Veamos lo que nos cuenta un noticiero de la TV capitalina una noche cualquiera, y que lleva el más sano propósito de informar a la ciudadanía de los hechos mas importantes ocurridos en el Perú y el mundo en las últimas 24 horas. La primera noticia, nos avisa de un crimen que ocurriera en Bellavista, […]
Veamos lo que nos cuenta un noticiero de la TV capitalina una noche cualquiera, y que lleva el más sano propósito de informar a la ciudadanía de los hechos mas importantes ocurridos en el Perú y el mundo en las últimas 24 horas.
La primera noticia, nos avisa de un crimen que ocurriera en Bellavista, Callao, y que derivara en la muerte de un hombre joven en circunstancias no determinadas. La segunda, nos reporta un pavoroso incendio en San Martín Porres, con la secuela de un muerto y dos heridos. La tercera, alude a un crimen en Villa El Salvador. La cuarta, a un asalto en San Miguel, que dejara una estela de incertidumbre y terror. La quinta, a un ataque a la vivienda de la ex alcaldesa de Lima, Susana Villarán, hoy detenida. Y la sexta, se ocupa de un hecho delictivo sucedido en Piura, como consecuencia del cual se reportaron dos detenidos.
Luego de este sustancioso «paquete de noticias», que seguramente fue suficiente para la teleaudiencia; la TV nos permite conocer lo más importante de lo sucedido entre el 21 y 22 de mayo. La risueña presentadora nos dice ahora que hablará de «otras cosas», de modo que pasa a la -«rutina»: las declaraciones de los congresistas del APRA o Fuerza Popular; las respuestas de los ministros, las palabras del Presidente.
¿Cuál es la ventaja de tan sustancioso programa?. Por lo menos una: ya no nos atiborra con el cuento aquel de «los venezolanos que se mueren de hambre»; ni con las exigencias de su autoproclamado presidente John White Dog, demandando que el ejercito norteamericano ingrese a Caracas para «restablecer la democracia», como lo hiciera antes en Bagdad y en Trípoli.
Todas estas «noticias» tienen un propósito definido. Forman parte de lo que se conoce como «la cultura del miedo», y que se orienta a sembrar inseguridad, zozobra y pánico en todos los ciudadanos para que, poco a poco, se vayan haciendo la idea que lo que aquí hace falta, es «un Pinochet que imponga orden». «Si hay que matar, que mate, pero que acabe de una vez con todo este clima de violencia», dice una mujer, aterrada ante un puesto de periódicos que reproduce buena parte de estas «novedades», publicadas en las primeras páginas de diversos diarios.
Estas referencias que podrían ser anecdóticas forman parte de un plan en más alta escala. En otro escenario, mensajes de este contenido nos llevan a conocer matanzas que ocurren con preocupante frecuencia en las escuelas de los Estados Unidos, donde el presidente Trump se empeña en mantener y perpetuar «La Ley del Rifle», en cuya virtud cualquier persona puede adquirir en un Super Market norteamericano, desde una pistola Parabellum 9 mm, hasta una ametralladora ligera; dependiendo de cuántos dólares tenga en su tarjeta de crédito.
Consecuencias de estos hechos las hemos vistos casi de manera cotidiana en Virginia, Óregon, Dallas, Boston y hasta en San Francisco; otrora base de operaciones de la mafia de Al Capone, diestro personaje al que nuestra Mafia local rinde pleitesía.
Ellos corresponden, también al «consejo» que da el Presidente Jair Bolsonaro a mi9llones de brasileños cuando les plantea la necesidad de «aprovisionarse de armas», para vivir tranquilos en las populosas ciudades de su país
Violencia, y más violencia, parece ser el mensaje del capitalismo en descomposición que hoy azota nuestros tiempos, y que terminará amenazando incluso la vida humana en el planeta.
No otro contenido tiene por cierto las declaraciones de John Bolton -hombre fuerte del entorno de Washington- quien proclamara la necesidad de la guerra para abatir a Maduro y apoderarse del petróleo venezolano.
El mensaje de los pueblos es diferente. Es más, es opuesto. Los pueblos no quieren la guerra, sino la paz, la distensión y el entendimiento entre las naciones.
«La ironía de la historia lo pone todo patas arriba -nos dijo Federico Engels- en su prólogo a «Las luchas sociales en Francia»- «Nosotros, los revolucionarios, los elementos subversivos prosperamos mucho más con los medios legales que con los ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilón Barret «La legalidad nos mata» mientras nosotros echamos con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha de alcanzar el soplo de la eterna juventud»
Así es, aquí y ahora, cuando cunde la desesperación en la clase dominante y busca con pánico vivo, expandir su miedo y trasmitirlo al pueblo.
Contrariamente a lo que piensa «los de arriba», «los de abajo» no necesitamos de la violencia para avanzar. Se ha descubierto que, en uso de formas «legales», los pueblos avanzan más y derrotan a sus adversarios por lo menos en tiempos como estos, cuando la crisis se explaya y las autoridades pisan resbalosos lodazales.
De eso, tampoco se dan cuenta las presentadoras de la televisión.
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