Desde el 15 de abril, miles de indocumentados (o «sin papeles») en toda la región parisina se han puesto en huelga y en ciertos casos han tomado sus lugares de trabajo. Varios sectores laborales están involucrados: los restaurantes, las obras públicas y la limpieza. Son principalmente hombres que vienen de países africanos (Malí, Senegal, Mauritania, […]
Desde el 15 de abril, miles de indocumentados (o «sin papeles») en toda la región parisina se han puesto en huelga y en ciertos casos han tomado sus lugares de trabajo. Varios sectores laborales están involucrados: los restaurantes, las obras públicas y la limpieza. Son principalmente hombres que vienen de países africanos (Malí, Senegal, Mauritania, Argelia, Túnez), con una mayoría aplastante de malienses. Muchos de ellos tienen cinco, seis, hasta más de diez años en el suelo francés trabajando en condiciones deplorables, pero permitiéndoles enviar remesas que pueden hacer vivir a sus familias en sus países de origen. Este artículo trata de hacer una ponencia de la situación actual.
Francia ha conocido varios periodos de movilización de los extranjeros desde los años 70 (obreros especializados en las fábricas de la empresa automóvil Renault, organización y paro de alquiler en las residencias de los trabajadores inmigrantes) y un movimiento incipiente de los indocumentados auto-organizados se estableció a mediado de los años 90. La particularidad del movimiento actual es la extensión de esa problemática al mundo laboral y en consecuencia en que se vean involucrados diferentes sindicatos de trabajadores: la Confederación General de los Trabajadores (CGT), el mayor sindicato en Francia, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el sindicato anarquista, Solidarios, una unión de sindicatos autónomos y la asociación Droits Devant! (¡Ante todo, los Derechos!) que lucha por la regularización de los indocumentados. Con ese apoyo heteróclito, los trabajadores salieron de sus cocinas, sus obras, sus corredores lúgubres para apostrofar al ciudadano común, a sus empleadores (informados o no de la situación de sus empleados), y sobre todo al Estado al cual se le exige una respuesta rápida y masiva. Pero, tal como un reguero de pólvora, todos los indocumentados que no tenían la posibilidad práctica de organizarse colectivamente desde su lugar de trabajo, puesto que están aislados o trabajan en los servicios domésticos, como la mayoría de las mujeres, se ha sumado al movimiento un colectivo compuesto de más de 1000 personas para presionar al gobierno y aprovechar así de la coyuntura.
En el contexto del poscapitalismo, que tiene como particularidad un modo de producción que otorga una importancia creciente al trabajo inmaterial, la fuerza de trabajo de esas personas representa un ejército inmediatamente disponible para el Capital y una mano de obra flexible y callada.
Con una primera jornada de ocupaciones y huelgas inaugurada el 15 de abril, se fue constituyendo una segunda que empezó el 20 de mayo. Desde entonces, de los 1400 expedientes que han sido tramitados, aproximadamente 400 personas han sido regularizadas (es decir que se les atribuyeron un permiso de residencia y de trabajo de un año renovable [1] ). Pero el gobierno de Sarkozy, en su clarividente pragmatismo no quiere permitir que se abran las compuertas de la regularización a los 400 000 otros clandestinos que están informalmente censados en el país y que se desencadene una gigantesca ola de movilización sumergiendo el sector productivo en todo el país. Es así que la legislación va empeorando las condiciones de vida de los extranjeros irregulares con la multiplicación de los controles y redadas en nuestras ciudades, hasta las detenciones de padres indocumentados en la entrada de las escuelas. Obviamente Sarkozy no hace más que aplicar una política correspondiente a exigencias neoliberales y aplicada a escala europea como lo demostró la adopción por el Parlamento Europeo el 19 de junio de la «Directiva retorno» (o de la vergüenza por los que no temen el uso apropiado de la palabra). La espantosa uniformidad de la respuesta de la clase política esta comprobada por los resultados del voto [2] . Hasta ciertos socialistas y ecologistas aprobaron una medida que va a provocar el endurecimiento de las condiciones de retención de los indocumentados haciendo pasar en el caso francés el tiempo legal desde 32 días hasta 18 meses, la posibilidad de deportarlos a países de transito (Libia, Túnez, Argelia, entre otros) y así crear «pórticos de inmigración», como también la capacidad de aplicar esas medidas a menores de edad aislados.
El último desenlace trágico de esta contienda ocurrió el sábado 21 de junio en la tarde cuando un tunecino de 41 años de los 250 «retenidos» apiñados en el Centro de Retención Administrativa [3] (CRA) de Vincennes, en la periferia de Paris, se murió de un ataque cardiaco supuestamente por negligencia de los personales del mismo CRA. El día siguiente, en dos puntos diferentes del edificio, se quemaron colchones en señal de protesta. Una hora más tarde todo el CRA se venía abajo, desapareciendo bajo las cenizas de la rabia. Naturalmente, el conjunto de esos hombres que enfrentan condiciones humillantes, inhumanas a raíz de su privación de libertad por la sencilla razón de haber cruzado fronteras para encontrar un lugar propicio a su explotación, a pesar de todo condición sine qua non a la supervivencia de sus familiares, fueron transferidos en otros centros, y la demanda de liberación por razones extraordinarias ha sido negada por este gobierno de la vergüenza. Dos entre ellos han sido designados como culpables ideales, paga peos de un crimen que el Estado no puede permitirse dejar impune. Se les culpan de «incitación a la rebelión» y «incitación al incendio voluntario», premisas de una inculpación por encargo. Pues, van a tratar de castigarles lo más duramente posible para no crear las condiciones de una reiteración de estos actos liberadores.
Ayer al discutir con un camarada huelguista que tiene 71 días de paro laboral, en un restaurante dónde siete de los diez han recuperado el precioso papelito, sin recursos económicos de ningún tipo, yo le preguntaba que iba a cambiar en definitiva la posesión de tal documento. Me dijo en una actitud deliberamente desenvuelta: «pero, me la voy a pasar en Dubai! Mis primeras vacaciones en siete años», le pregunto «y porqué Dubai?», «¡porque es un país donde todo el mundo es rico!»
¡Por un mundo libre de fronteras y papeles! ¡Por la circulación desreglamentada de todas y todos! ¡Abajo todos los lugares de encerramiento!
Mila Ivanovic es investigadora en ciencia política en la Universidad Paris 8