Bruselas decía ayer que no tenía nada que comentar acerca de la decisión del Tribunal Constitucional portugués. Menos mal, solo faltaría. De hecho, es el Tribunal Constitucional portugués el que, de manera indirecta, sí ha comentado algo sobre Bruselas con su dictamen: le ha venido a recordar que los portugueses pueden no tener muchos derechos […]
Bruselas decía ayer que no tenía nada que comentar acerca de la decisión del Tribunal Constitucional portugués. Menos mal, solo faltaría. De hecho, es el Tribunal Constitucional portugués el que, de manera indirecta, sí ha comentado algo sobre Bruselas con su dictamen: le ha venido a recordar que los portugueses pueden no tener muchos derechos todavía como europeos, pero ciertamente aún los tienen como portugueses. Simplemente, no todo vale para reducir el déficit. Más que la posibilidad de elegir a los gobernantes, la democracia consiste en la inviolabilidad de las leyes. Esto es a veces difícil de entender en Bruselas, donde los que deciden ni han sido realmente elegidos ni tienen una gran preocupación a la hora de vulnerar las normas que ellos mismos dictan.
Ese correctivo era necesario, pero no será suficiente. Y saldrá caro. Que nadie se engañe, se trata de una victoria pírrica para los ciudadanos. El rumor ayer en los pasillos del poder en Lisboa era que el Gobierno, si consigue mantenerse, simplemente apuntará en otra dirección: devolverá las pagas y los subsidios, pero lo compensará con recortes en sanidad y educación, y subidas de impuestos. Sobre eso el Constitucional no ha dicho nada, ni probablemente pueda decir nada, porque no todo lo que es perjudicial es ilegal.
Bruselas, posiblemente, dedicará unos días a lanzar puyas disfrazadas de europeísmo acerca de la falta de compromiso de los «países mediterráneos» (se suele incluir en ese grupo a Portugal, el país más atlántico que existe). Pero la troika finalmente relajará los objetivos de déficit. Esto se presentará como una solución, cuando en realidad no hace sino demostrar una vez más que esos objetivos son arbitrarios y que podrían haber sido mucho más flexibles desde el principio. Sonará raro, porque hace pocas semanas que a Portugal le dieron un año más para cumplir esos objetivos, pero no será la única incoherencia que detectemos en la estrategia de Bruselas. En realidad, no importa si Portugal reduce su déficit más rápido o más despacio. Como se repite en la UE: «Lo que importa es que se le vea hacer el esfuerzo». Es decir, que más que una estrategia es una estratagema.
A remolque
La flexibilización de las condiciones de Portugal, a su vez, obligará a hacer lo mismo con los demás, empezando por Grecia, con la que tocaba ahora una negociación. El discurso de la austeridad pierde así aún más sentido, sin que esto disimule las diferencias de trato a los distintos países, cada vez más evidentes: En España se salvó al sistema bancario al completo, en Grecia no; en Irlanda se salvó incluso a los accionistas de los bancos, en Chipre ni siquiera a los ahorradores. Las reglas cambian para cada país y de un momento para otro. Mario Draghi lo reconocía hace un par de días, presentándolo como una política sabia de matices. La impresión, en cambio, es que Bruselas improvisa, que es fuerte con los débiles y débil con los fuertes, que cambia de opinión si nota demasiada resistencia. En definitiva, es la locomotora; pero una locomotora que, paradójicamente, va a remolque de los acontecimientos.
Fuente: http://www.lavozdegalicia.es/noticia/economia/2013/04/07/victoria-pirrica-ante-troika/0003_201304G7P3992.htm