Asistimos perplejos a la potente parafernalia mediática que está empleando el aparato institucional para allanar el camino del sí en el referéndum para ratificar el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Y como la perplejidad sola no nos sirve en el análisis, en la obligada perspectiva crítica, decidimos distanciarnos y utilizar […]
Asistimos perplejos a la potente parafernalia mediática que está empleando el aparato institucional para allanar el camino del sí en el referéndum para ratificar el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa. Y como la perplejidad sola no nos sirve en el análisis, en la obligada perspectiva crítica, decidimos distanciarnos y utilizar elementos de la teoría de la comunicación humana en este nivel macrosocial, porque nos interesa hacer visibles los efectos que los mensajes ejercen y las razones que se esconden en la utilización de determinados instrumentos.
No podemos olvidar que una «campaña» es un proceso intencional al que se le supone un esfuerzo por comunicar alguna cosa y que una Constitución es una carta Magna, una ley de leyes, que debe transmitir-comunicar al sujeto que constituye (que llaman ciudadanía, omitiendo hábilmente la denominación de pueblos) todo el peso de sus argumentos.
Toda comunicación es analíticamente descomponible en dos dimensiones: la analógica o no verbal, que podemos encuadrar en la parte relacional del proceso, y la comunicación verbal o digital, referida a los códigos artificiales de significado puro y duro que tienen los mensajes.
Afirmamos que la campaña es descaradamente analógica y lo intentamos argumentar. Si lo analógico se nutre de los gestos, los contextos, las emociones, las relaciones de poder entre el que dice y el que escucha, parecen recurrentes los elementos utilizados en esta campaña: porque es un gesto que no un contenido buscar en el consenso de los lugares comunes la bondad de la Constitución Europea y, por tanto, de lo inevitable, por obvio, de votar sí. Ante una ciudadanía a la que se mantiene conscientemente desinformada, se tejen, entre sonrisas y mucho glamour izquierdista y derechista, mensajes que no permiten la disidencia. Se basan en el mito de la construcción de una Europa entre maternal y necesaria.
No hay precedentes (o, al menos, no los recordamos de esta manera) que igualen a toda la institucionalidad en el mismo camino, en el mismo alborzo bipartidista, en la misma satisfacción comisionesugetistas, en la misma libre empresa todos los empresarios y en el mismo superbanco todos los superbanqueros. Todos son Europa y Europa son todos.
No contentos con tanta unanimidad de intenciones y ganancias, recurren, otra vez sin precedentes conocidos, tanto a acuerdos con la Liga de Fútbol Profesional, como a Forges (¡cielos, hasta Forges¡) pintando estrellitas. A Pedro Duque y a Los del Río. A Mercedes Milá y su pornografía de Gran hermano y a Don Miguel Ríos que sin leerla, intuye la bondad y la importancia no sólo para nosotros sino para toda la humanidad.
Sin precedentes, que sepamos. ¿Estaremos asistiendo a la fragua de un nuevo lenguaje político para las cosas que importan?.
Nunca antes (o estamos perdiendo la memoria) todo el poder instituido ha tenido la necesidad de recurrir, de manera tan infame, a forzar tanto la comunicación de su mensaje del lado de lo analógico, de lo relacional, de lo referencial.
No les provoca sonrojo alguno tener que acudir, aparte de a sus esbirros habituales, léase Gabilondo, Olmo, Pedro, J., referentes de un sector de la población con clara filiación política y muy fiel a sus mensajes lindamente empaquetados en el lugar común de un pensamiento tan único como débil, a tirar de la manta de las desvergüenzas.
Sabiendo de las referencias de amplísimas capas de población, «influenciables» por sus ídolos, no han tenido pudor en colocar al «descerebrado» de Emilio Butragueño hablando de la «alta competitividad del mercado» o de su jefe, Don Florentino, como «Un ser superior» (en grandes letras amarillas, en la portada del diario deportivo As-PRISA), o al divino Johan Cruyff, hablar, con su media lengua castellana, de nuevos ejércitos armadísimos para al paz, para la prevención de conflictos, o al ya no tan joven rockero «Loquillo», dulcificar los compromisos de la OTAN.
Tanto despilfarro de «personalidades» para reforzar lo analógico del proceso, la desigualdad de la comunicación, es una manera rastrera y zafia de intentar ocultar, de intentar minimizar lo digital del asunto, lo que de verdad dice, lo que se puede leer, si se leyera, del «Tratado por el que se establece una Constitución para Europa»:
Que se ha hecho a espaldas de la gente.
Que asume la política neoliberal al servicio de grandes empresas, bancos y entidades financieras.
Que no reconoce ninguno de los derechos laborales y sociales de los trabajadores consagrando el «Mercado libre» y la «Libre competencia».
Que impone la privatización progresiva de las empresas y servicios públicos como la educación, la salud y las prestaciones sociales.
Que es una Constitución al servicio del armamentismo y las guerras, como la de Iraq, en el marco de una alianza con los EEUU.
Creemos que lo hacen por miedo. Es mucho lo que se juegan. Les asusta que seamos capaces de emanciparnos de sus mentiras y digamos NO. Les preocupa también que sólo se lo guisen y se lo coman igualito que lo han hecho, entre ellos, entre los políticos profesionales y los ricos, que la abstención les muestre su verdadera soledad.
Cuanto más consenso sea preciso, más mentira como combustible.
Cuanto más difícil vean la empresa, más aliados a la corte.
Cuando pasen los achuchones, cada uno a su lugar.