Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
En el ámbito social la vuelta a la actividad tras el verano de 2019 tiene decididamente un sabor amargo para los ciudadanos musulmanes, o que supuestamente lo son, de Francia. En las últimas semanas se han encontrado con que en tres ocasiones son, a su pesar, portada en los medios. La cobertura y las polémicas mediáticas de estos «casos» contribuyen una vez más a construirlos como «problema social», a considerarlos un «problema político», a presentarlos como «amenaza ideológica». Una vez más las protestas contra la multiplicación de reglamentos internos que prohíben llevar «trajes de baño que cubran» (nuevo eufemismo de «burkini») han sido la ocasión para sostener que el laicismo está amenazado (tras las escuelas y los hospitales ahora le toca el turno a nuestras piscinas). El «derecho a ser islamófobo» proclamado por el filósofo Henri Peña-Ruiz en la Universidad de Verano de [la plataforma política] France Insoumise alegando la necesidad de distinguir entre el rechazo del islam y el rechazo de las personas musulmanas acredita una vez más la idea de que está amenazada la libertad de crítica de las ideas religiosas. Por último, la declaración falsa del ministro de Educación sobre la falta de escolarización de las niñas «musulmanas» debido al «fundamentalismo islámico» que gangrena a determinados territorios añade el toque angustioso de una sociedad amenazada en sus fundamentos y valores por un «enemigo interno» que dispone de apoyos internacionales.
El laicismo indumentario
En tres ocasiones en las últimas semanas grupos de mujeres deciden bañarse en «burkini» para protestar contra la multiplicación de los reglamentos internos que les prohíben el acceso a estos espacios de ocio. El ministro del Interior declara inmediatamente que «hay reglas sobre la vestimenta que son las que se deben utilizar para venir a bañarse. Y ninguna convicción religiosa puede obstaculizar el respeto a estas reglas, hay que ser firme con las reglas». Por su parte, la portavoz del gobierno Sibeth Ndiaye condena la forma de actuar de «asociaciones de carácter comunitario». Desde entonces durante varios días nuestros medios de comunicación se hacen eco de discursos que presentan a estos activistas como contrarios a las «reglas» comunes de la República. Ahora bien, las reglas indumentarias definidas por la ley solo tienen en cuenta, con razón, un criterio: la higiene y la seguridad. Esto es lo que dice una guía publicada en mayo de 2019 por el Ministerio de Deportes:
«Las personas que frecuentan estas piscinas pueden ser consideradas usuarias del servicio público respecto a las cuales no existe una legislación restrictiva en cuanto al uso de un vestimenta relacionada con un motivo religioso. En otras palabras, prima la manifestación de la libertad religiosa mientras no perturbe el orden público. […] Unas reglas que impusieran el llevar una vestimenta adaptada a la práctica deportiva con el objetivo directo o indirecto de prohibir llevar burkini solo podrían ser legales sobre la base de razones objetivas como la higiene y/o la seguridad, pero que también fueran demostrables para no dar lugar a una discriminación indirecta por motivos religiosos» [i].
Estas acciones militantes no han consistido en ningún momento en rechazar las reglas de higiene (como, por ejemplo, la obligación de ducharse antes de entrar en la piscina o la prohibición de determinados tejidos). Lo que se cuestiona es la amalgama generalizada entre una indumentaria y la ausencia de higiene que hace que la prohibición se deslice subrepticiamente de un campo a otro, de la higiene de las indumentarias a la discriminación de las portadoras de determinada indumentaria. Como era de esperar, este nuevo episodio ha suscitado la movilización del ámbito facha que como es habitual han recuperado algunos de sus argumentos en un campo más amplio. En particular se ha esgrimido el de un comportamiento «secesionista» o «aislacionista» que obstaculiza la famosa «convivencia». La revista Causeur titula así uno de sus artículos: «Burkini: el islam separatista al asalto de las piscinas» [ii]. Así, se presenta como «separatistas» a mujeres que exigen poder acudir a unos espacios comunes. Extraña lógica la de una «convivencia» que prohíbe el acceso a los espacios públicos. Tras la sucesión de decretos municipales de hace unos años que prohibían llevar el «burkini» en las playas (Cannes, Villeneuve Loubet, Sisco, le Touquet, etc.), asistimos ahora a la sucesión de reglamentos internos que vuelven a prohibir el acceso a un espacio público. La sucesión de prohibiciones indumentarias contribuye concretamente a destilar cada vez con más fuerza las imágenes de una población reticente a las reglas comunes, de una religión contradictoria con la «convivencia» y de una amenaza cada vez mayor proveniente de una ofensiva «fundamentalista». Cómo extrañarse, entonces, de que esta «islamofobia desde arriba» acabe por engendrar una «islamofobia desde abajo», es decir, en el seno de una población francesa ya desestabilizada por la precarización generalizada de las condiciones de vida.
Las mentiras esencialistas de un ministro
El 31 de agosto es el ministro de Educación quien aporta su contribución a la banalización de la islamofobia. Declara lo siguiente al tratar la cuestión de la desescolarización en las escuelas infantiles: «Hay más niñas que niños que no acuden a las escuelas infantiles por razones sociales […] Y llamemos las cosas por su nombre, el fundamentalismo islamista en algunos territorios ha hecho que algunas niñas pequeñas vayan a la escuela lo más tarde posible» [iii]. Esta afirmación es simplemente una mentira, como atestigua el informe del Ministerio de Educación sobre la asistencia a las escuelas infantiles en 2018 al destacar que el 50.3 % de los alumnos de dos años son niñas [iv]. A pesar de que los datos estadísticos lo desmienten, el Ministerio de Educación persiste destacando que el ministro hablaba de «algunos barrios, de algunas zonas» y no de una realidad nacional sin especificar sus fuentes. «No es algo estadístico y aunque concierna a una decena de niñas y no a miles, evidentemente debe formar parte de las cosas a las que hay que prestar atención», afirma el ministro al anunciar «una evaluación del laicismo en la escuela de aquí a finales de septiembre» [v].
Nos encontramos ante un tipo ideal de la lógica esencialista. La situación de algunas niñas se generaliza a «barrios», «zonas» y «territorios» enteros. Además, se remite a una causalidad única: el fundamentalismo islámico. No es de extrañar el resultado de esta lógica: el fortalecimiento de la imagen de una sociedad amenazada en algunos de sus territorios por un peligro «fundamentalista islámico» que hace necesaria una reacción colectiva y unitaria. Nuestra escuela funciona tan bien que el ministro se toma la molestia de preocuparse por la suerte de una «decena de niñas». Los demás problemas de la educación nacional son tan mínimos que tiene tiempo para examinar una vez más el laicismo. El «laicismo» y/o el «peligro fundamentalista» se han convertido verdaderamente en «debates cortina de humo» a los que se puede recurrir fácilmente para desviar la atención hacia cuestiones diferentes de las que desvelan los verdaderos problemas sociales y políticos. En un libro de 2004 destacábamos ya que la lógica activada por la «ley sobre los signos religiosos en las escuelas públicas» instalaba una «Caja de Pandora» que se pudiera abrir según conviniera por motivos tácticos:
«La ley plantea un mal menor que no puede sino volver a poner regularmente en primer plano a las poblaciones provenientes de la colonización como «enemigo interno» que amenaza a la República, al laicismo, a la identidad nacional, etc. Las metástasis del debate de este año se multiplicarán y reactivarán la misma película, provocarán los mismos comentarios vehementes, producirán los mismos resultados en términos de estigmatización de una parte del pueblo de Francia caracterizada por su origen, reducido él mismo a una única dimensión religiosa» [vi].
Si el ámbito facha se ha vuelto muy eficaz para reabrir regularmente esta Caja de Pandora, la declaración de nuestro ministro pone de relieve que no es la única que sabe como utilizarla.
El «derecho a ser islamófobo» de France Insoumise
La Universidad de Verano de France Insoumise ha permitido calibrar las metástasis que mencionábamos antes. Simplemente, se extienden a la práctica totalidad del ámbito político. En esa Universidad de Verano el filósofo Henri Peña-Ruiz autorizaba de la siguiente manera «el derecho a ser islamófobo»:
«¿Qué es el racismo? Es cuestionar a las personas por lo que son. Pero no es cuestionar la religión. Como decía el añorado Charb, como decía mi amigo Stéphane Charbonnier, asesinado por los hermanos Kouachi en enero de 2015, se tiene derecho a ser ateófobo al igual que se tiene derecho a ser islamófobo. En cambio, no se tiene derecho a rechazar a hombres o mujeres porque son musulmanes. El racismo es (y no nos desviemos nunca de esta definición, de lo contrario debilitaremos la lucha antirracista) cuestionar a un pueblo o a un hombre o a una mujer como tales. El racismo antimusulmán es un delito. La crítica del islam, la crítica del catolicismo, la crítica del humanismo ateo no lo es. Se tiene derecho a ser ateófobo, como se tiene derecho a ser islamófobo, como se tiene derecho a ser catófobo. En cambio, no se tiene derecho a ser homófobo ¿por qué? Por que el rechazo de los homosexuales se dirige a las personas y no se tiene derecho a hacerlo. El rechazo solo se puede dirigir a lo que se hace, no a lo que se es» [vii].
El argumento de autoridad que consiste en dar una definición arbitraria de un concepto que permite a continuación sacar lógicamente las conclusiones que se desean previamente es una herramienta retórica clásica. Mal que le pese a nuestro filósofo, el racismo no se puede limitar al «cuestionamiento de las personas por lo que son». Décadas de debates e investigaciones han consolidado algunas definiciones que ponen en evidencia el reduccionismo de la «innovación semántica» propuesta. También hay que recordar las precisiones que hizo Albert Memmi en 1964: «El racismo es la valorización generalizada y definitiva de diferencias, reales o imaginarias, a beneficio del acusador y en detrimento de su víctima, para justificar sus privilegios o su agresión» [viii]. No se trata de «cuestionamiento» alguno sino de un proceso de jerarquización de grupos sociales definidos por un color, un origen, una religión, etc. Tampoco estamos ante un «rechazo» «de las personas por lo que son» porque las diferencias mencionadas para estigmatizar pueden atañer a lo imaginario (e incluso generalmente lo hacen). Simplemente nuestro filósofo ha olvidado aquí que la forma de expresión del racismo depende de la relación de fuerzas ideológicas, la cual obliga al racismo a adaptarse, es decir, a adoptar nuevos rostros para mantener su eficacia política. Así, históricamente pasó de una forma «biológica» (la afirmación de la superioridad de una raza sobre las demás) a ser una forma culturalista (la inferiorización de determinadas «culturas») y más recientemente a una forma centrada en una religión. Ya desde 1956 Fanon destacó esta mutación de los rostros del racismo o esta dinámica histórica de las formas del racismo:
«El racismo no ha podido anquilosarse. Se ha tenido que renovar, que matizar, cambiar de fisionomía. Ha tenido que sufrir la suerte del conjunto cultural que lo informaba. Como las Escrituras habían resultado ser insuficientes, el racismo vulgar, primitivo y simplista pretendía encontrar en lo biológico la base material de la doctrina. […] Estas afirmaciones brutales e imponentes dan paso a una argumentación más refinada. […] Este racismo que quiere ser racional, individual, determinado, genotípico y fenotípico se transforma en racismo cultural. El objeto del racismo no es ya el hombre particular sino determinada forma de existir» [ix].
Así, mal que le pese a nuestro filósofo y a sus argucias semánticas, el racismo puede adoptar la forma de una «critica de la religión». Por supuesto, eso no quiere decir que todas las críticas de la religión sean racistas, sino que lo son las que llevan a la infravaloración. La islamofobia adopta así la forma de una crítica de la religión con una finalidad de infravalorar que justifica un trato de excepción. Desde que el racismo biológico cedió el paso al racismo culturalista siempre se legitima la agresión a los portadores, reales o supuestos, de esta cultura atacando a estas culturas. La reducción de la islamofobia a la «crítica de la religión musulmana» para hacerla «legítima» y «respetable» se encuentra de forma significativa en Éric Zemmour, el cual declara en abril de 2019: «La islamofobia no existe. No es un delito, es la voluntad de las minorías islamistas que tratan de imponernos este delito de islamofobia que no existe. […] Se tiene derecho a criticar el islam, incluso se tiene derecho a detestar el islam, se tiene derecho a tener miedo al islam, como se tiene derecho a detestar y criticar el cristianismo, el judaísmo, el protestantismo, etc.». Lo encontramos también bajo la pluma de un Bruckner: «El objetivo del término islamofobia es convertir el islam en un objeto intocable so pena de ser acusado de racismo. Esta creación, digna de las propagandas totalitarias, alimenta una confusión deliberada entre religión, sistema de piedad específico y los fieles de todo tipo de orígenes que se adhieren a ella». También está presente en Finkielkraut, Fourest, etc. Por último, aparece también en la prosa de páginas web de extrema derecha, como «Français de souche». En todo caso, sigue siendo demasiado importante para ser un malentendido. No se trata de un debate sobre vocabulario, como querría hacer creer el comunicado oficial de France Insoumise del 29 de agosto, sino de una divergencia política e ideológica. ¿Hay que sorprenderse de que Peña-Ruiz oculte o desconozca estos fundamentos? Recordemos simplemente que Peña-Ruiz se pronunció a favor de que se prohibiera a las madres que llevaran pañuelo acompañar a sus hijos a la puerta de la escuela. Quienes lo invitaron a la Universidad de Verano lo sabían [x].
El olor nauseabundo de las elecciones municipales
Una vez más el fiebre islamófoba no resurge independientemente del contexto. Una vez más lo que caracteriza la subida de la temperatura islamófoba es la proximidad de elecciones. Este estatuto particular de las secuencias electorales revela la magnitud de la lepenización de los espíritus, es decir, la imposición por parte de la extrema derecha al conjunto de la escena política de su vocabulario, sus temas y sus lógicas. En efecto, en junio de 1990 Bruno Mégret explicaba así la «batalla por el campo léxico»: «Nuestra estrategia de conquista del poder pasa por una batalla del vocabulario. […] Cuando hablan de identidad, de libanización, de clase político-mediática, cuando utilizan términos como el establecimiento, el cosmopolitismo, el pueblo, el totalitarismo larvado, hombres de la calle, periodistas y políticos entran en nuestro campo léxico» [xi]. Simplemente conviene completar la lista de palabras y expresiones añadiendo las siguientes: laicismo amenazado, comunitarismo, fundamentalismo, territorios perdidos de la República, crisis migratoria, afluencia masiva de personas refugiadas, etc. El campo léxico dominante hoy en día tiene un origen preciso. Su extensión lleva ahora a convertir cada una de las elecciones en un momento propicio para el prurito islamófobo con la esperanza (consciente o no, poco importa aquí en lo que se refiere a sus consecuencias) de atraer a una parte de la opinión pública sensible a este nuevo mensaje del racismo.
Pero esto solo es posible porque el terreno no estaba inmunizado. Por consiguiente, hay que examinar, más allá de la extrema derecha, la relación heredada aunque también actual con determinados componentes de la sociedad francesa. En el plano de la herencia nos encontramos una vez más ante una visión asimilacionista y civilizadora en el seno de una parte no desdeñable de la izquierda, en cuyo seno las personas musulmanas son aceptables pero a condición de que sean discretas, invisibles, silenciosas, etc. La nación no se concibe como una realidad histórica en movimiento trabajada por unas contradicciones de intereses sino como una esencia inmutable en la que se deben fundir las personas recién llegadas aceptando que se les «civilice». Por lo tanto, el debate pasa del campo de la igualdad de derechos al de la «integración», un refinado eufemismo de la lógica de la asimilación colonial excesivamente cargado de connotaciones negativas por las lecciones de la historia reciente. Testimonio de ello es la enorme cantidad de discursos sobre la universalidad amenazada, el laicismo amenazado, el «modelo social francés amenazado», la integración amenazada, etc. Esta amenaza no se sitúa en la esfera de un capitalismo globalizado que precariza y privatiza la escuela pública, destruye los logros sociales (que no son un «modelo», sino unas conquistas de luchas que expresan una relación de fuerzas en un momento dado de la historia), aumenta las discriminaciones racistas sistemáticas que jerarquizan a la sociedad francesa según una línea de color para precarizarla en su conjunto, etc., sino en la esfera de las mujeres que llevan burkini, de quienes han elegido el término «islamofobia» para designar al racismo que destruye sus vidas, de quienes denuncian el racismo de Estado, las leyes de excepción, la gestión colonial de los barrios populares y en particular la vigilancia policial de estos barrios, etc. Este «universalismo» particular no es tal. Es un arma ideológica de las personas dominantes para desarmar los cuestionamientos del orden dominante y de sus injusticias desviándolos hacia otros objetivos que no sean la clase dominante. En el pasado sirvió para avalar la colonización y tratar de «integrar» a la izquierda en la defensa del sistema de dominación capitalista, lo cual era tanto más posible cuanto que sobreexplotación colonial y después neocolonial permitía a las clases dominantes «negociar» unas concesiones sociales frente a las luchas populares y obreras sin poner en peligro el mantenimiento de sus beneficios.
Este «universalismo» que no es tal sirve hoy en día para producir una lógica de amenaza ante la cual los demás problemas sociales pasan a un lugar secundario. La idea fundamental de esta lógica es la afirmación de la existencia de una amenaza a «nuestro» modelo, «nuestros» valores, «nuestro» modelo de vida, etc. surgida de un revoltijo del «comunitarismo» congénito de determinadas poblaciones, de una ofensiva yihadista proteiforme que va del burkini al derecho de las madres que llevan velo a acompañar a sus hijos a la puerta del colegio pasado por la exigencia de la carne halal en las escuelas, del cuestionamiento del derecho a criticar las religiones con el pretexto de luchar contra la islamofobia, de la llegada «masiva» de personas refugiadas, etc. No es casual que al mismo tiempo la Comisión Europea haya decidido cambiar el nombre de uno de sus «comisarios». A partir de ahora el cargo dedicado a las cuestiones migratorias se denominará «comisario para la protección del modo de vida europeo» [xii]. De este modo las instancias europeas consagran y legitiman una nueva temática de la extrema derecha.
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La islamofobia y el discurso sobre las personas refugiadas que amenazan la identidad francesa y/o europea y el «modelo social francés y/o europeo» son los dos pilares contemporáneos del desarme de las protestas sociales y políticas del orden dominante gravemente dañado por el movimiento de los Chalecos Amarillos. La violencia de la represión de este movimiento, una violencia reservada hasta entonces a los barrios populares en general y a sus habitantes negros y árabes en particular, es un indicador de la urgencia que tiene la clase dominante de encontrar una ideología de legitimación que desarme las luchas sociales. No es afirmando el «derecho a ser islamófobo» a pesar de las sutilezas semánticas que acompañan a este discurso como se podrá contrarrestar esta nueva secuencia de lucha ideológica, reflejo ella misma de la lucha de clases en el corazón del capitalismo globalizado ya sea en el plano nacional o en el internacional en su dimensión antiimperialista. El único resultado posible de este tipo de discursos es, por una parte, contribuir a banalizar la islamofobia (poco importa aquí si es voluntariamente o no, conscientemente o no) y, por otra, facilitar el trabajo de la pequeña minoría de auténticos «fundamentalistas» que surfean sobre la estigmatización de los supuestos o reales ciudadanos de confesión musulmana. El único camino disponible para esta dinámica de rearme de las luchas sociales es desprenderse del fárrago ideológico compuesto de «universalismo», «modelo francés», «integración», «crisis migratoria», etc.
[i] Laïcité et fait religieux dans le champ du sport. « Mieux vivre ensemble », Guía del Ministerio de Deportes, mayo de 2019, p. 39.
[ii] Sophie Bachat, «Burkini : L’islam séparatiste à l’assaut des piscines», Causeur, 24 de mayo de 2019.
[iii] «Déscolarisation pour Blanquer , la faute au fondamentalisme islamique ?», https://www.valeursactuelles.com/societe/descolarisation-pour-blanquer-la-faute-au-fondamentalisme-islamique-110340, Valeurs actuelles, 31 de agosto de 2019.
[iv] Adrien Sénecat, «L’erreur de Jean-Michel Blanquer sur les « petites filles qui ne vont pas à l’école maternelle», Le Monde, 1 de septiembre de 2019.
[v] «Blanquer promet « un point » sur la laïcité à l’école « d’ici fin septembre »», nota de AFP. 2 de septiembre de 2019 a las 13:32 h.
[vi] Saïd Bouamama, L’Affaire du foulard islamique : la production d’un racisme respectable, Le GEAI Bleu, Roubaix, 2004, p. 127.
[vii] Citamos íntegro el pasaje porque una de las líneas de defensa de las personas responsables de France Insoumise fue afirmar que la frase se había sacado de mala fe de contexto.
[viii] Albert Memmi, Le racisme, Gallimard, París, 1982, p. 154.
[ix] «Frantz Fanon, racisme et culture», en Pour la Révolution Africaine, La Découverte, París, 2001, p. 40.
[x] Recordemos que mi intervención en la Universidad de Verano de 2018 de France Insoumise se anuló en el último momento sin explicación alguna.
[xi] Entrevista a Bruno Mégret, Présent, 16 de junio de 1990.
[xii] Ludovic Delory, «Cette Commission européenne qui veut « protéger le mode de vie européen »», https://www.contrepoints.org/2019/09/12/353337-cette-commission-qui-veut-proteger-le-mode-de-vie-europeen
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