(Ideas expuestas en el foro: «La situación de las izquierdas en América Latina», organizado por la Fundación Fiedrich Ebert, en la ciudad de Panamá el 25 de agosto de 2016). I. La crisis capitalista se ha transformado en una crisis de la civilización humana Hoy no se puede explicar lo que sucede en ningún país […]
(Ideas expuestas en el foro: «La situación de las izquierdas en América Latina», organizado por la Fundación Fiedrich Ebert, en la ciudad de Panamá el 25 de agosto de 2016).
I. La crisis capitalista se ha transformado en una crisis de la civilización humana
Hoy no se puede explicar lo que sucede en ningún país del mundo, menos en un continente como el Latinoamericano, ni las relaciones de fuerza entre las clases sociales y sus partidos políticos, si no se parte por tener claro el contexto general que marca la dinámica de todos los fenómenos: la gran crisis del sistema capitalista mundial, que es de tal grado y abarca factores tan diversos, que ha sido definida como crisis civilizatoria o crisis de la civilización humana.
Estamos ante una profunda crisis económica de superproducción (como la definía Marx); una crisis social enorme de un sistema cada vez más desigual; una crisis humanitaria cuyos precedentes solo pueden encontrarse en las décadas del 30 y 40 del siglo pasado; una crisis ecológica de consecuencias catastróficas; una crisis política de creciente polarización; incluso se podría agregar una crisis cultural y hasta filosófica.
La enormidad de la crisis le da al sistema capitalista un carácter más agresivo, violento y antidemocrático, como muestran las guerras de Afganistán, Irak, Siria, Libia, Palestina, etc. Pero la crisis también es un signo de debilidad del sistema capitalista, el cual, pese a toda su virulencia, no consigue estabilizar ninguna situación, ni asestar derrotas prolongadas que mantengan su dominación sin sobresaltos. Por el contrario, cada acción que toma genera respuestas adversas de mayor calado.
Es el cumplimiento de la ley hegeliana de la «astucia de la razón», que Nahuel Moreno llamaba del «bombero loco», es decir que, cuando en un momento histórico la situación objetiva está madura para avanzar en un sentido, todo lo que hagas para evitarlo será fallido, o producirá «un tiro por la culata».
Estamos ante la concreción del vaticinio lanzado por Rosa Luxemburgo hace cien años: «socialismo o barbarie». En la medida en que no alcanzamos el primero, la humanidad involuciona hacia el segundo. El capitalismo ha fracasado, tenemos que construir la alternativa socialista o puede perecer la civilización humana.
a. La crisis económica capitalista, síntoma de sus contradicciones insalvables:
La crisis económica persiste, a pesar de que la globalización neoliberal que rige al mundo hace 30 años, logró importantes victorias para el sistema capitalista como: la restauración capitalista en China y desaparición de la URSS; la apertura comercial y financiera para los capitales que se mueven libres; la amplia desregulación del trabajo e imposición de mayores tasas de explotación, bajos salarios, precariedad y desempleo a los asalariados del planeta; privatización masiva de empresas y servicios estatales; recortes masivos al gasto social, etc.
Esos golpes masivos a las conquistas de los trabajadores y pueblos del mundo sólo produjeron mejoras relativas y momentáneas al crecimiento capitalista y, en el largo plazo, han conducido a un capitalismo en un callejón sin salida (Fred Goldstein), con bajo crecimiento, bajo consumo, casi nula creación de empleos y pérdida masiva del poder adquisitivo de los asalariados. Lo que Carlos Marx llamaba crisis de superproducción, es decir, la gente no puede consumir lo que se produce, no porque no le haga falta, sino porque no tiene ingresos suficientes.
El economista Michael Roberts, la define como un capitalismo de «débil crecimiento económico… elevado desempleo… caída de los ingresos … bajo crecimiento de la productividad y la muy débil inversión empresarial» [1].
b. Una profunda crisis social que golpea también a las metrópolis del Norte: La crisis económica se expresa en consecuencias sociales desastrosas para una parte creciente de la humanidad que se ve sumida en la pobreza, el desempleo crónico, empleos inestables y de bajos salarios, sin cobertura de seguridad social, que viven en suburbios donde predomina la inseguridad y la calidad de los servicios públicos es pésima o, por lo menos deficiente. Sólo en los países del OCDE («desarrollados») más de 39 millones de personas carecen de empleo y otras decenas de millones tienen empleos precarios con contratos no permanentes, bajos salarios, «minijobs», etc. El desempleo afecta especialmente a la juventud, donde las tasas pueden llegar hasta el 50% en España, por ejemplo. En Estados Unidos hay 50 millones de personas en la indigencia y decenas de millones más que reciben salarios que apenas les alcanzan para malvivir. Según la CEPAL, «América Latina aumentó en 7 millones sus pobres en 2015». En total, 175 millones de personas en pobreza extrema, el 29% de los latinoamericanos se encuentra en situaciones de vida precarias [2].
c. Una catástrofe humanitaria golpea al mundo:
En este momento millones de personas deambulan buscando un refugio seguro para sí y sus familias. Están compuestas por los que huyen de las guerras de Medio Oriente o África, donde las potencias y su lucha por controlar los recursos naturales han reducido sus países a cenizas; por millones que escapan de países donde no hay empleos ni futuro en Asia, África y América Latina.
Cada mes, decenas de miles de africanos se arriesgan a morir ahogados en el Mediterráneo para encontrar una vida un poco menos mísera en Europa; o atraviesan hasta América para cruzar las selvas del Amazonas y Darién, uniéndose a la peregrinación de decenas de miles de latinoamericanos con destino a Estados Unidos, en busca de un «sueño» imposible. Sólo en 2015, un millón de personas llegó a pie a las fronteras de Europa pidiendo asilo. Algo así no se veía desde la Primera y Segunda Guerra Mundiales.
d. El sistema capitalista mundial conduce al caos ecológico:
Otro elemento de la crisis global capitalista es la catástrofe ecológica, ya no solo localizada en zonas azotadas por la expoliación minera e industrial, sino por el calentamiento global producido por el consumo de combustibles fósiles. Pese a sus cada vez más evidentes efectos climatológicos, los gobiernos ni siquiera están cumpliendo las metas mínimas de reducción de CO2, establecidos en la Conferencia de París de 2015 [3].
e. La crisis del sistema también se manifiesta como polarización política creciente:
La crisis se expresa también en síntomas muy agudos que van desde una creciente inestabilidad política, con sus puntos más álgidos en el Medio Oriente y África, donde guerras civiles e intervenciones militares se han hecho cotidianas y no llegan a su final. Con la subsecuente catástrofe humanitaria de millones de personas migrando hacia los países del norte en busca de refugio, alimento y trabajo.
Hay una fuga hacia los extremos del espectro político del electorado, que pone en crisis a los partidos tradicionales de centro derecha y socialdemócratas que han sido garantes de la estabilidad por décadas.
En la campaña electoral de 2016, en Estados Unidos, esta crisis se ha expresado en las candidaturas de Donald Trump (por la extrema derecha) y de Bernie Sanders (por la izquierda) que han remecido las estructuras tradicionales de republicanos y demócratas. En Europa la polarización ha dado lugar a nuevos movimientos antisistémicos, como Syriza en Grecia y Podemos en España, y a la extrema derecha neofascista y xenófoba. Otra manifestación de este proceso es el descrédito de instituciones de la Unión Europea ante buena parte de la ciudadanía, lo cual se constituye en una amenaza real de posible disolución. El triunfo del «Brexit», la salida de Gran Bretaña de la U.E. es la cara más evidente de esa realidad.
II. La crisis de América Latina y los gobiernos «progresistas» es parte de la crisis del sistema capitalista mundial:
¿Cuál es el carácter de la crisis política que vivimos en Latinoamérica? ¿Por qué se habla de «fin de ciclo progresista»? ¿Por qué vuelven los gobiernos de derecha? ¿Ha fracasado todo intento de cambio social en este continente al igual que antes fracasó la Unión Soviética? ¿La crisis de los gobiernos progresistas prueba que el único sistema posible es el capitalismo neoliberal?
Éstas y otras preguntas inquietan a la vanguardia latinoamericana y merecen una respuesta lo más seria posible. Respuestas que no pueden basarse en la negación de la crisis, para no salir del apoyo incondicional, pretendiendo que toda crítica es «traición» y que sólo cabe la adulación a los dirigentes.
Si así procediéramos no habríamos aprendido nada de la degeneración burocrática de la Unión Soviética a manos de José Stalin, su culto a la personalidad y el aplastamiento antidemocrático del pensamiento crítico.
a. Crisis económica latinoamericana desvela continuidad de las economías dependientes mono exportadoras de materias primas:
En el caso particular de América Latina la crisis económica mundial se expresa como una caída pronunciada de los precios de las materias primas de exportación, que encuentra su explicación en la ralentización de la economía China, su principal cliente, que ha disminuido su demanda de minerales para su industria, y también porque sufre la «guerra de divisas» forzada por Estados Unidos para trasladar su crisis a los llamados BRIC’s. Según Augusto De la Torre, economista jefe del Banco Mundial para América Latina: «Estamos mal, en el quinto año de desaceleración económica… y el año que viene también puede ser de recesión» [4]. La razón de la recesión latinoamericana es la baja de los precios de las materias primas. La caída más dramática es la del petróleo que hace 5 años se cotizaba sobre los 100 dólares por barril y que para este año ubica en 41 dólares.
De la Torre señaló que los precios de las exportaciones de minerales y productos agrícolas latinoamericanas bajarán en 5,1% en 2016. Lo cual, desde la perspectiva del Banco Mundial, obliga a medidas de ahorro por la vía de la disminución del poder adquisitivo forzando caídas del salario real con austeridad.
Queda evidenciado que, luego de medio siglo de orientaciones político económicas «desarrollistas» y de una década de gobiernos progresistas o populistas, no ha cambiado la esencia de la estructura económica de nuestros países latinoamericanos, ni su papel en sistema capitalista mundial. Seguimos siendo, como hace cien años, países capitalistas dependientes basados en la exportación de uno o dos productos agrícolas o minerales. El funcionario del Banco Mundial resume la respuesta del sistema capitalista a la crisis: disminución del poder adquisitivo de los asalariados, es decir, mayor explotación, empobrecimiento y desigualdad social. Para lo cual necesitan gobiernos dispuestos a aplicar más neoliberalismo, o sea, gobiernos de derecha.
b. La crisis política es una lucha por el control del ingreso nacional:
El efecto político de esta situación en nuestro continente implica la crisis o «fin de ciclo» de los gobiernos «populistas o progresistas», que financiaron importantes programas sociales con el «boom» de los precios de las exportaciones de materias primas. La crisis política se manifiesta como una disputa más álgida entre los partidos y las clases sociales por el control del aparato del estado.
El sistema recorta la posibilidad de gobiernos que busquen equilibrios sociales mediante programas de transferencias (subsidios). La «medicina» ordenada desde los centros de mando del capitalismo es más austeridad, por eso se impulsa con todos los medios gobiernos capaces de imponerla a los pueblos, la derecha política.
Aunque haya gobiernos «progresistas» dispuestos a aplicar, así sea parcialmente, los ajustes, como sucedió con el PT brasileño, lo cual le llevó a erosionar su base social de apoyo facilitando el golpe de estado contra Dilma Rousseff, es más eficiente para el sistema que lo hagan gobiernos descarnadamente derechistas. En términos generales, los gobiernos socialdemócratas, progresistas o populistas siempre tienen presiones de sus bases electorales e internas que dificultan la aplicación consecuente de medidas neoliberales.
Para enfrentar crisis de este tipo son más útiles al sistema capitalista gobiernos de derecha. Por lo que, desde los centros de poder económico mundial, se impulsa el vuelco hacia gobiernos de derecha o liberales, ya sea por la vía electoral o mediante golpes de estado más o menos solapados. También a lo interno de los países, las burguesías están menos dispuestas a compartir los réditos de las exportaciones y el ingreso nacional con las clases populares, por ello luchan por el control del aparato del estado para usarlo a su favor en la crisis.
Este es el fenómeno político que se está produciendo en América Latina. Su origen es la propia crisis sistémica del capitalismo.
La derrota electoral del peronismo en Argentina, la creciente inestabilidad en Venezuela y el intento de la oposición de forzar el referendo revocatorio, así como el golpe de estado parlamentario contra la presidente Dilma Rousseff, son las expresiones más claras de la crisis política y la disputa entre las clases sociales por el control de la renta nacional.
No olvidemos que a estos acontecimientos les han precedido los golpes de estado contra presidentes legítimamente electos como Aristide en Haití, Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay.
Otra víctima directa de la ofensiva de la derecha son las instituciones internacionales fundadas o refundadas bajo el liderazgo de Hugo Chávez que buscaban dar un poco más de soberanía y unidad a las naciones latinoamericanas frente al control del imperialismo norteamericano, como: el ALBA, CELAC, Mercosur, etc.
Si en los diez años de buenos precios de las exportaciones, alcanzó para que la burguesía latinoamericana tomara su parte y a la vez se financiaran desde el estado los programas sociales de «transferencias», ahora hay que cortar y alguien tiene que perder. La burguesía no está dispuesta a ceder su pedazo.
Por ello, la imposición de gobiernos de derecha va acompañada de fuertes medidas neoliberales, de recortes del gasto social y derechos económicos, como lo prueban la gestión de Macri en Argentina y Temer en Brasil.
c. ¿Cuál ha sido el carácter de los gobiernos progresistas o populistas?
Los gobiernos progresistas o populistas latinoamericanos han sido producto de verdaderas revoluciones populares que estallaron hacia los años 90, luego de más de una década de aplicación de duros planes de «ajuste estructural» por gobiernos oligárquicos, neoliberales y obedientes a los dictados del FMI y el Banco Mundial. La superexplotación a que sometieron a los asalariados, la miseria y desempleo a la que llevaron a millones de personas, produjo en algunos países sublevaciones populares.
El liderazgo de Hugo Chávez nació de los dramáticos acontecimientos del «Caracazo» de 1989; el de Evo Morales de la lucha de los cocaleros por defender sus cultivos y la «guerra del agua» contra las privatizaciones; el de Rafael Correa, de movimientos sociales y crisis políticas semejantes. El gobierno de los Kirchner en Argentina no se entiende sin la explosión de 2000 – 2001 producida por «el corralito».
Los 15 años de gobiernos del PT en Brasil son producto de un ascenso más moderado pero continuado de las luchas obreras, al igual que el retorno al poder del FSLN en Nicaragua, y la victoria del FMLN en El Salvador.
El carácter de esos procesos populares fue esencialmente popular, antineoliberal y democrático. Han sido procesos canalizados por la vía electoral, de manera que no rebasaron, hasta ahora, los márgenes de la democracia burguesa y de la propiedad capitalista. Contrario a las revoluciones ocurridas en el siglo XX, desde la rusa hasta la cubana, que rápidamente expropiaron a la clase capitalista, los procesos populistas latinoamericanos de inicios del siglo XXI, se han mantenido dentro de los márgenes del sistema.
El fallecido presidente Hugo Chávez, que ocupó la vanguardia de este proceso continental, tuvo el mérito de recuperar la aspiración de las masas a una sociedad sin explotadores, el socialismo, en un momento decisivo de la historia humana cuando la «Caída del Muro», la desaparición de la URSS y el «socialismo de mercado» chino se habían transformado en una victoria política del capitalismo neoliberal.
En una década a inicios del siglo XXI, cuando las fuerzas anticapitalistas reunidas en el Foro Social Mundial de Porto Alegre apenas se atrevían a sugerir que «otro mundo es posible», por fuera de la globalización capitalista, Hugo Chávez se paró en su tribuna y dijo claramente que ese mundo posible era el «Socialismo del Siglo XXI». Millones de personas se sintieron referenciadas en esa consigna, que inspiró su lucha. Ese es uno de los grandes aportes de Chávez a la lucha de clases en ese cambio de siglo.
Sin embargo, el «socialismo del siglo XXI» era una fórmula algebraica en la que cada quien entendía lo que quería: unos veían una continuidad con el socialismo soviético de principios del siglo XX, otros una versión latinoamericana de la socialdemocracia, otros una crítica al estalinismo. Sea como sea, el hecho real es que siendo una buena fórmula propagandista, el proceso político venezolano, hasta hoy, no rebasó los límites del capitalismo, la democracia burguesa y la propiedad privada capitalista.
El país donde las nacionalizaciones de empresas avanzaron más fue Venezuela, sin embargo, en ningún momento el peso de la economía estatizada llegó a superar al sector privado. Y las empresas nacionalizadas han sufrido mala administración, conflictos laborales internos e incluso, en algunos casos, corrupción en sus gestores. La banca y el comercio exterior han seguido bajo control de los grandes capitalistas importadores. En Venezuela el estado ha controlado las divisas, pero la burguesía ha tenido la habilidad de usar el control cambiario y el mercado negro del dólar para hacerse con buena parte de la renta petrolera y las reservas de la nación, fugando capitales (se estima en 300 mil millones de dólares) a países como Panamá parte de la riqueza nacional, incluso usándolo para sabotear la economía, acaparar y promover la desestabilización política [5].
Sin la nacionalización de la banca y el sistema financiero nacional, sin el control estatal del comercio exterior y sin la nacionalización de la gran industria, es decir, sin elementales medidas realmente socialistas, los gobiernos latinoamericanos en general están a mansalva de la burguesía, del imperialismo y del sabotaje económico, como prueba reiteradamente el caso de Venezuela.
Esa contradicción explica sus limitaciones y la dificultad para responder a la ofensiva de las derechas nacionales apoyadas por el imperialismo norteamericano, y alentadas por los grandes medios de comunicación. A lo que se suma la actitud reformista de muchos dirigentes de estos gobiernos progresistas que, afectados por una especie de «cretinismo parlamentario» (Marx), se someten dócilmente a los formalismos de las instituciones burguesas, quieren demostrar que son buenos gestores del capitalismo y, ante todo, temen convocar a las masas a las calles. En este sentido ha sido clara la actuación de los dirigentes del PT brasileño en el marco del golpe contra Dilma, cuyo gobierno se habría defendido mejor con una huelga general que con alegatos en un Senado corrupto.
d. Los programas sociales y algunas nacionalizaciones no son socialismo:
Algunas personas han confundido los programas sociales característicos de esta «década progresista o populista» con socialismo, pero se equivocan. Los programas sociales, las «misiones» o subsidios, no son medidas de tipo socialista, sino medidas redistributivas de estilo neokeynesiano, que se han financiado con los números positivos de las exportaciones de materias primas, principalmente petróleo.
Los programas sociales no se han financiado de la expropiación de la burguesía. Por el contrario, han sido incluso recomendados por los organismos de crédito internacional (FMI, Banco Mundial) para paliar el descontento social producido por la desigualdad impuesta por el neoliberalismo. Los organismos financieros del capitalismo les llaman «transferencias» y han sido ejecutadas incluso por gobiernos de derecha, como el de Martinelli en Panamá.
Las nacionalizaciones por sí mismas tampoco son verdadero socialismo, aunque son grandemente progresivas. Si las nacionalizaciones se convierten en un acto meramente burocrático de estado, en el marco de una economía de mercado, en especial si al final llevan a una gestión corrupta e ineficiente por parte de gerentes impuestos, en todo caso se transforman en un «capitalismo de estado».
Para que la estatización o nacionalización de la industria adquiera un carácter socialista debe emanar de la auténtica e independiente movilización de los trabajadores, el control obrero de las fábricas y mecanismos asamblearios democráticos (sóviets). El socialismo no es una medida administrativa, sino una relación social, parafraseando a Marx.
III. América Latina requiere una nueva oleada revolucionaria
Hacer frente a la ofensiva del capitalismo imperialista coaligado con las derechas y burguesías nacionales requiere un vuelco en la lucha de clases que devuelva a la acción ofensiva a las masas trabajadoras. Sólo la movilización popular revolucionaria, no la movilización clientelista electorera, ni las medidas de conciliación con la burguesía, puede hacer la diferencia en la correlación de fuerzas.
De hecho, en muchos sectores de América Latina las luchas no se han detenido y continúan, pero tampoco han escalado a nivel de los años 90. Para rebasar los límites que alcanzaron las revoluciones democráticas y antineoliberales de los años 90, se requerirán nuevas revoluciones, las revoluciones del siglo XXI, las cuales ya se están gestando en las luchas populares actuales, especialmente entre la juventud antisistema que combate en todos lados.
La movilización independiente y revolucionaria de las masas trabajadoras y populares, su intensidad y maduración consciente es un proceso objetivo, cuyo curso y ritmos es difícil de prever y dirigir. Como el vino, las clases trabajadoras requieren tiempo de maduración, para agotar experiencias, para sacar conclusiones, para construir nuevas direcciones políticas, para decidir cursos de acción.
Enfrentar exitosamente la ofensiva reaccionaria requerirá de nuevas dirigencias que se alejen de dos defectos políticos muy en boga en la actualidad: por un lado, el oportunismo de quienes no pretenden otra cosa que administrar el sistema capitalista, sin rebasar los límites hasta ahora alcanzados; y el sectarismo, que reniega de las experiencias concretas de la gente, por lo que no embona con su imaginario, incapacitándose para hablarles a las masas que se han movilizado bajo la dirección política de Chávez, Evo, Correa, los Kirchner o Lula.
Se requerirán nuevas direcciones políticas dispuestas a asumir riegos y costos en el enfrentamiento a la reacción imperialista, para derrotar la ofensiva reaccionaria, combinando la lucha por derechos democráticos y humanos, antineoliberales, con verdaderas medidas de corte socialistas, como: poder obrero real, mediante organismos asamblearios, nacionalización de la banca, la industria y el comercio exterior.
Notas:
[1] Roberts, Michael. Los problemas de las economías del G 7. Revista electrónica Sin Permiso, 26/05/2016. http://www.sinpermiso.info
[2] CEPAL. «América Latina aumentó en 7 millones sus pobres en 2015». 22 de marzo de 2016. http://www.diariouno.com.ar/
[3] Naciones Unidas. Convención Marco sobre Cambio Climático. París. 12 de diciembre de 2015. http://unfccc.int/resource/
[4] AFP. La recesión se podría extender al año que viene. BM pide ahorro a América Latina». La Prensa. Panamá, 28 de julio de 2016.
[5] Sutherland, Manuel. «2016: La peor de las crisis económicas, causas, medidas y crónica de una ruina anunciada». Centro de Investigación y Formación Obrera (CIFO). Caracas, 16 de febrero de 2016.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.