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«Este cineasta construyó un gran telescopio que indaga en todas las dimensiones de lo humano y que sobre todo, nos obliga a repensar nuestro modelo de desarrollo».
Existen libros que son como brújulas que nos ayudan a orientarnos en la espesura de la desinformación, textos que nos cobijan como refugios cuando la artillería del poder arroja de manera incesante propaganda camuflada de información veraz.
El pasado 7 de febrero, el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo afirmaba en una entrevista en la cadena SER, que él no tuvo conocimiento de ningún caso de abusos sexuales mientras impartía clases como hermano corazonista en el colegio que esta congregación tenía en la calle Alfonso XIII de Madrid.
En el año 1996 me encontraba cubriendo una interinidad en un instituto de la provincia de Badajoz. De aquella época como docente de historia, tengo un recuerdo entrañable e intenso, y quizás, lo más importante, un par de amistades de esas que son para toda la vida.
Quien se adentre en este texto, no encontrará el análisis de un contexto político determinado, ni siquiera leerá una reflexión profunda (y pertinente) a tenor de las valoraciones y juicios descabellados que unos militares franquistas y monárquicos han vertido en un chat. Hallará el lector fundamentalmente, una articulación de retazos de memoria personal, y sobre todo, una necesidad vital de ejercer la irreverencia más cáustica posible, que en este caso, es sinónimo de respirar en profundidad, de seguir andando… sin miedos.