En la Unión Europea (UE), en estos momentos de recrudecimiento de la pandemia, nadie quiere hablar de las duras realidades y de un incierto futuro, y nadie sabe, por tanto, hacia donde ha de avanzarse, mientras las dificultades no hacen sino acumularse.
El final de la era de Ángela Merkel, el mapa negro de la pandemia, el brexit, las tensiones con Rusia y la competencia con China son algunos de los factores que confluyen para hacer del 2022 un año potencialmente complejo para la UE, en el que se van a poner sobre la mesa discusiones cruciales como la reforma del pacto de estabilidad, la necesidad de un presupuesto específico para la zona euro o el papel de Europa en un mundo dominado por las tensiones geopolíticas.
Las noticias inquietantes son muchas y aparentan andar sueltas. Parecía que tienen vida propia; desconectadas de las demás, pero las coyunturas históricas las unifican y les dan sentido. Tiempos de incertidumbres; de dudas existenciales, en esta época donde sopla un “viento sin norte” propio de los momentos de cansancio de la razón o de los periodos en que la razón instrumental abandona su tarea y recala en un sueño intranquilo.
El problema es que en la parálisis actual todo se abandona a las tareas del día sin ningún proyecto de fondo claro que las oriente. Aunque para más de un funcionalista ese sea el modo de avanzar, dejando que la solución de los problemas que surgen y su propio decurso cree la necesidad de una mayor unión y la vaya generando. Sin embargo, sin un plan claro ninguna integración real, no meramente sistémica sino también normativa, puede darse.
Cada dato exigiría, sin dudas, la dialéctica del análisis pormenorizado. En un mundo en el que las relaciones de poder global se están modificando a pasos agigantados, donde la decadencia del imperio estadounidense y la emergencia de China están generando una dinámica histórico-social que unifica procesos, que pone en crisis la globalización tal como la hemos conocido e impone cambios geopolíticos de enorme magnitud.
Nuevos vientos, viejas tormentas
Los vientos de cambio que soplan desde Berlín sitúan a la Unión Europea ante un tiempo nuevo. Hoy e el nuevo canciller Olaf Scholz propone “un cambio de paradigma” en su país para invertir en la cohesión social, plantea “avanzar hacia una Europa federal” y está abierto a reformar el pacto de estabilidad de la zona euro. El cambio de tono es evidente.
Francia, está desde el 1 de enero al frente de la presidencia de turno de la UE, ha convocado a los líderes europeos a una cumbre informal para definir “un nuevo modelo europeo de inversión y crecimiento”.
Podría ser el momento en que el presidente Emmanuel Macron y el primer ministro italiano, Mario Draghi, presenten su esperada propuesta sobre la reforma del pacto y la arquitectura institucional de la moneda común para aplicar las que, a su juicio, han sido las lecciones de la pandemia y la crisis de euro, cuando el PIB tardó cuatro veces más que ahora en recuperarse.
No obstante, el desenlace de estos debates dependerá de varios factores. Por el lado francés, obviamente, de quién sea el vencedor de las elecciones presidenciales en la próxima primavera europea. El panorama cambiaría completamente si el interlocutor de Scholz no es Macron sino la extrema derecha de Marine Le Pen o Éric Zemmour. Mientras que, del lado alemán, los acuerdos internos a los que llegue la nueva coalición de gobierno sobre cómo financiar su masivo plan de inversiones serán el sostén de algunas reformas europeas.
Desde marzo del 2020, cuando estalló la pandemia, las reglas presupuestarias desde Maastricht al pacto de estabilidad están suspendidas para dar flexibilidad de gasto a los gobiernos, pero este año debe tomarse decisiones sobre su futuro. En su primera cita en París, Macron pidió a Scholz que fuera creativo en ese sentido.
Una posibilidad es que ciertas inversiones no computen a efectos de déficit y deuda, los sacrosantos topes del 3% y el 60%, por ejemplo, las destinadas a impulsar la transición energética o la digitalización. Los autodenominados países frugales también empiezan a cambiar el paso. Por su parte el nuevo gobierno neerlandés, acaba de lanzar un plan de inversiones histórico y se dispone a nombrar un ministro de Finanzas más afín a las nuevas tesis germanas.
Otra negociación pendiente es el futuro del Fondo de Recuperación, cuyas ayudas (unos 750.000 millones de euros, condicionados a la adopción de reformas) acabarán teóricamente en el 2027, a la vez que Francia quiere hacerlo permanente.
Uno de los impulsores de este instrumento, financiado en parte por primera vez por emisiones de deuda común, fue precisamente Scholz, el último ministro de Finanzas de Merkel. “Si Italia lo hace mal, sería un desastre para Europa. Entonces los estados del norte podrían decir que la UE no debería habernos dado dinero, que no lo hemos gastado bien”, alerta el ex primer ministro italiano Enrico Letta. Su aviso vale para todos: el fondo anticrisis puede ser el embrión de una nueva criatura financiera europea.
A la brújula estratégica, le falta el norte
La Comisión Von Der Leyen quiso ser conocida por su carácter esencialmente geopolítico. El objetivo era resituar a la UE en un mundo que cambiaba aceleradamente, volviendo a definir alianzas, intereses y valores. Mientras tanto el español, José Borrell se ha convertido en el gran portavoz de estas aspiraciones como alto representante de Exteriores y de Defensa.
El dato central es la presentación del borrador-documento llamado “Brújula Estratégica” (Strategic Compass) que será discutido por todos los gobiernos y –prsumiblemente- aprobado durante la presidencia francesa. La brújula tiene el mismo papel que el llamado “concepto estratégico” en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), es decir, definirá la situación internacional, riesgos y problemas básicos y propondrá una estrategia integrada según los intereses de la UE.
Sin embargo, el debate de fondo es qué se debe entender por “autonomía estratégica de la UE”. Siempre que se habla de autonomía europea se dice, a renglón seguido, que esta es compatible con la OTAN, complementaria de ella y siempre dirigida a asegurar la común defensa –militar- de Occidente.
En realidad, lo que está en juego es (re)negociar el tipo de alianza con EEUU. ¿Por qué? Es evidente de que EEUU tiene nuevas y determinantes prioridades centradas en Asia, que quiere ejercerlas más allá de la OTAN y de la UE. La Administración estadounidense está definiendo una división del trabajo flexible en el tablero mundial, donde ellos dirigirían directamente todo la referente al teatro de operaciones indo-asiáticas y la OTAN tendría la responsabilidad de enfrentarse a Rusia.
El tratado Aukus (Australia, Gran Bretaña y EEUU.) plasma esa política. Francia ha sido descartada y humillada una vez más, en una zona donde tiene viejos intereses y, esa era la apuesta de Macron, plataforma idónea para proyectar influencia y poder.
Por otra parte, es una evidencia que en los momentos decisivos EEUU privilegia exclusivamente sus intereses, sin tener en cuenta las aspiraciones y demandas de sus aliados, especialmente los de la Unión Europea. Dicho de otro modo, la Casa Blanca quiere una UE subalterna y sin capacidad de decisión en el tipo de relaciones internacionales que se definirán en el futuro.
Hay otro elemento esencial que es el propio desprestigio del liderazgo de EEUU y la necesidad de aparecer con personalidad más definida ante tanto desprecio y humillación.
Ucrania, la paradoja de un sin sentido altamente peligroso
El conflicto ucraniano va a situar muy pronto las cosas en su lugar. Por lo pronto, el escenario psicosocial puesto en marcha por el presidente Zelenski que pone fechas a supuestos golpes de Estado, acusando directamente a Rusia de estar por detrás y por delante, intimidando en una lógica de confrontación altamente peligrosa.
Por su parte la OTAN habla claramente de agresión sin precedentes, a la vez que la diplomacia moscovita insiste en que se está llegando a un nivel que pone en peligro la paz en la zona.
Como siempre, los medios occidentales renuevan sus viejos arsenales anticomunistas contra el imperio del mal, e identifican a Vladimir Putin con la tradicional autocracia rusa , mientras que los intelectuales orgánicos del occidente echan más leña al fuego, obviando las consecuencias devastadoras de un conflicto armado en esa zona vital de Europa. Confundir análisis con propaganda es siempre negativo; y cuando se trata de política internacional, mucho más.
En estos debates se suele partir de los intereses estratégicos y geopolíticos propios negando los suyos y su legitimidad al otro (en este caso Rusia). El Estado ucraniano dispone de unas fuerzas armadas especialmente potentes, profundamente modernizadas por la OTAN y por EEUU, y guiado por un nacionalismo ferozmente antirruso. Se puede llegar a una situación en la que se pierda el control, y tememos que estemos muy cerca de eso. Ya pasó en los Balcanes y no se aprendió nada.
En los ámbitos internacionales se reconoce a la diplomacia rusa como una de las más capaces y sabias del mundo. Han tenido grandes experiencias y han vivido también grandes derrotas. Nadie duda de que tienen una visión realista de la situación y que saben mejor que nadie, que la ocupación de Ucrania es posible militarmente pero políticamente podría tener consecuencias muy negativas para Rusia.
Se puede hacer demagogia hasta caer en la estupidez. Pero alguien en su sano juicio no puede creer que Rusia iba a perder Crimea y Sebastopol simplemente porque lo decidiera un gobierno nacionalista ucraniano. Alguien podría pensar que Moscú iba a dejar a su consistente minoría rusa en manos de un gobierno que ha hecho de la rusofobia el elemento fundamental de su política interna y externa.
Por estas cosas Rusia iría e irá a la guerra, y los que deben saberlo ya lo saben. Por eso se insiste desde la prensa “demócrata y libre” en la construcción del “enemigo” que exige presentarlo no solo como feroz sino especialmente fuerte y potente. La realidad es siempre más compleja y menos evidente.
Vayamos a los hechos: el producto interior bruto de Rusia es menor que el de Alemania y su gasto militar es importante, pero nada comparable con el presupuesto de la OTAN, el de EEUU o el de los estados europeos en su conjunto. Según los datos de 2020, el país que más gastó en defensa fue EEUU con 778,000 miles de millones de dólares. El segundo fue China con 252,000 miles de millones, es decir, es decir, tres veces menos. El tercero fue la India con 72.900. Rusia aparece en cuarto lugar 61,700 miles de millones de dólares.
Fuentes de la OTAN informan que esta organización política-militar alcanzó en el 2020 la impresionante cifra de 1,03 billones de dólares, más de la mitad del gasto militar total del planeta. Los países europeos pertenecientes a la OTAN gastaron tres veces más en defensa que Rusia. Podíamos seguir. La superioridad estratégica (económica-militar-operativa) de EEUU y de la OTAN es difícil de negar
Entonces cabe preguntarse ¿Qué hay detrás? En realidad algo conocido y vivido por la humanidad en su tortuosa historia: el declive de un imperio y la emergencia de una nueva potencia con el poder suficiente para cuestionar el orden existente. Ese imperio es Estados Unidos, la potencia emergente es China.
La paradoja es grande: a más integración europea menos autonomía, menos capacidad para actuar como actor global y parte de un nuevo orden por venir. Salir de la historia es pasar de ser sujeto a objeto, masa de maniobra de las grandes potencias y sufrir –esto es lo más dramático- una vez más la guerra en tu territorio.
Se pueden decir muchas cosas sobre Rusia, pero hay una no se debe olvidar: la actual clase política sabe que no son reconocidos por Occidente, que ha trabajado activamente para desarticularlos como Estado y romperlos como sociedad, que lo acusan de todos los males. Crecientemente tienen la percepción de que van a ser atacados y que serán de nuevo frente de batalla. Por lo tanto no hay tiempo que perder… Para una Europa que flota a la deriva, siendo la mas vacunada y la mas contagiada.
*Periodista uruguayo acreditado en la ONU- Ginebra Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)