«Terra sem História»: esa afirmación tan descarnada y categórica la lanzó a rodar el escritor positivista brasileño Euclides da Cunha a principios del siglo XX -en A margem da história (1909)- y hacía referencia a la Amazonía, la inmensa selva sudamericana que «nasceu da última convulsão geogênica que sublevou os Andes». Para el recordado autor […]
«Terra sem História»: esa afirmación tan descarnada y categórica la lanzó a rodar el escritor positivista brasileño Euclides da Cunha a principios del siglo XX -en A margem da história (1909)- y hacía referencia a la Amazonía, la inmensa selva sudamericana que «nasceu da última convulsão geogênica que sublevou os Andes». Para el recordado autor de Los sertones, la Amazonía era sólo geografía, naturaleza pura.
Este discurso sobre las selvas continentales como territorios vacíos, sin pasado, sin ley, sin límites, agujeros negros cartográficos y colmados de riquezas reales o imaginarias y cuantiosos recursos naturales, justificó todas y cada una de las invasiones, intervenciones, saqueos y rapiñas que ha venido sufriendo la floresta desde el ya lejano siglo XVI hasta el presente.
Esta idea de la selva como un repertorio ilimitado de oportunidades económicas que están a la mano, como reservorio de recursos a los cuales sólo hace falta ir y tomarlos, ya ha causado la destrucción de gran parte de la biodiversidad amazónica, una pérdida irreversible de especies vegetales y animales.
Cuesta aún más digerir el hecho que en pleno siglo XXI este pensamiento siga guiando las políticas de estado de los países de la cuenca, aliados a las trasnacionales extractivistas y a las potencias imperialistas. De proseguir esta praxis suicida, no quedará en pie un solo árbol en medio siglo por venir.
Ahora, si esta idea de la selva como despensa, insisto, es indignante: ¿se imaginan el drama humano que ha conllevado? ¿Se imaginan la sangre y las lágrimas que han corrido hasta el río? ¿Saben el número de víctimas que trajo consigo la explotación del oro, el petróleo, los metales, la madera, el caucho? ¿Saben cuántos pueblos enteros de la selva han desaparecido para siempre aniquilados por el genocidio o asfixiados por el etnocidio que no cesa?
Una colección de libros de historia amazónica que se ha editado este año 2011 en La Paz-Bolivia puede ir aportando algunas de las respuestas.
La Amazonía, es obvio: no era un espacio sin gente, y esa gente, esos pueblos, tienen su historia. Es la historia de los que sucumbieron pero también es la historia de sus sobrevivientes que hoy pelean para que el bosque no termine de desaparecer, ya que ellos -como la historia ya lo prueba- seguirían ese mismo y terrorífico camino que sus predecesores ya padecieron.
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Los títulos de los libros a los que aludimos en un párrafo anterior son los que siguen: Cuatro viajes a la Amazonía boliviana de la historiadora y antropóloga rusa Vera Tyuleneva; El martirio de Laureano Ibáñez. Guerra y religión en Apolobamba, siglo XVII del periodista e historiador catalán Pablo Ibáñez Bonillo y Las inmensas tierras de la Nación Toromona (La selva de Irimo, finales de la colonia española) del historiador argentino José Ignacio Wasinger Espro.
La edición estuvo a cargo del equipo denominado como Expedición Madidi y el Foro Boliviano sobre Medio Ambiente y Desarrollo (FOBOMADE) y ha contado con el respaldo solidario de la Xarxa de Consumo Solidario, DIDeSUR -Dignidad y Desarrollo para el Sur- y la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha- España y de Rainforest Foundation de Noruega.
La trilogía de obras de investigación histórica es un emprendimiento inusual, ya que son escasos y dispersos los estudios sistemáticos sobre el espacio-tiempo amazónico, especialmente aquí en Sudamérica.
Los libros presentan una indagación sobre los pueblos originarios de la Amazonía Sur continental, con énfasis en aquellos que habitaban en los antiguos territorios de Apolobamba y Mojos, actuales departamentos de Pando, Beni y el norte de La Paz, en el Estado Plurinacional de Bolivia, y las regiones colindantes de Perú y Brasil. La mirada abarca casi de manera correlativa desde los tiempos prehispánicos (Tyuleneva), pasando por la colonia española temprana (Ibáñez Bonillo) hasta la colonia tardía (Wasinger) y los albores de la gran rebelión indígena que sacudió a toda la América del Sur española en el último cuarto del siglo XVIII y que tuvo en Túpac Amaru a su figura emblemática y más conocida universalmente.
Los libros son producto de investigaciones históricas inéditas -en algunos de los repositorios documentales sobre la Amazonía más importantes del mundo, como el Archivo de Indias en Sevilla, España (Ibáñez Bonillo) o el Archivo General de la Nación en Buenos Aires, Argentina (Wasinger)- y de campañas de pesquisa arqueológica y etnográfica, como se exponen en el volumen de Tyuleneva. Es decir, se convierten en aportes genuinos, con información nueva y relevante, que buscan interesar no sólo a otros investigadores, sino al público en general sobre la historia de los pueblos que habitaron en la selva más vasta de la Tierra, y cuyos herederos no sólo han resistido todos los embates de las obsesivas oleadas civilizatorias de los últimos cinco siglos, sino que hoy mismo siguen luchando por el respeto que se merecen, y por su autodeterminación.
Hay quienes afirman que la historia de la Amazonía es una historia amarrada y forjada desde mitos importados. Se apoyan para justificar eso en el mismo nombre de la región -que recuerda a las mujeres guerreras de Escitia que ya describió el historiador griego Herodoto en el siglo V antes de Cristo- y en todo el andamiaje de sucesos extraordinarios como la búsqueda del paraíso, la fuente de la eterna juventud o el reino o la ciudad aurea de Eldorado que signaron de manera dramática los primeros tiempos de la invasión europea a las selvas y que, en menor medida pero recurrentemente, siguen perdurando hasta el presente, gracias también a la influencia masiva del cine y la televisión.
Sin embargo, la verdad es otra -y la verdad, si se la juzga desde los testimonios estrictos que aportan la arqueología, la historia y la antropología, puede ser tan fascinante, cruel o movilizadora como pueden serlo, y es sólo un ejemplo, las dos películas más vistas por la humanidad que abordan el lado legendario del pasado amazónico. Me refiero a Aguirre, la ira de Dios y a Fitzcarraldo, ambas de autoría del germano Werner Herzog. Inclusive la historia verdadera puede ser más halagadora aún desde nuestro lugar en el mundo, si se la entrama con nuestros propios mitos, es decir aquellos que son parte del bagaje cultural de los pueblos originarios.
Aunque parezcan lejanas las selvas, es una tarea urgente la de recuperar su historia, la de los pueblos que viven en ellas. Ayer nomás, pueblos cuyo derrotero histórico está estudiado en la triada de libros que se presentan, estaban marchando por los polvorientos caminos de Bolivia -en una acción cargada también de épica y de epopeya que de seguro ya ingresó también a los anales-, en defensa de sus territorios y de su modo de vida.
Cuanto más comprendamos a los pueblos indígenas de la Amazonía, vamos a poder respetarlos como se merecen aquellos que han sido casi exterminados por un genocidio que, hasta hoy, no ha sido ni siquiera reconocido por los países que lo ejecutaron.
Cuanto más los conozcamos en su pasado, vamos a poder en el presente solidarizarnos con sus luchas, ya que entenderemos que no sólo están defendiendo su «casa grande» buscando con afán su «tierra sin mal», sino que están preservando el hogar común de toda la humanidad, es decir nuestro planeta y una Tierra Sin Mal para todos.
Los libros de Tyuleneva, Ibáñez Bonillo y Wasinger son un aporte honesto en esa dirección. Con creatividad, esfuerzo y entusiasmo, las obras deberían servir para abonar el debate sobre el futuro de las selvas y de sus moradores, encendiendo la convicción que dice que si hay una historia, y si esta se difunde, se valora y se asume como propia, será muy difícil poder borrarla, poder olvidarla, poder negarla, como si nunca hubiese existido, como si la Amazonía siguiese siendo una «Terra sem História» como deliran los poderosos.
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