No se trata de negar el valor de las comunicaciones digitales. Todo lo contrario; éstas han transformado al mundo, se han erigido como la palestra en donde se discuten los asuntos trascendentales y todo eso sucede en foros accesibles a cualquier individuo capaz de manejar un mínimo de tecnología. Pero también es una vía de […]
No se trata de negar el valor de las comunicaciones digitales. Todo lo contrario; éstas han transformado al mundo, se han erigido como la palestra en donde se discuten los asuntos trascendentales y todo eso sucede en foros accesibles a cualquier individuo capaz de manejar un mínimo de tecnología. Pero también es una vía de escape con filtro sensorial en la cual todo se vuelve abstracto y lejano: el hambre, la pobreza, la guerra, la violencia criminal, el narcotráfico, el abuso sexual y la trata de personas entre otras patologías propias de nuestras sociedades.
Aquí, desde el teclado, es fácil opinar y enfrentar a los círculos de poder. Pero en la realidad concreta ningún medio de comunicación -por más poderoso que crea ser- tendrá la fuerza suficiente para abrir agujeros en los muros de la impunidad o tendrá la palanca para derribarlos. Esto solo se consigue cuando algún acontecimiento extremo motiva a la ciudadanía a salir de su espacio de confort e incidir en la política aunque en su ámbito personal no tenga ninguna vinculación con el activismo. Es entonces cuando la comunicación virtual adquiere su protagonismo y pasa de ser una ventana de entretenimiento a convertirse en un motor de cambio.
En los últimos meses se ha visto de todo, pero lo más impactante ha sido caída del gobierno, cuyos principales funcionarios fueron a parar a la cárcel. Algo impensable en el pasado reciente, a pesar de haber tenido anteriormente gobiernos tanto o más corruptos que el defenestrado. Ese golpe maestro fue dado en parte a través de las redes sociales, cuyo efecto multiplicador generó una energía inédita entre la población. Lo más novedoso del fenómeno fue un sentimiento de reivindicación que cruzó transversalmente todos los sectores de la ciudadanía uniéndolos en una sola voz, lo cual para una de las sociedades más segmentadas de la región es todo un récord.
Han transcurrido ya varios meses del estallido y se ha ido apagando la resonancia de la rebelión ciudadana. Las redes hoy amanecen cubiertas de saludos navideños y los internautas parecen haber hecho un alto en su demanda de justicia y transparencia para celebrar esta tradición en familia. (De paso, sería pertinente preguntarse si el calendario de elecciones y transmisión de mando, un acontecimiento de vital importancia para la democracia, lleva implícita una estrategia para distraer a la ciudadanía programando algo tan importante en medio de las fiestas).
Pero volviendo al tema, es importante reconocer que el valor de las comunicaciones virtuales -hoy indispensables para un gran porcentaje de la población- nos están adormeciendo la sensibilidad respecto de los problemas más acuciantes de nuestros compatriotas. Hay que reflexionar sobre si no sería conveniente salir de la comodidad del desconocimiento sensorial para enfrentar la realidad en vivo y en directo, hablar con la gente cara a cara y escuchar sus experiencias de vida.
En otras palabras, emprender el desafío de convertirnos por unos momentos en reporteros de la vida real, apagar la computadora o el celular y abrir todas nuestras terminales nerviosas para conocer cómo se ve la miseria que nos rodea, allí nomás, al otro lado del barranco desde donde apreciamos la hermosa vista de la ciudad. Reconocer los olores de los vertederos de basura en donde transcurre la vida de familias enteras. Caminar por callejones bordeando un vacío de vértigo en donde se apiñan las chozas construidas con desechos. Consolar a la madre del niño que murió por falta de oxígeno en un hospital nacional. Escapar, por un momento, de la burbuja.
Blog de la autora: El Quinto Patio
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.