Terminó el regateo en el zoco del Consejo Europeo de Bruselas. Por primera vez en su historia, los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea (UE) aprobaron un presupuesto a la baja para el período 2014/2020, que es un 3% inferior a la del periodo 2007-2013, y un 12% inferior al previsto […]
Terminó el regateo en el zoco del Consejo Europeo de Bruselas. Por primera vez en su historia, los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea (UE) aprobaron un presupuesto a la baja para el período 2014/2020, que es un 3% inferior a la del periodo 2007-2013, y un 12% inferior al previsto por la Comisión Europea en el primer borrador. Este es el hecho: se habla de «más Europa», pero se hace «menos Europa». Ganó Cameron, que se jactó de haber puesto «un tope a la tarjeta de crédito europea» y de haberse aliado con daneses, holandeses, suecos y «muy estrechamente» con Merkel. Ganó también Merkel, que parece convencida de que se puede conseguir más Europa con menos dinero. Rajoy ganó, cómo no, y España va bien, va bien, vamos a ser receptores netos hasta 2020, un gran espaldarazo. Monti ganó porque consiguió reducir el saldo pasivo italiano. El polaco Donald Tusk, al conseguir 4.000 millones € más de fondos, dijo que era «uno de los días más felices de su vida». Y el presidente del Consejo Europeo,Van Rompuy, ganó, claro: «Hay para todos». Él logró el acuerdo, y lo hizo con un alarde de genio tecnocrático: en lugar de una cifra, dio dos: una para los perdedores, y otra para los ganadores: 959.000 millones corresponden a los compromisos de gasto de 2014 a 2020; 905.000 millones, al gasto efectivo.
Comienza ahora el regateo en el zoco del Parlamento Europeo, que debe aprobar por mayoría absoluta el acuerdo alcanzado ayer para que entre efectivamente en vigor. Populares, socialistas, liberales y verdes se han unido para expresar su rechazo a este acuerdo, para salvar la cara del proyecto europeo. Guy Verhofstadt, antiguo Primer ministro belga, lo ve negro: «Tal como está ahora [el presupuesto], no se aprobará. Apuesto 12 botellas de buen vino italiano».
25 horas de negociación, una cumbre en noviembre fracasada: ¿por qué cuesta tanto aprobar un acuerdo que macroeconómicamente significa sólo el 1% del ingreso nacional bruto? Según Münchau, «Si se mide según el producto interior bruto de la UE, los volúmenes tan controvertidos se traducen en alrededor del 0,03 por ciento». Entonces, si no es cuestión de macroeconomía, ¿dónde está el problema? Es obvio: en la política. Hablamos de la victoria de Cameron, primer ministro de un país que en el referéndum programado para 2017 podría decidir salir de la UE; presenciamos otra victoria de la austeridad que tanto gusta a Merkel, incapaz de ver la bomba de relojería de 26 millones de parados, un trabajador de cada seis contratado a tiempo determinado, y uno de cada seis ciudadanos a punto de atravesar el umbral de la pobreza; asistimos a la derrota de la propuesta de Hollande de crecimiento keynesiano, y tomamos nota del suicidio político de la Comisión Europea, ausente del debate, cuando a ella le corresponde la defensa del presupuesto que se lleva al Consejo Europeo. En efecto, muchos análisis explican este fracaso europeo como una cuestión de coraje político, miedo y egoísmos nacionales, que se arreglaría con una mayor unión política.
En este sentido, fue sonado el manifiesto Europa o el caos un grupo de famosos filósofos, escritores y periodistas. Sin hacer la mínima crítica al problema sustancial del déficit democrático de las instituciones europeas, planteaban una disyuntiva fatal: unión política o muerte. Hablaban de «Europa», pero se referían a la Unión Europea. Ligaban la suerte de «Europa» a la del euro. Denunciaban la imposibilidad teórica del euro, al que siguen viendo una solución. Para salvar el euro, y en consecuencia Europa, dicen, hay que aceptar la derrota de las soberanías nacionales. Pagar y someterse. Una suerte de absolutismo eurócrata. Todo por Europa, pero sin Europa. ¿Es este el precio del euro y de la Unión Europea? ¿Es realista pensar que los países del Norte están dispuestos a transferir cifras enormes para conseguir una mayor cohesión estructural? ¿Estamos seguros de que la Unión Europea se consolidaría renunciando a las soberanías nacionales cuando son incapaces de llegar a acuerdos en cifras mucho menores que las que requiere el funcionamiento de una zona monetaria óptima? ¿No será esta imposición eurocrática lo que más esté fomentando el euroescepticismo?
No faltan testimonios de importantes exponentes políticos europeos que dan fe del recorte democrático que se vive en Europa. Jacques Attali, economista que fue asesor de Miterrand, afirma que en 2012 vivimos «un golpe de Estado tecnocrático. El BCE sustituyó a los políticos indecisos y tomó el control del avión europeo». Por su parte, Olli Rehn, comisario europeo de Asuntos económicos y monetarios, dio a entender, en plena campaña electoral italiana, que, como Berlusconi no respetó los compromisos adquiridos con la troika, no se le concedió más crédito, lo que condujo al fin de su gobierno y a la formación del gobierno «técnico» de Monti. Siendo Berlusconi el perjudicado, puede sentirse hasta alivio por la existencia de este poder supranacional. Sin embargo, tras un año del «extraño» gobierno de Monti, ejemplo de tecnocracia europea y austeridad, el alivio se ha convertido en congoja por un ulterior empeoramiento de la situación socioeconómica, que curiosamente se ha traducido en una intensificación del euroescepticismo.
La experiencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) enseña que no es necesario renunciar a la soberanía nacional para avanzar en la unidad política de una región. Mas en Europa pareciera que no hay alternativa: o la Europa tecnocrática del euro, o los populismos soberanistas. No caben críticas al proyecto europeo. Dicen que el Parlamento Europeo gastará 2.360.000 € en monitorar debates euroescépticos en Internet con vistas a las elecciones europeas del año próximo. Pero aunque sigan recortando la economía y la democracia del proyecto europeo, las luchas traerán la primavera a Europa. Imaginarla es fácil. Se abolirán todos los tratados y la legislación de austeridad. Habrá una transición ecológica. Se desarmará los mercados financieros. No se pagará la deuda. Se despedirá a la Troika, no a la gente. En la cumbre de primavera del 14 de marzo en Bruselas, se verá al menos algún brote de otra Europa posible.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.