La torpe maniobra urdida por la Mafia y ejecutada a través de Pedro Chávarry -lamentable Fiscal de la Nación- no resistió ni 48 horas. Anunciada el 31 de diciembre a las 9 de la noche, se vino abajo el 2 de enero al mediodía. Los fiscales Rafael Vela y José Domingo Pérez -destituidos en la […]
La torpe maniobra urdida por la Mafia y ejecutada a través de Pedro Chávarry -lamentable Fiscal de la Nación- no resistió ni 48 horas. Anunciada el 31 de diciembre a las 9 de la noche, se vino abajo el 2 de enero al mediodía. Los fiscales Rafael Vela y José Domingo Pérez -destituidos en la víspera del Año Nuevo- fueros ratificados en sus cargos por el mismo que los echó, sin que mediara explicación alguna. Un Chávarry que no le dio la cara a nadie, firmó cabizbajo y en silencio, su retracto.
¿Qué fue lo que hizo que la tortilla se vuelva, en tan corto tiempo? Fueron diversos factores, sin duda pero el más importante fue el comportamiento aguerrido, combativo y resuelto, de miles de peruanos que salieron a las calles a luchar desde la misma noche del Año Nuevo, y multiplicaron su voluntad a lo largo de las horas subsiguientes. La fuerza de la calle, una vez más, fue decisiva.
Porque fueron miles -y no cientos- los que se volcaron a la vía pública y marcharon a grito pelado repudiando a la suprema autoridad del Ministerio Público y exigiendo su dimisión. A las 12 de la noche del 31 de diciembre, en plena calle, pararon su movilización y entonaron enhiestos las notas del Himno Nacional. En otras palabras, voluntad de patriótica y entusiasmo para una batalla que asomaba difícil pero que, finalmente, se resolvió en corto tiempo. ¿Fue una acción organizada? No propiamente. Fue un gesto casi espontáneo, alentado si por la campaña que los sectores más lúcidos, desarrollan de modo constante; y que ha ido creciendo en los últimos dos años en los que se ha impulsado un sostenido combate a la Mafia Apro-Fujimorista,
Es importante anotar que la movilización del mismo 31 no ocurrió sólo en Lima. En Arequipa, Cusco, Huancayo y Ayacucho, en simultáneo se movilizó muchísima gente bajo una misma consigna: ¡Basta de corrupción!. Y el mismo 1 de enero la ola humana apareció como un Tsunami en Tumbes, Cajamarca, Trujillo, Chiclayo, Huaraz, Loreto, Huánuco, Ica, Tacna, Puno, Madre de Dios, Moquegua y otras ciudades. En apenas 24 horas, virtualmente calles y plazas del Perú entero, saludaron una voluntad que emanaba de la experiencia viva de nuestro pueblo. La lucha contra la Mafia ya se hizo carne en buena parte de la población. Y servirá por cierto como «ensayo general» para otras demandas.
Las redes sociales jugaron también un papel muy importante. Los correos electrónicos, el Facebook, los mensajes por chat y por otras vías; se multiplicaron, y rebasaron largamente los mismos mecanismos de esos servicios. Miles de personas que por una u otra razón, no pudieron participar personalmente en las acciones; se sumaron a ellas a través de estos medios que añadieron convocatorias constantes a nuevas movilizaciones. Por uno otro canal, se escuchó lo que llamara Julio Ramón Ribeyro;: «La palabra del mudo», la voz de los que habitualmente no tienen voz.
Las instituciones, organizaciones, centrales sindicales más importantes, partidos políticos grandes y pequeños, colectivos sociales, entidades de cultura; en fin, todas las que pudieron emitir un pronunciamiento, decir una palabra, desplegar una iniciativa de lucha; se sumaron a esta causa convirtiéndola ya en bandera de todo el pueblo. Bien puede decirse que, desde el campo popular, no faltó nadie.
No todos sumaron de la misma manera. Unos, lo hicieron con audacia, entusiasmo y desprendimiento. Y otros, con cierta parsimonia, cuando no con reticencia y desconfianza. Y es que hubo quienes afincaron la idea que esta lucha era subsidiaria y poco trascendente. Podría haber sido así, si no hubiese convocado multitudinarias adhesiones. Cuando la suma de voluntades fue más alta, fue creciendo también el entusiasmo de todos, y se fue elevando en importancia.
Una mirada objetiva a los hechos nos llevará a reconocer también, como un factor, el gesto del Jefe del Estado, Martín Vizcarra. Su actitud se mostró en diversos episodios: Al salir del país rumbo a Brasil, horas antes de conocer la deposición del Fiscal de la Nación, el Presidente de la República, hizo un llamado para que se respete la estabilidad de los fiscales. Noticiado de lo ocurrido la noche del 31, condenó el hecho, y anuncio su inmediato retorno. Finalmente estuvo apenas 4 horas en el país de Jorge Amado. Volvió a Lima la mañana del 1, y por la tarde anunció la voluntad del Ejecutivo de promover una Ley orientada a reorganizar el Ministerio Público. En términos formales, además, urgió al Congreso a aprobar la iniciativa para no enfrentar una cuestión de «confianza» que podría conducirlo a su disolución. Esa actitud definida, alentó el accionar ciudadano y generó el cuadro de descomposición que ya se evidenciaba en las filas de la Mafia, Por eso fue en que en las primeras horas del 2 de enero loa fiscales «nombrados» en reemplazo de Vélez y Pérez, simplemente renunciaron al cargo. En otras palabras, dejaron al mandón colgado de la brocha; le quitaron la escalera.
Derrotado en toda la línea, y sin atreverse siquiera a dar la cara, emitió su última disposición: restituía a Rafael Vélez y José Domingo Pérez en sus funciones, poco antes afectadas.
Todo esto es importante recordarlo porque demuestra la fuerza de un pueblo cuando se une, se organiza, juega un papel consciente, y se suma a la lucha por una causa justa. El papel de las masas -tantas veces olvidado o simplemente sepultado- asoma como un vendaval cuando hay que resolver los grandes problemas sociales. Esa idea, está en la base de todas las revoluciones ocurridas en la historia. Implica, por lo demás, una derrota categórica a los que -en posiciones derrotistas- solían decir ¿y para qué hacemos marchas? ¿Qué se gana con ellas? ¡No sirven para nada!. Pues bien, la vida les demostró que sí servían
Y confirma adicionalmente que un dirigente del Estado -cuando escucha al pueblo- puede contribuir al avance de su país más allá, incluso, de sus propósitos primarios. Y es que, cuando eso ocurre, se pone en acción una dinámica que acelera los hechos y conduce a metas antes no previstas. La fuerza de los acontecimientos, rebasa la voluntad de las personas. Cuando en la lucha concreta -por una causa justa- es posible forjar un acercamiento definido entre un pueblo y una autoridad; se abre paso a una victoria.
Es bueno recordar sin embargo, que esta batalla ha tenido en cierto modo un carácter episódico. La lucha de fondo, es más compleja y se desarrolla en otros planos. En uno, está el Imperio y su estrategia guerrerista. En otro, el Fondo Monetario y sus exigencias neo liberales. Y, adicionalmente, los empresarios que se desgañitan reclamando beneficios.
El gobierno de Vizcarra tiene en temas esenciales, una posición conservadora y, en otras, una actitud no definida. Busca contemporiza con los empresarios dándoles la mano en lo que pueda. Procura mantener el «modelo» neo liberal, Y acepta someterse dócilmente a las presiones de la Casa Blanca en materia de política exterior. Por eso el Canciller Popolizio se instala tan cómodamente a la sombra de Pompeu -el Secretario de Estado yanqui- para convenir con él la manera de atacar más y mejor a Cuba, Venezuela y Nicaragua, haciendo trizas la doctrina Porras,
En estos planos, está planteada la lucha. Y hay que librarla, pero nunca perder de vista lo que demuestra la experiencia: Que las masas populares conscientes y organizadas, son decisivas para las definiciones; y que Martin Vizcarra, como Jefe de Estado, sabe escuchar y está presto a actuar si se convence que la razón está del lado del pueblo. Sin hacerse ilusiones entonces, hay que mirar el escenario en disposición de combate y con fe en la victoria.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de dirección de Nuestra Bandera.
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