Los años 90 del siglo pasado y los primeros diez años de este siglo estuvieron marcados por un intenso debate entre las fuerzas de izquierda sobre el rol de los movimientos sociales, de las minorías, de las luchas de género y de las vanguardias políticas en los procesos de transformación económica, social y política de […]
Los años 90 del siglo pasado y los primeros diez años de este siglo estuvieron marcados por un intenso debate entre las fuerzas de izquierda sobre el rol de los movimientos sociales, de las minorías, de las luchas de género y de las vanguardias políticas en los procesos de transformación económica, social y política de la sociedad. Fue colocada en el orden del día la discusión sobre nuevas palabras de orden, nuevos agentes políticos y sociales, nuevas formas de lucha, nuevas concepciones sobre la acción práctica política.
Esos temas y concepciones ocuparon el vacío político en ese periodo en razón de una serie de fenómenos que ocurrieron en la década de los años 80 y 90, como la caída del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y de los países del Este Europeo, el reflujo del movimiento sindical, la reducción de las luchas obreras en los principales centros capitalistas, la pérdida de protagonismo de los partidos revolucionarios, especialmente de los comunistas, además de la ofensiva de la ideología neoliberal en todas partes del mundo, bajo el comando de las fuerzas más reaccionarias del capital.
La coyuntura de derrota de las fuerzas progresistas favoreció todo tipo de modismo teórico y fetiche ideológico. Bajo diversos pretextos, ciertas fuerzas políticas, incluso algunos compañeros de izquierda, comenzaron a cuestionar la centralidad del trabajo en la vida social, el rol de los partidos políticos como vanguardia de los procesos de transformaciones sociales y políticas, la actualidad de la lucha de clases como instrumento de cambio de la historia y el propio socialismo-comunismo como proceso que lleva a la emancipación humana.
Ese movimiento teórico y político envolvió fuerzas difusas pero influyentes junto a la juventud y a varios movimientos sociales. El objetivo era desconstruir el discurso de los partidos políticos revolucionarios, del movimiento sindical y del propio marxismo, como síntesis teórica de la revolución. Para estas fuerzas, los discursos de temas globales, como la igualdad, el socialismo, la emancipación humana, los valores históricos del proletariado, las soluciones colectivas contra la opresión humana, eran cosa del pasado y producto de un mundo que ya no existía más.
En el lugar de esos «viejos» temas, se hacía necesario colocar un nuevo discurso, como forma de reconocer la fragmentación de la realidad y del conocimiento, la constatación de la diferencia, la emergencia de nuevos sujetos sociales, con características, valores y reivindicaciones específicas, como los movimientos sociales, de género, raza, etnia, etc., y nuevas formas de formas de lucha, incluso con renuncia a la toma del poder.
La condensación de ese eclecticismo conservador, de esa matriz teórica disociadora, puede ser expresada en lo que se acordó llamar de postmodernismo. Esa es la fuente teórica inspiradora de todos los modismos teóricos y fetiches que se hicieron moda en las dos últimas décadas. ¿Cuáles son los principales presupuestos teóricos de los postmodernistas, que tanta influencia tuvieron en esos años de vacío político? Vamos a atenernos a tres vertientes fundamentales que nortean los fundamentos de esa corriente teórica.
1) El fin de la centralidad del trabajo. Uno de los temas más destacados por los postmodernistas es el hecho de que las tecnologías de la información, la reestructuración productiva y la inserción acelerada de ciencia en el proceso productivo hicieron obsoleto el concepto de clase obrera y proletariado, incluso porque esos actores están tornándose residuales en un mundo globalizado donde impera la robótica, la internet y la informática avanzada. Algunos de esos teóricos llegaron a dar adiós al proletariado, que sería un concepto típico de la segunda revolución industrial. Prueba de ello sería la constatación de que la clase obrera está disminuyendo en todo el mundo y, por eso, incluso, perdió el protagonismo para otros movimientos emergentes en el capitalismo globalizado.
Los teóricos postmodernistas se comportan como el cazador que ve apenas los árboles, pero no consigue ver la floresta. Mira el mundo desde una perspectiva de Europa o Estados Unidos. Por eso, no consiguen comprender que el capital posee una extraordinaria movilidad, en función de la búsqueda permanente por valorización. Por eso, son incapaces de percibir que el proletariado está creciendo de manera expresiva en términos mundiales, con el desplazamiento de miles de industrias desde los EUA y de Europa para Asia, proceso que está incorporando al mundo del trabajo miles de millones de trabajadores en China, la India y en toda Asia, en un movimiento que está cambiando la coyuntura mundial.
No consiguen entender que el propio capitalismo es una contradicción en proceso, pues mientras más se moderniza, mientras más inserta ciencia en la producción, más amplía su composición orgánica y, consecuentemente, más presiona las tasas de lucro hacia abajo. Por eso, el capitalismo no puede existir sin su contrapunto, el proletariado. Si el capitalismo automatizase todas sus fábricas el sistema entraría en colapso, pues los robots son incluso más disciplinados que los seres humanos, son capaces de trabajar sin descanso, no reivindican salario, ni hacen huelga, pero también tienen su talón de Aquiles: no consumen. Si no tienen consumidores, los capitalistas no tienen para quién vender sus mercancías. O sea, antes de una automatización total, el sistema entraría en colapso en función de sus propias contradicciones.
2) El fin de la centralidad de la lucha de clases. Otro de los argumentos de los teóricos post-modernos es la alegación de que la lucha de clases es cosa del pasado. Finalmente, dicen, si el proletariado está reduciéndose aceleradamente, no existe más identidad de clase y, por lo tanto, no tendría sentido hablarse de lucha de clases. En esa perspectiva, dicen, la reestructuración productiva puede ser considerada una especie de doble de difuntos que vino a sepultar a los viejos agentes del pasado, como el movimiento sindical. Prueba de eso, según ellos, es que los sindicatos perdieron el protagonismo y ahora agonizan en todo el mundo. Y la principal representación teórica del mundo del trabajo, el marxismo, también estaría rebasado, en función de su visión monolítica del mundo.
Nuevamente, los teóricos post-modernistas tampoco comprenden la historia y confunden su sumisión ideológica al orden capitalista con la realidad de los trabajadores. La lucha de clases siempre existió desde que las clases se constituyeron en la humanidad y continuará su trayectoria mientras exista la explotación de un ser humano por otro. No porque los marxistas quieren, sino porque la realidad lo impone. En tiempos de reflujo las luchas sociales disminuyen. Parece que los trabajadores están pasivos y los capitalistas imaginan que consiguieron disciplinar para siempre a los trabajadores.
En esa coyuntura, el discurso del fin de la lucha de clase, de la pasividad de los trabajadores, llega a influenciar a mucha gente, finalmente, quien no tiene una perspectiva histórica del mundo se atiene sólo a la superficie de los fenómenos, a la apariencia de las cosas. Pero en los momentos de crisis del capitalismo, ese discurso se hace enteramente inadecuado, entra en choque con la realidad, una vez que la crisis coloca la lucha de clases en el orden del día con una actualidad extraordinaria, para desesperación de aquellos que imaginaban su fin.
Si observáramos la realidad actual, donde el sistema capitalista enfrenta su mayor crisis desde la gran Depresión, podremos fácilmente constatar la emergencia de la lucha de clases en prácticamente todas las partes del mundo. Es solo observar las insurrecciones en Oriente Medio, en el Norte de la África, las luchas en América Latina, las huelgas y movilizaciones en Europa. Además de eso, la crisis también hizo al marxismo más actual que nunca. Incluso los capitalistas están leyendo El Capital para intentar entender lo que está ocurriendo en el mundo.
3) Las vanguardias políticas no tienen más ningún papel a desempeñar en el mundo globalizado. El tercero de los argumentos clave de los teóricos post-modernistas es que los partidos revolucionarios, especialmente los comunistas, no tienen más ningún papel a desempeñar en el mundo actual. La acción política ahora debe ser comandada por los movimientos sociales, por los movimientos de género, minorías étnicas, ecológicos, sexuales, etc., que son víctimas de «opresiones específicas». Eso porque los partidos serían organizaciones autoproclamatorias, autoritarias, portadoras de un fetiche irrealizable, que es la revolución socialista. Esas instituciones, portadoras de un discurso utópico de emancipación humana, estarían también deteriorándose en todo el mundo, porque no entendieron la realidad del mundo globalizado.
Otra vez los teóricos post-modernistas no consiguen comprender la totalidad de la vida social. Por eso, ven el mundo sin unidad, fragmentado y disperso. No entienden que, por detrás de la «opresión específica» que alcanzan los movimientos sociales y de género, etnia, sexual, está el gran capital apropiándose de la plusvalía de todos, independientemente de etnia, sexo u orientación religiosa. No comprenden que los movimientos, por su propia naturaleza, tienen límites institucionales y de representatividad.
Un sindicato, por más combativo que sea, debe representar los intereses de los trabajadores de su base. De la misma forma que una entidad estudiantil, una organización de habitantes, de mujeres o de homosexuales tiene como objetivo defender los intereses específicos de sus representados, actúan en los límites institucionales del orden burgués. Solamente el partido político revolucionario, que se propone derrotar el orden capitalista y que junta en sus filas todos esos segmentos sociales, posee condiciones para entender la totalidad de la lucha política y lanzar propuestas globales para la transformación de la sociedad.
La práctica de las luchas sociales
Si observáramos las luchas sociales que fueron realizadas en los últimos años, podremos constatar fácilmente que gran parte de ellas fueron derrotadas exactamente porque no existían vanguardias con capacidad de conducir y orientar esas luchas para la radicalidad de clase y la emancipación del proletariado. No se trata aquí de negar la importancia de las luchas específicas o de los movimientos sociales. Por el contrario, son fundamentales para cualquier proceso de cambio, sirven también como aprendizaje de la lucha de clases, pero dejadas por sí mismas, sólo con su contenido espontáneo, no tienen condiciones de realizar las transformaciones de la sociedad y terminan siendo derrotadas por el capital.
El teatro de operaciones es más o menos el siguiente: después de un momento de euforia y movilización los movimientos sociales son capaces de realizar proezas impresionantes, como desacreditar el viejo orden, desafiar las clases dominantes, pero en un segundo momento se agotan en sí mismas sin alcanzar los objetivos por falta de perspectivas. América Latina es un importante puesto de observación para constatar esa hipótesis, pero también en varias partes del mundo los ejemplos son fértiles para verificar la necesidad de vanguardias políticas.
Bolivia, por ejemplo, fue escenario de varias insurrecciones populares contra gobiernos neoliberales. Las masas se sublevaron, fueron a las calles por millones, derrumbaron a los gobiernos conservadores, pero lo máximo que consiguieron fue elegir un presidente progresista que es fustigado a todo momento por el capital y no consigue realizar plenamente ni el propio programa que se propuso en el periodo de las elecciones.
En Ecuador, ocurrieron también varias insurrecciones populares. En una de ellas, los movimientos conquistaron el poder y lo entregaron a un militar que después los traicionó y ahora es un personaje conservador en la política del país. Posteriormente, en el auge de otra insurrección, consiguieron elegir un presidente progresista, pero este no consigue implementar un programa transformador porque el capital no le da tregua. Recientemente casi fue depuesto por sectores militares y policías sublevados.
En Argentina, en función de la crisis económica heredada del gobierno neoliberal de Menen, las masas también se sublevaron en varias regiones del país. En un periodo corto el país cambió tres veces de presidente. El resultado de la sublevación popular fue la elección de Néstor Kirchner y, posteriormente, de su compañera, Cristina Kirchner. En esos años de poder, los Kirchner tampoco realizaron ningún cambio de fondo. El capitalismo siguió su curso como si nada hubiera sucedido.
Más recientemente, dos grandes insurrecciones populares derrumbaron los gobiernos conservadores de Túnez y de Egipto. Miles de personas se sublevaron durante varios días, centenares de personas murieron, los dictadores dejaron el poder, pero los movimientos sociales, sin vanguardia política, no consiguieron sus objetivos. Sectores de la burguesía local encabezaron la formación de nuevos gobiernos y los trabajadores otra vez dejaron escapar de sus manos la revolución.
En Brasil, un gran movimiento social, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) enfrentó con bravura los gobiernos neoliberales, teniendo como norte la bandera de la reforma agraria. Organizó un movimiento original y de masas, con base social en todo el país, especialmente entre la población más pobre de la ciudad y del campo. El MST ocupó haciendas de los latifundistas, realizó formación de gran parte de sus cuadros e incluso consiguió construir una universidad popular para formación permanente de sus militantes.
Sin embargo, el desarrollo del capitalismo en el campo brasileño y la emergencia del agro-negocio crearon una nueva coyuntura en el campo brasileño, donde las relaciones de producción pasaron a darse predominantemente entre capital y trabajo. Esa coyuntura, aliada al programa de compensación social del gobierno de Lula, la Bolsa Familia, un programa de transferencia de renta para la población más pobre, llevó al MST a una encrucijada.
O sea, la realidad cambió radicalmente en el campo brasileño, pero la razón de ser del MST era la reforma agraria. Por eso, el movimiento, que se volviera uno de los símbolos de lucha contra el neoliberalismo y, por eso incluso obtuvo simpatía mundial, puede llegar a no tener más el mismo protagonismo. Los campamentos del MST fueron reducidos y el movimiento vive algunas dificultades estratégicas. Finalmente, si la mayoría de los trabajadores está en las ciudades, si el capitalismo hegemonizó las relaciones de producción en el campo y subordinó la pequeña agricultura a la lógica del capital, se hace difícil la supervivencia en el largo plazo de un movimiento que tenga la bandera de la reforma agraria como lucha estratégica.
La condensación más expresiva de la teoría movimentista fue el Foro Social Mundial (FSM). En ocasión del primer FSM, en Porto Alegre, parecía que todos habían encontrado la fórmula ideal para las nuevas luchas sociales. Miles de luchadores de todo el mundo convergieron en Rio Grande do Sul para hacerse presentes en el lanzamiento de la nueva marca de la lucha mundial autónoma. Fue un éxito extraordinario y un contrapunto al Foro de Davos, donde los capitalistas traman nuevas estrategias para la dominación del mundo.
El éxito de público y de los medios del FSM parecía haber enterrado de vez la noción de vanguardia política. Ahora serían los movimientos sociales, los movimientos de género, etnia, de las mujeres, los movimientos sociales que de ahora en adelante comandarían las luchas en el mundo. Adiós partidos políticos, adiós movimiento sindical, adiós viejos actores sociales de la segunda revolución industrial. Ahora eran los movimientos difusos, sin centralidad política, enteramente autónomos, libres de dogmas e ideologías rebasadas que irían a probar al mundo la nueva realidad de la lucha social y política.
Mucha gente sinceramente creyó que el FSM podría ser la fórmula mágica, el contrapunto contemporáneo al capital, el sustituto de las viejas vanguardias políticas y su discurso auto-proclamatorio. Pero la realidad poco a poco fue colocando en el debido lugar el modismo movimentista. Con el tiempo, el FSM fue perdiendo aliento, fue vaciándose, hasta el punto de que hoy nadie más cree que pueda ser alternativa a cosa alguna. Otra vez la vida probó que los movimientos por sí sólo no tienen condiciones de cambiar la sociedad. Es necesaria la vanguardia política para conducir los procesos de transformación.
El significado del post-modernismo y las luchas sociales
En otras palabras, la ideología post-modernista es responsable por gran parte de las derrotas de los movimientos sociales en estas dos décadas, no sólo porque ese modismo teórico influenció parte de la juventud y liderazgos de los movimientos sociales, como también porque llevó a la frustración a miles de luchadores sociales. Eso porque las luchas fragmentadas generalmente se desarrollan de manera espontánea. Al inicio, hay una trayectoria de ascenso, envuelve miles de personas, pero inmediatamente después el movimiento va debilitándose hasta ser absorbido por el sistema.
En otras palabras, el post-modernismo es el fetiche ideológico típico de los tiempos de neoliberalismo y representa la ideología pequeño-burguesa de la sumisión sofisticada al orden del capital. Pero esa ideología carga consigo una contradicción insoluble: en el momento en que el capital más se globaliza, con la internacionalización de la producción y de las finanzas, es justamente en este momento que los post-modernos predican la fragmentación de la realidad, la sectorización de las luchas sociales, la especificidad de los combates de género, etnia, sexo, etc. Sólo quien no quiere cambiar el orden capitalista piensa de esa forma.
En verdad, todos los que siguen ese ritual teórico, de manera directa o indirecta, están renunciando a un proyecto emancipador y esconden su impotencia mediante un discurso lleno de abstracciones sociológicas, pero muy conveniente para el capital. Por eso, combaten las luchas generales, para fragmentarlas en luchas específicas, que no enfrentan abiertamente el sistema dominante. Se trata del comercio al por menor de la política fantaseado de moderno.
Esos sectores cumplieron, en los últimos 20 años y aún cumplen hasta hoy, un papel muy especial en la lucha ideológica actual: ellos son la mano izquierda del social-liberalismo capitalista. Influencian a las generaciones más jóvenes, desarrollan un discurso con apariencia de modernidad, influyen en la organización de las luchas sociales. Con su discurso ecléctico y fatalista, lleno de sentido común, desorientan a sectores importantes de la sociedad en lo que se refiere a la acción política y, en la práctica, ayudan a organizar, aunque indirectamente, la sumisión de varios sectores sociales al orden capitalista y a los valores del mercado.
Esas dos décadas de experiencias fragmentadas nos llevan a la conclusión de que, más que nunca, las vanguardias revolucionarias tienen un papel fundamental en el proceso de transformaciones sociales. Son ellas exactamente las que pueden conducir y orientar los varios movimientos sociales con una plataforma estratégica de emancipación de la humanidad, lo que significa derrotar el imperialismo y el capitalismo y transitar hacia la construcción de la sociedad socialista.
Edmilson Costa, Secretario de Relaciones Internacionales del Comité Central del PCB
Traducción: Valeria Lima