Las ciencias jurídicas y políticas occidentales enseñan que una Asamblea Constituyente es un acto (reunión) de ciudadanos «notables» para organizar un Estado y consensuar las reglas básicas de convivencia social (Constitución Política). Así nacieron las bicentenarias repúblicas criollas latinoamericanas, a inicios del siglo XIX. Lo absurdo fue que los «notables» redactores de dichas constituciones políticas […]
Las ciencias jurídicas y políticas occidentales enseñan que una Asamblea Constituyente es un acto (reunión) de ciudadanos «notables» para organizar un Estado y consensuar las reglas básicas de convivencia social (Constitución Política). Así nacieron las bicentenarias repúblicas criollas latinoamericanas, a inicios del siglo XIX.
Lo absurdo fue que los «notables» redactores de dichas constituciones políticas (a espaldas de las grandes mayorías), establecieron «artículos pétreos» (inmodificables), especialmente en relación al cómo y qué debería de modificarse en dichas leyes madres.
De esta manera, casi todas las constituciones políticas latinoamericanas son rígidas al poseer «candados» (para evitar su fácil modificación) cuyas «llaves» las resguardan los ciudadanos plenos (los ricos).
A inicios del presente siglo, pueblos insubordinados como Venezuela, Ecuador y Bolivia, al ver que los ricos se banqueteaban las riquezas de los pueblos, incluso utilizando estructuras del Estado corrupto y sus leyes, decidieron romper dichos «candados» constitucionales, y mediante el ejercicio de la soberanía popular desde las calles, emprendieron inéditos caminos de procesos constituyentes.
Los ricos y sus capataces (analistas, intelectuales, periodistas), al ver que dichos procesos constituyentes caminaban en serio, comenzaron a recriminar a los insubordinados acusándolos que dichos procesos eran: «caminos suicidas e irresponsables», «que eran rompimiento del orden constitucional», «que eran antidemocráticos y llevarían a los países al desastre total». Pero, el sistema neoliberal ya había hecho demasiados desastres socioeconómicos en dichos países, y los pueblos no estaban dispuestos a aguantar.
Ecuador, luego de la traición del Presidente Gutiérrez, llevó a la Presidencia a Rafael Correa, quien mediante una consulta popular (2007) rompió el «candado» constitucional, y encaminó al pueblo ecuatoriano por el camino constituyente.
Venezuela, empobrecida y saqueada, tuvo que llevar a la Presidencia al legendario Hugo Chávez, quien mediante consulta popular (1999) también convocó al proceso constituyente al pueblo venezolano.
En el caso boliviano, en 2005, el pueblo eligió como Presidente a Evo Morales, con una mayoría absoluta de congresistas en ambas cámaras, y así se pudo aprobar/promulgar la Ley de Convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente (2006).
A inicios del presente siglo, estos tres países, junto a Paraguay, Perú y Colombia, estaban económicamente hundidos en la miseria. Políticamente gangrenados por la corrupción. Con convulsiones sociales generalizadas o crecientes. En Ecuador y Bolivia, los presidentes electos no duraban más de 6 meses en sus cargos, por la convulsión social. Una inestabilidad política insostenible.
Bolivia, Ecuador y Venezuela optaron por el camino de procesos constituyentes ampliados e incluyentes (originarios, dignos y soberanos, los autodenominaron). Nacionalizaron sus empresas y bienes privatizados (en la larga noche neoliberal). Redactaron y aprobaron nuevas constituciones políticas con la participación de todos los pueblos. Así se zafaron del sistema neoliberal y su democracia representativa corrupta, y emprendieron los caminos postneoliberales, con democracias participativas y comunitarias.
En Perú, Colombia y Uruguay, no asumieron ese reto. Aún puede más el miedo a los patrones, y el espejismo suicida neoliberal.
¿Qué lograron aquellos países con los procesos constituyentes?
En lo económico. Con los excedentes económicos obtenidos con la recuperación (nacionalización) de los bienes y servicios privatizados (como hidrocarburos), lograron sacar de las condiciones de empobrecimiento a cerca de diez millones de latinoamericanos en conjunto, e incorporarlos a la emergente clase media. Universalizaron los sistemas de servicios básicos y seguros de salud, etc.
Sanearon sus sistemas tributarios, y estabilizaron sus economías. El Estado, como actor y rector de la economía, redistribuye las ganancias económicas mediante inversión social (en cantidades jamás conocidas). Ecuador y Bolivia son catalogados fenómenos económicos en la región por su crecimiento económico.
Al límite que organismos como la ONU, BM o el propio FMI reconocen que en lo que va de este siglo, estos tres países (junto a Brasil, con Lula) evitaron que el promedio global de la pobreza en América Latina empeorase.
En lo social. Ecuador, Bolivia o Venezuela ya no son más pueblos en proceso de desintegración social sangrienta (como ocurría a principio del siglo). Se evitó una confrontación sangrienta entre ricos y empobrecidos.
Los niños, en lugar de trabajar como esclavos en las fincas, van a la escuela con alimentos e implementos asegurados. Los estados invierten en la educación casi el promedio del 6% del PBI.
Los agricultores gozan de seguro agrícola. Las mujeres, niños y ancianos gozan de seguro de salud universal.
Bolivia, es el único país en la región donde los trabajadores reciben doble aguinaldo.
En lo político. El Estado logró construir hegemonía territorial y social (lo que no había logrado casi en dos siglos).
Países como Bolivia y Ecuador dejaron de ser los campeones mundiales en la corrupción pública.
Caminan con sus propias piernas, sin depender de la cooperación internacional, o del intervencionismo extranjero. Están reinventando el sueño de la soberanía y dignidad. Dejaron de ser estados fallidos.
Bolivia y Venezuela son los dos únicos países en el mundo occidental donde está legislado y se practica la revocatoria de mandato para quitar o ratificar gobernantes (presidentes) que se corrompen o pierden legitimidad. Son países donde más consultas vinculantes y convocatorias a urnas se realizan en la región.
Pero, el mayor legado de estos nuevos procesos constituyentes, para estos tres países, fue la superación (individual y colectiva) de la situación del hundimiento psicológico, y del sin sentido identitario que habitaba a bolivianos, ecuatorianos y venezolanos hasta no hace más de un década atrás.
Ahora, estos pueblos, en y desde su condición de plurinacionalidad, van construyendo la identidad de una comunidad política intercultural imaginada. Falta mucho aún por hacer, pero, no cabe duda que hay grandes avances, y que el mismo proceso constituyente plurinacional fue y es una terapia para la tan anhelada sanación (inicio) de las profundas taras coloniales.
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