Recién regresado de Madrid, sin dormir en todo el fin de semana, me acerqué a mi colegio electoral enclavado en un conocido refugio (crazy, escribió alguien) y andaluz. La cita era a las ocho. Debía presentarme como suplente en una de las mesas. Acudía con la idea de saludar a los esforzados madrugadores, por tanto, […]
Recién regresado de Madrid, sin dormir en todo el fin de semana, me acerqué a mi colegio electoral enclavado en un conocido refugio (crazy, escribió alguien) y andaluz. La cita era a las ocho. Debía presentarme como suplente en una de las mesas. Acudía con la idea de saludar a los esforzados madrugadores, por tanto, de intercambiar saludos: ya estáis todos en vuestros puestos, muy bien, me parece perfecto, yo con vuestro permiso me voy a la cama. ¡Pues, no! Me tuve que quedar unas cuántas horillas más.
De este acontecer inopinado he sacado algunas conclusiones que hoy, que es el día de las mismas, paso a fundirlas al magma incontenible de las letras desparramadas, aquí o acullá.
Datos de buena fuente: En mi Mesa estaban inscritos 661 electores, de los cuales acudieron a votar 240, más cinco que se ahorraron el viaje y lo hicieron por correo, suman 245. Primer dato y quizá el más importante, dadas las opciones y vicisitudes de la campaña: la participación fue del 37,06 %.
Votos afirmativos: 206 (84,08 %) Votos negativos : 33 (13,46 %) Votos en blanco : 6* ( 2,45 %) Votos nulos : 0
El SÍ al tratado por el que se aprueba una Constitución para Europa representa apenas a un 31,16 % del censo adscrito a mi mesa. Ni siquiera una de cada tres personas. Tres enteras de cada diez.
Una apreciación personal: He visto a casi todos los que votaron Sí frente a mí. De ninguno de ellos puedo afirmar que lo hicieron, puesto que ya sabemos que el voto es secreto. Pero puedo tener una sospecha matemática de todos ellos. Que se despeja en muchos casos por los comentarios seguramente sinceros con que algunos acompañaron a su voto. En otros, por un perfil bastante conocido de elector, los madrugadores jubilados, por ejemplo. En conjunto, examinando toda la estampa, una valoración nada nueva: hay un voto cautivo, (desde los tiempos de Felipe, indeclinable en los de Franco). Yo ahora lo llamaría amable, fiel o servicial (como lo fue en los tiempos de Suárez). Lo hemos podido comprobar bastantes veces: en España la opción más segura suele ser la pro-gubernamental. ¿Qué hacer frente a ella? Combatirla en las urnas te lleva a una derrota considerable, que además legitima el tinglado. La abstención renuncia al voto y, a menudo, la voz que los «interpreta» no es la tuya . (Su voz no es buena en ninguno de los sentidos pero se oye mucho más fuerte).
Suele ser una mezcla diabólica de ambas cosas las que les sirve para el embuste, como así ha sucedido. Yo espero que el pueblo de otros países de Europa se lo van a poner menos fácil a los enjuagues de sus gobiernos.
Y un dato pintoresco: el interventor del partido gubernamental en su particular recuento computaba «Botos SI, Botos No, Botos en blanco y Botos nulos». Eso es lo que hizo éste que lo cuenta: Botarme de ahí en cuanto pude.
*(Excursus para perfeccionistas) En el recuento de las papeletas en blanco, propiamente, sólo hubo 5. El sexto voto así computado obedece a una interpretación legal con la que no estoy de acuerdo. Al menos, ayer, al producirse la situación no me pareció lo más lógico. Ocurrió lo siguiente: Uno de los sobres introducidos en la urnas no contenía ninguna papeleta, simplemente estaba vacío. Las previsiones legales entienden que el votante votó en blanco, y en un sentido profundo puede que así sea. Se asimila a quien entrega la papeleta en blanco, la papeleta prima facies no dice nada, el sobre tampoco contiene nada. Ahora bien, yo que me di la paliza de contar las papeletas, con la lógica mecánica de las máquinas sólo conté 5 papeletas en blanco. Fui corregido (se contabilizaron, como ya sabéis 6, y las máquinas que somos infalibles, digo yo, que no me sentó bien).¿No os parece, pacientes lectores, que los votos no se interpretan sino que a lo más se cuentan y se explican por sí solos? Ahí tenemos el espectáculo de los políticos, ahora mismo, interpretando lo blanco negro, lo negro blanco y lo gris amarillo. En el caso que nos ocupa no sería mejor llamar al votante y que con gran consideración se le implore por el sentido de su voto, si es que sufrió un despiste debido a su edad (un arco que se abre a los 18 y no conoce más limites legales) o a cualquier otra circunstancia. O si se tratase de algo intencionado (siempre bienintencionado, votante, ya que usted es el soberano), ¿podría decirnos si es acaso un lector, algo travieso, de la última novela de Saramago? ¿O qué diantre es usted, amado votante, y que es lo que pretende? A mí ya lo ve, ha conseguido desautorizarme y ser tenido por extravagante en un juicio sumario y benévolo de los demás miembros de la Mesa.