempo, y segundo porque según encuestas, los ultras seguirán bien lejos de decidir nada en el Parlamento Europeo: no mucho más de 100 diputados sobre un total de 751, según el Frankfurter Allgemeine Zeitung . Toda esta histeria no es seria. El dominio del PNUE está garantizado en el próximo Parlamento Europeo, que de todas formas apenas decide nada.
El «más Europa» de los (mal)llamados «europeístas», es decir transferir más competencias y poder al sistema UE, significa arrebatar la poca democracia que queda en los estados nacionales para engrosar instituciones que no están sometidas a control ciudadano alguno. Y eso es precisamente lo que engorda al «antieuropeísmo», con lo que el «más Europa» equivale a abonar un nacionalismo reactivo frecuentemente ultra. En medio de esta amalgama, el único resultado claro es que la UE del PNUE (Partido Neoliberal Unificado Europe) se hace más parda, más xenófoba, más militarista y más sensible a la ultraderecha, como ya se está viendo .
Como ha explicado Oskar Lafontaine, la canciller Merkel lo dijo todo en su último discurso electoral pronunciado el sábado en Zagreb. No se dejó nada. Europa es «un proyecto de paz» (por eso colaboramos con las guerras de Estados Unidos en Oriente Medio y Afganistán, nos rearmamos y enviamos tropas a África), «un proyecto de libertad» (por eso nos implicamos de forma tan decidida por la libertad de Julian Assange), «y un proyecto de bienestar» (por eso Grecia y otros países del sur como España, Italia y Portugal, sufren recortes sociales y salariales dictados por el nacionalismo exportador de Alemania). «El nacionalismo es el enemigo del proyecto europeo», dice Merkel, que por una vez acierta aunque sin referirse al suyo. «Cuando defendemos nuestros intereses sabemos ponernos en el lugar de los otros», dice la Canciller que se ha cargado el legado de Willy Brandt con una política de sanciones y confrontación con Rusia, precisamente por ignorar los intereses de ese país. Todo esto, ¿es cinismo o es ceguera?, se pregunta Lafontaine.
Y lo peor es que toda esta gran comedia puede saltar por los aires en cualquier momento. El sector financiero sigue sin estar regulado. Los sistemas de garantía están en pañales y si la banca vuelve a petar no habrá de donde sacar el dinero, advierte con su habitual buen juicio el economista aterrado Frédéric Lordon , que cita el diagnóstico de Thomas Piketty: «nos arriesgamos a revivir 2008, pero en peor». ¿Se dejará la ciudadanía atracar de nuevo y con mayor intensidad? Aquí es donde regresamos a la importancia de los gilets jaunes , el movimiento social francés.
Después de más de seis meses, decenas de miles de franceses continúan movilizándose cada sábado. Últimamente la participación ha decaído. ¿Y qué? No todo el mundo está dispuesto a jugarse el tipo. A finales de abril el balance de daños del movimiento era: un muerto, 248 heridos en la cabeza, 23 personas que han perdido un ojo, cinco con manos o dedos mutilados, miles de detenidos y decenas de miles de gaseados y maltratados por una violencia policial inusitada que no ha respetado a periodistas ni a veteranos. La policía de Macron ha utilizado granadas explosivas antidisturbios (GLI-F4) y proyectiles de goma (LBD40) que han hecho posicionarse a Amnistía Internacional, la Liga de los Derechos del Hombre y a la Comisión de derechos de la ONU dirigida por Michelle Bachelet. La reacción mediática francesa a la alarma expresada por Bachelet batió todos los récords de patetismo. Macron intenta fortalecer el poder ejecutivo e institucionalizar una especie de estado de urgencia policial permanente desde una mayoría parlamentaria tan aplastante como aparente, pues su apoyo social es pequeño.
Seis meses después, millones de franceses, que no salen a la calle, apoyan este movimiento pese a la fuerte y grosera presión mediática que han recibido. ¿Cambiará algo la elección europea a esta situación? La respuesta es un rotundo «no». El peligro de una nueva quiebra financiera seguirá ahí, y el precedente de movilización social francesa potencialmente contagiosa, también.
«El movimiento de los gilets jaunes ya no tiene una salida política», ha dicho Macron. Como Merkel, el Presidente francés acierta cuando se equivoca, porque cuando la banca vuelva a pinchar, podríamos ver a ese movimiento decidir -no en las urnas, sino en la calle- una crisis de régimen en Francia y extenderse por todo el continente. La mecha está encendida y estas elecciones no cambian absolutamente nada ese cuadro.
Fuente: https://rafaelpoch.com/2019/05/22/un-voto-intrascendente/#more-291