Pareciera que, finalmente, la unidad de la izquierda es posible en el Perú de hoy. No es aún una realidad, por cierto, pero sí una posibilidad tangible a partir de la probable confluencia de los dos más significativos segmentos que ahora asoman en el escenario. No obstante, se trata de un camino que ha de […]
Pareciera que, finalmente, la unidad de la izquierda es posible en el Perú de hoy. No es aún una realidad, por cierto, pero sí una posibilidad tangible a partir de la probable confluencia de los dos más significativos segmentos que ahora asoman en el escenario. No obstante, se trata de un camino que ha de encontrar obstáculos grandes y pequeños y que puede aún culminar con un fracaso. Veamos.
El proceso que ha recorrido en los últimos meses lo que bien podríamos denominar «el campo popular», el espacio enfrentado a la mafia apro-fujimorista empeñada en recuperar el Poder el 2016, se ha ido decantado de tal modo que hoy asoman dos vertientes visibles. «Tierra y Libertad», por un parte, y «Democracia Directa», por otra.
Ambos agrupamientos son los que tienen registro electoral válido y, por tanto, los únicos de «este lado de la pista» que pueden inscribir candidatos. Hay otros que carecen de este requisito, no porque fuera imposible alcanzarlo, sino simplemente porque sus dirigentes no quisieron darse el trabajo de recolectar firmas. Prefirieron esperar, para ver con quién podrían entenderse. Eso, resultaba finalmente más cómodo.
Varios de estos grupos pequeños y sin inscripción, integraron UNETE, y se cobijaron temporalmente a la sombra del Partido Humanista -con Yehude Simon- que sí tiene registro electoral. Cuando este parlamentario se cansó de tenerlos, habida cuenta que cuestionaban su candidatura, y resolvió marcar su propio itinerario, se rompió esa alianza. En otras palabras, Yehude se fue con su inscripción a cuestas, y sus aliados quedaron como el pintor de murales, colgados de la brocha: les habían quitado la escalera.
Para estar en capacidad de jugar en el terreno electoral, aunque fuera con otra pelota, los integrantes de UNETE ratificaron su alianza; y se fueron, orondos, en busca de «Democracia Directa», que sí tiene registro electoral. Esa acción, curiosamente, fue la que abrió la puerta a un nuevo escenario que puede lucir interesante.
«Democracia Directa» es una suerte de expresión política de los Fonavistas, un conjunto de peruanos que luchan desde hace varios años porque se les devuelva el monto del impuesto al Fondo de Vivienda -el FONAVI- que fuera creado a fines de los años 70 por el gobierno de Morales Bermúdez
Perspicaces, los líderes del FONAVI inscribieron hace unos años su movimiento en el registro electoral y lo denominaron «Democracia Directa». Hoy, ofrecen su registro para que cobije un espectro de la izquierda. Loable propósito, sin duda.
Otros movimientos se ligaron antes a «Democracia Directa». El «Bloque Popular», liderado por el congresista Sergio Tejada Galindo se sumó allí y ganó un aliado interesante: el ingeniero Gonzalo García Núñez, ingeniero industrial y economista, antiguo dirigente de Izquierda Unida en los años de Barrantes y que fuera también candidato a la primera Vice Presidencia de la República en la fórmula de Ollanta Humala el 2006.
Gonzalo García, en el camino, fue líder gremial, miembro del Directorio de Petro Perú, integrante del Consejo Nacional de la Magistratura y tuvo aún otras elevadas funciones. Ellas le valieron establecer vínculos, ganar experiencia y fortalecer una imagen que hoy asoma como válida en el contexto concreto.
Por presión de la gente, Democracia Directa se convirtió así en un polo de atracción. Fue invitando, y sumando. Y haciendo concentraciones públicas en las que levantó la bandera de la Unidad. Y eso, le resultó valioso. Tanto que ahora, los colectivos nucleados en UNETE se han sumado a ella y han suscrito una suerte de «pacto electoral».
En pista paralela, el «Frente Amplio» hizo elección de candidato, en un proceso al que concurrieron 7 postulantes. El resultado de la consulta ungió a Verónica Mendoza, una joven y carismática congresista, como la candidata presidencial de ese movimiento.
Ahora, lo que falta puede parecer pequeño, pero no lo es tanto: se trata de lograr que el Frente Amplio y Democracia Directa sumen fuerzas y arriben a un acuerdo. Y que, como consecuencia de él, asome un candidato que los aglutine. Ya en algunos corrillos se habla de lo que bien podría ser una «fórmula» mágica: Gonzalo García de Presidente y Verónica Mendoza y Sergio Tejada de Vice Presidentes.
En ese orden, o en otro, las tres serían figuras interesantes en un nuevo escenario y permitirían dar la impresión que, finalmente, salió humo blanco por la chimenea del Concilio de los Obispos de la Izquierda Oficial.
Si este entendimiento se concretara, se podría suponer que, finalmente la Izquierda se unió. Claro que se trataría apenas de una «alianza electoral», que debiera complementarse -para hacerse algo más sólida- con un acuerdo programático y una concertación política.
Lo del «acuerdo programático» luce más fácil, porque se trata de temas comunes, de exigencias que se comparten, y de banderas que vienen «desde abajo» y que se nutren de manera cotidiana con la demanda de las poblaciones. Lo otro, lo de la concertación política, luce algo más complicado porque exige no solo vocación concreta, sino también voluntad de trabajo. Y eso, es lo que a nuestra izquierda oficial no le seduce.
Quizá no todos los que «se sumen» a un entendimiento entre Frente Amplio» y «Democracia Directa» pueden suscribir un entendimiento político porque la falta de unidad en la materia es por cierto evidente.
No debiera importar eso. Aunque fueran solo dos o tres fuerzas, de las 12 o 14 que podría aglutinarse tras el membrete que se decida usar, sería bueno que se sustentara y se suscribiera. Y que partiera de un compromiso obligatorio para el caso: trabajar de manera conjunta y también por separado, en el cumplimiento de una voluntad política común.
Ella tendría que incluir la defensa irrestricta de los intereses nacionales, pero también a la solidaridad activa con el proceso emancipador latinoamericano. Y eso, tiene nombre propio: Cuba, Venezuela, Bolivia, el Alca, la Celac, son las más definidas exigencias.
La idea parte de un concepto que, lamentablemente resulta ajeno al análisis de nuestros «políticos»: La lucha de los peruanos no se limita a las fronteras nacionales, ni está desconectada del mundo que nos rodea. Sobre eso, nos habló Mariàtegui. Nos dijo: «poco de internacionalismo, nos aleja de nuestra realidad; mucho internacionalismo, nos acerca a ella». El Amauta, en la misma línea, nos aseguró que en su estudio de la experiencia mundial, pudo descubrir mejo el drama peruano.
Y es verdad. Aunque algunos no lo asimilen y crean aún que se trata de «fenómenos ajenos» y asuntos de «otras latitudes»; la realidad peruana está más vinculada al escenario continental de lo que se supone. La afirmación del proceso emancipador latinoamericano haría más próximo el derrotero liberador de nuestro pueblo, en tanto que un retroceso en cualquiera de los países de la región implicaría una derrota para todos.
El enunciado puede parecer digerible. Pero la consecuencia de la formulación no siempre «pasa» por la garganta de quienes prefieren eludir definiciones con la idea que ellas podrían «afectarle sus votos». Prefieren callar, o incluso «conceder» espacio al enemigo «reconociendo «, por ejemplo, que «Venezuela no es una democracia», o que Maduro «es un Presidente autoritario». Están seguros que diciendo eso, les «concederán espacios» y podrán, de ese modo «ganar votos».
Y es que, objetivamente, resulta en estos casos letal mezclar lo electoral con lo político cuando se no se sabe a dónde se va ni por qué se lucha. La unidad sin principios, es precaria, pero sobre todo endeble. Para hacerla fuerte, hay que sustentarla en valores, y afirmarla en concepciones definidas y en deberes solidarios. No debiera haber acuerdo electoral, sin pacto político.
La experiencia enseña que la unidad es fortaleza. No suma, sino multiplica. Y hace tangible una victoria. Los triunfalismos no ayudan. Tampoco el optimismo excesivo. Pero sí, la acerada voluntad de un pueblo que no está dispuesto a caer otra vez en manos de la Mafia.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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