Ya ha pasado cerca de un año desde la asunción del nuevo gobierno, y las promesas de cambio han sido solo eso: promesas. ¿Habrá que esperar que Santa Klaus traiga esos cambios como regalo navideño? Si así fuera, vamos mal. Los cambios sociales no dependen nunca, no pueden depender, de una persona. Los cambios sociales […]
Ya ha pasado cerca de un año desde la asunción del nuevo gobierno, y las promesas de cambio han sido solo eso: promesas. ¿Habrá que esperar que Santa Klaus traiga esos cambios como regalo navideño?
Si así fuera, vamos mal. Los cambios sociales no dependen nunca, no pueden depender, de una persona. Los cambios sociales son producto de las sociedades, de las grandes masas que hacen la historia, nunca jamás de individuos. El año pasado se nos «vendió» la idea -en el peor sentido de la palabra- que con la llegada de Jimmy Morales a la presidencia cambiaban las cosas. Casi un año después de ese montaje vemos que no cambió absolutamente nada.
De todo esto podemos sacar varias conclusiones. Al menos las cuatro siguientes:
1. Ahora puede verse claramente que las movilizaciones del año 2015 no fueron reales alzamientos populares, espontáneos, nacidos como reacción a una injusticia. Fueron producto de una muy sopesada operación político-mediática impulsada por el gobierno de Estados Unidos. La misma, que podría considerarse como un experimento de guerra psicológica repetido luego en otras latitudes (Argentina, Brasil, Bolivia), consistió en colocar a la corrupción como el principal problema a resolver en la sociedad guatemalteca. Es preciso decir que la corrupción, en sí misma un problema, no es causa sino efecto de problemas estructurales mucho más complejos. Atacar la corrupción es quedarse solo en el síntoma. Y eso es lo que se hizo: sumamente llamativo que el embajador de Estados Unidos se pusiera al frente de estas movilizaciones, por ejemplo. ¿Desde cuándo a ese gobierno le preocupa el tema de la corrupción en Guatemala? «Revoluciones de colores», se les llamó en Europa del Este. Manipulación de los sentimientos de la clase media urbana, podría decirse aquí. La protesta popular contra la corrupción consistió en ir a cantar el himno nacional en la plaza, y no pasó de ahí. Las verdaderas protestas -las luchas campesinas contra la industria extractiva, las reivindicaciones de los trabajadores- continúan invisibilizadas.
2. Esas protestas, que evidenciaron un descontento profundo en la población, no fueron más allá de un nivel de indignación que terminó con la salida del Ejecutivo de presidente y vicepresidenta. Eventualmente podrían haber ido más lejos, pero no fue así. Ello deja ver la falta de organizaciones de izquierda que puedan ponerse al frente de las luchas. Los años de represión desbarataron las organizaciones populares, y hoy por hoy no existe un proyecto político alternativo en el que la gente puede confiar. La izquierda está maniatada, fraccionada, cooptada por el discurso de la democracia representativa o por la cooperación internacional.
3. Pasado el calor de las protestas (inducido en buena medida con perfiles falsos desde redes sociales), la salida a la crisis planteada fue manejada por los factores de poder (embajada de Estados Unidos y alto empresariado nacional) «inventando» la figura de un presidente no corrupto que podría funcionar como propuesta de alternativa. Así surgió Jimmy Morales, quien «actuó» de candidato presidencial renovado, apelando a su profesión de comediante. Pasado ya cerca de un año de su mandato, puede verse que está «actuando» un papel -para el caso, el de presidente honesto- sin mayor pena ni gloria. La corrupción no ha desaparecido de la escena política nacional, y nada indica que vaya a desaparecer. Y los problemas estructurales reales del país persisten inalterables: 50% de la población vive en pobreza, la tenencia de tierras está hiper concentrada en pocas manos, la brecha entre quienes más tienen y los desposeídos es de las más grandes del mundo, continúa el hambre (Guatemala es el segundo país en desnutrición en Latinoamérica: 5 de cada 10 niños sufren desnutrición crónica), sigue el analfabetismo, el salario básico cubre apenas una tercera parte de la canasta básica, y la migración en condiciones de absoluta precariedad sigue siendo la única salida para las grandes masas empobrecidas (200 personas diarias parten buscando el «sueño americano»). Es más que evidente que la lucha contra la corrupción no es sino un distractor.
4. Todo ello demuestra que los verdaderos cambios sociales no pueden venir de un determinado presidente, de una administración. Esas son circunstanciales modificaciones cosméticas, pasajeras. Solo los pueblos organizados cambian la historia. Si pensamos en «regalos navideños» (como puede haber sido la oferta electoral de un supuesto «no corrupto» tal como Jimmy Morales -o cualquier otro para el caso-), no se podrá tener una solución real. Los cambios sociales no son regalos navideños. Además, si esperamos esos dones, no tenemos muchas esperanzas concretas, ya que para este año parece que está en tela de juicio la llegada de Santa Claus, que no tendría cómo venir.
Nota
** Material aparecido originalmente en Plaza Pública el 18/11/16
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.