En las elecciones del pasado 4 de marzo, Italia, prisionera de la decepción y del temor al futuro, se ha equivocado de nuevo. El centroderecha (Lega, Forza Italia y aliados) obtuvo 12.100.ooo votos; el M5 Stelle, 10.7o0.000; y la coalición del Partito Democratico, 7.500.000 papeletas. Frente a ellos, Liberi e Eguali (el nuevo partido de […]
En las elecciones del pasado 4 de marzo, Italia, prisionera de la decepción y del temor al futuro, se ha equivocado de nuevo. El centroderecha (Lega, Forza Italia y aliados) obtuvo 12.100.ooo votos; el M5 Stelle, 10.7o0.000; y la coalición del Partito Democratico, 7.500.000 papeletas. Frente a ellos, Liberi e Eguali (el nuevo partido de quienes se miran en la quebrada socialdemocracia europea) consiguió 1.100.000 votos; Potere al Popolo (articulada por Rifondazione Comunista), 370.000, y el otro Partito Comunista, 100.000. Además, por primera vez en muchos años, se ha producido un inquietante reforzamiento del fascismo: Casa Pound logró casi tantos sufragios como Potere al popolo. Aunque es cierto que la derrota de los partidos de Matteo Renzi y de Silvio Berlusconi es una buena noticia para los trabajadores, sin embargo, el nuevo escenario político no ofrece demasiadas esperanzas para el futuro: la izquierda ha obtenido un fracaso clamoroso. Casi podría hablarse de la izquierda ausente: no habrá ningún diputado comunista en la Cámara.
Todo el sur de Italia se ha volcado con el M5 Stelle, mientras que todo el norte -además del Lazio (la región de Roma) y la Umbria- es territorio de la Lega y de Forza Italia, de Berlusconi; por el contrario, el Partito Democratico sólo ha conseguido vencer en la Toscana y en el Trentino-Alto Adige: como si los italianos hubiesen querido subrayar el desastre de la izquierda, incluso en la antes roja Emilia-Romagna, feudo durante décadas del PCI, ha vencido la derecha. Sumados, Potere al popolo , Partito comunista y la minúscula Per una sinistra rivoluzionaria , consiguen el 1’4 % de los votos, y Liberi e Eguali (socialdemocracia dirigida por Pietro Grasso, que anteriormente perteneció al Partito Democratico), apena alcanza el 3 %.
Rifondazione Comunista insiste en que Potere al popolo es apenas un comienzo, y recalca que pese a que fue condenada al silencio por los medios de comunicación, y a la falta de recursos económicos para la campaña electoral, la movilización ha sido relevante. Sin embargo, la dividida izquierda comunista sigue atrapada en el sectarismo y en la creación de nuevas y efímeras organizaciones, pesada hipoteca que encuentra su correlato en el declinante partido de Renzi, el Partito Democratico, partido creado hace sólo una década pero ya vieja socialdemocracia, cuyos sucesivos disfraces (¿quién recuerda ya al Partito Democratico di Sinistra, a la Margherita, a Democratici di Sinistra, al Olivo?) no le han servido para nada, y que corre el riesgo de desaparecer.
El país ha seguido votando a los corruptos y ladrones, a la Lega de Salvini (coaligada con Le Pen en el parlamento europeo), y al declinante Berlusconi, y en buena parte se ha refugiado en el confuso M5 Stelle, que incluso coquetea con la xenofobia; un partido cuyo oportunismo define con precisión el propio Beppe Grillo: «No sobrevive el más fuerte, sino quien se adapta mejor. Nosotros somos un poco democristianos, un poco de derechas y de izquierdas y un poco de centro. Podemos adaptarnos a cualquier cosa. Así que siempre ganaremos». El M5 Stelle ha sabido aprovechar el hartazgo y la desilusión, ha jugado la carta de la ambigüedad, y, en demasiadas ocasiones, su discurso ha sido abiertamente xenófobo: contra los inmigrantes, contra los barcos de personas desesperadas que llegan desde las costas libias. Y, sin embargo, ha captado muchos votos de izquierda. Si buena parte de los trabajadores italianos se refugiaron, ayer, en el espejismo de los tránsfugas que liquidaron el PCI y urdieron el Partito Democratico, para entregarlo finalmente a un democristiano como Renzi, hoy se lanzan a los brazos del ventajista populismo de Beppe Grillo y Luigi di Maio, cuando la izquierda comunista se encuentra prisionera de sus demonios y de su propia debilidad.
Las habituales intrigas italianas, con compras de diputados incluidas, ocupan ahora los despachos romanos, a la espera de evitar una repetición electoral. Tanto si consigue formar gobierno el stellista Luigi Di Maio, con la benevolencia del PD, o si lo hace el xenófobo Matteo Salvini, llevando por primera vez a la Lega a la presidencia del Consejo de Ministros, Italia seguirá soportando la desventura: inmersa en una crisis que amenaza al país (incluso con sus gigantescos problemas, España ha superado a Italia en renta per cápita), con una economía estancada, con un elevado desempleo (que para los jóvenes llega al 40 %), ahogado por la deuda pública, que supone ya el 132 % del PIB, y que, en la Unión Europea, sólo es superada por la quebrada Grecia; con un sistema bancario en peligro, con un grave descenso de los ingresos fiscales, sin resolver el eterno problema del mezzogiorno, apresado por la corrupción y las redes de la Mafia, que alcanzan incluso a las grandes ciudades como Roma y Milán, y con casi la tercera parte de la población corriendo el riesgo de verse en la pobreza, Italia mira el futuro sin esperanza.
La república de 1946 está en un callejón donde no se vislumbra la salida: la cultura antifascista ha dejado de ser un legado político donde todas las fuerzas parlamentarias se reconocían, el malestar de Italia ha sido enfrentado por los trabajadores mirándose en el populismo oportunista, y la Italia progresista debe afrontar que este será un Parlamento sin diputados comunistas: es el resumen y la evidencia de la crisis democrática de la I República.
Esa Italia que se ha refugiado en el populismo, donde la xenofobia y el fascismo vuelven a desfilar por las calles, y las promesas de desarrollo vendidas al mezzogiorno son otro engaño porque el único futuro de sus jóvenes es la emigración, donde la Mafia sigue extendiendo sus tentáculos sobre la administración y el presupuesto; esa Italia, es un país falsificado, una mala copia de sí mismo, una república en riesgo, inquieta y temerosa, donde, pese a las urgencias, la izquierda no sabe qué ofrecer, como si no supiera pronunciar las palabras que Italia necesita.
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