Rafael Poch-de-Feliu cuenta entre sus publicaciones Tres preguntas sobre Rusia: estado de mercado, Eurasia y fin del mundo bipolar (Icaria, 2000), La gran transición. Rusia, 1985-2002 (Crítica, 2003, con prólogo de Roi Medvedev) y La actualidad de China. Un mundo en crisis, una sociedad en gestación (Crítica, 2009). Su último libro es La quinta Alemania, publicado por Icaria (Barcelona, 2013), y que cuenta con las aportaciones de Àngel Ferrero (capítulos II y III: «Hacia una construcción neoimperialista», «¿Qué fue de la izquierda?») y Carmela Negrete (Capítulo IV: «Pobres con trabajo. Experiencias en la precariedad»). En esta entrevista Poch-de-Feliu habla sobre su nuevo libro.
Salvador López Arnal: Empiezo felicitándole: ¡mejor imposible!, ¡qué gran libro! ¿Por qué «la quinta Alemania»? ¿De dónde el ordinal?
Rafael Poch-de-Feliu: El libro solo pretende situar provisionalmente el papel de Alemania en esta crisis, cómo se ha llegado hasta la actual situación. Es una mirada apresurada y necesariamente poco profunda de algo que está ocurriendo ahora y que se está moviendo. El título intenta transmitir el hecho de que estamos ante una nueva Alemania, distinta de aquella doble de la guerra fría que no causaba problemas en parte porque estaba dividida y no tenía plena soberanía. Esta Alemania nueva nació con la reunificación de 1990 y parecía que no cambiaba nada. Ha tenido que llegar la crisis para comprender que sí que ha cambiado, y mucho, su papel en Europa. Es un país que, por su historia, suscita recelos. No digo que la tópica y vulgar comparación con Hitler esté justificada, pero cada país tiene su historia, y Alemania tiene la suya. Siempre que ha intentado dirigir Europa lo ha hecho de forma brutal y la ha conducido a un desastre. Así que la prevención está más que justificada desde el punto de vista histórico. Confundir eso con «germanofobia» es como calificar de «antisemitismo» la condena de la ocupación Israelí de Palestina. Lo de quinta, es un recurso periodístico, históricamente bastante discutible. La historia es como una larga salchicha y el periodista la corta un poco a lo bestia, poniendo a la República de Weimar como apéndice del segundo imperio, por ejemplo. Es un recurso explicativo mucho más apropiado y razonable que hablar del «Cuarto Reich», por ejemplo. No más que eso.
– Alemania, hablo del subtítulo del libro, es un modelo para el fracaso europeo. No se suele hablar en esos términos sino en sentido contrario. ¿Por qué fracaso?
– Porque el fundamento de la política europea de Alemania es exportar una involución socio-laboral que para lo único que sirve es para incrementar la desigualdad, social y entre países, en Europa. Eso conduce directo a un fracaso europeo porque nadie quiere formar parte de un club organizado sobre tales premisas. Europa y el euro se crearon, para mejorar la vida de los ciudadanos, no para hacernos esclavos de una especie de federalismo autoritario (el «más Europa» alemán nos lleva a eso) y de una moneda elevada a la condición de vaca sagrada.
– ¿Qué es lo que, en su opinión, marca la diferencia entre la derecha y la izquierda que no renuncia a serlo respecto a esa quinta Alemania? Usted mismo afirma en algún momento que el sistema político alemán es un conglomerado homogéneo que expulsa a la marginalidad a quienes se oponen a sus objetivos esenciales. ¿Qué hacer, qué esperar entonces?
– La diferencia entre derecha e izquierda se reduce, a grandes rasgos, a dos aspectos: 1. rechazar o apoyar la involución neoliberal y 2. Rechazar o apoyar las acciones militares en el mundo como medio para controlar recursos. Quien rechaza esos dos aspectos es inmediatamente expulsado hacia la marginalidad política en Alemania. Ocurre en otros lugares, pero en Alemania más, precisamente por el carácter particularmente organizado del establishment alemán, es decir de sus poderes fácticos económicos y financieros y sus correas de transmisión políticas y mediáticas. Ese conglomerado funciona en Alemania mejor, está más engrasado, que en otros países. No espero gran cosa de Alemania en el plano de los movimientos de contestación. Cada país tiene sus tradiciones.
– ¿Por qué cree que esa quinta Alemania apunta claramente a la desintegración europea? ¿No es ella la primera interesada en conservar la actual situación de dominio, expolio, Imperio, centro y periferia?
– Es verdad que es la más interesada en mantener el supermercado del euro intacto, pero creo que con los impulsos que hoy emite conseguirá lo contrario.
– La eurocrisis, afirma también usted, es una nota a pie de página. Si es así, debe ser una nota muy larga, como las que escribía Marx en ocasiones. ¿Por qué una nota a pie? ¿No le parece entonces la crisis algo muy sustantivo?
– Es una nota a pie de página porque el drama de la creciente pobreza, desempleo y desigualdad en Europa, aún está muy lejos de lo que ha sido moneda corriente en gran parte del mundo. Somos Norte, estamos en el hemisferio privilegiado, y no somos muchos, apenas 500 millones en un mundo de 7.000 millones… Un 50% de paro juvenil es lo normal en gran parte del mundo, basta cruzar el Mediterráneo en dirección sur para constatarlo.
– Algunas preguntas sobre nudos históricos. Se suele hablar con insistencia de las actividades represivas de la Stasi, identificando incluso la RDA con esa policía política. ¿Las cosas eran muy distintas en el Oeste? Usted suele hablar muy elogiosamente de las recientes investigaciones de Josef Foschepoth.
– No se puede reducir la RDA a su aspecto policial, de la misma forma en que no se puede reducir el sistema constitucional alemán occidental a la cruda persecución de comunistas en los años cincuenta. El punto aquí no es la caricatura, sino la comparación del foco de la atención: en la actual Alemania se sabe todo del Estado policial en la RDA, se gasta mucho dinero en ello y se bombardea a la población con informaciones sobre aquello, al mismo tiempo la historia de la RFA de posguerra y determinados aspectos de la reunificación de 1990, continúan rodeados de sombras. El libro de Foschepoth, por ejemplo, ha revelado la existencia de una vigilancia policial extraordinaria en la RFA durante la guerra fría, con controles totales de las transmisiones postales y telefónicas de todo lo que tenía que ver con el Este. En los noventa el servicio secreto alemán occidental (BND) interceptada más de 5 millones de transmisiones diarias. Las posibilidades que hay hoy en ese ámbito son verdaderamente orwellianas. Cada teléfono móvil y cada ordenador, son, técnicamente hablando, una especie de chivato. El libro de Foschepoth ha sido uno de los más importantes del año, pero no se le ha prestado atención. Al lado de las realidades técnicas de control que hay hoy en el mundo la de la Stasi es un juego de niños. En eso consiste la propaganda selectiva. Lo curioso es que se continúe luchando contra el bloque del Este y su sistema que ya no existe…
– Perdóneme una descortesía. ¿No es usted demasiado generoso con el papel histórico de Gorbachov? Según algunos analistas, la ingenuidad de la que hizo gala el ex líder soviético, el mismo que ilegalizó el Partido Comunista de la URSS, en sus relaciones con el mundo del Capital y sus líderes políticos no tiene parangón en la Historia.
– Gorbachov quería un «socialismo de rostro humano» y una democratización de las relaciones internacionales con un horizonte de abolición del arma nuclear. También Thomas Sankara, que fue presidente de Burkina Faso tres o cuatro años quería cambiar las cosas hasta que fue asesinado, pero Gorbachov era el líder de la URSS, de una de las dos superpotencias. Eso era muy razonable y muy importante. Fracasó, pero reducir ese fracaso únicamente a su persona y a su responsabilidad no es correcto. Intervinieron muchos factores. La propia podredumbre del sistema soviético era uno de esos factores. La ausencia de socialistas en el PCUS, por ejemplo. En muchas cosas fue un general sin ejército en su propio país. Y en el mundo ya no hablemos. Hubo mucha ingenuidad en la idealización de Occidente, eso está claro, pero eso hay que situarlo en su lugar y su tiempo. Cambiar todo aquello sin equivocarse no era fácil. Mire a los chinos, veremos cómo evoluciona su cambio… Y otro aspecto. Desde el punto de vista de la secular tradición política moscovita, Gorbachov hizo algo absolutamente insólito: transfirió su poder personal absoluto a cámaras representativas. No hay precedentes de algo así en la historia rusa. No hay que confundir a Gorbachov con Yeltsin, pero Gorbachov estaba rodeado de gente del nivel de Yeltsin. Como decía Stalin, «no tengo otros escritores», la cosa no dio para más…
– Cuando habla usted de la Gran Desigualdad, ¿de qué Gran Desigualdad está hablando? ¿No ha sido la desigualdad, y su cuidado y promoción, una de las características centrales del capitalismo realmente existente desde siempre? ¿Qué novedad hay aquí?
– La novedad es la nueva tendencia que arranca a finales de los setenta para acabar con el consenso social keynesiano de posguerra que permitía avances sociales en el mundo occidental de posguerra, tan diferente del de preguerra. Eso lo explica muy bien Ken Loach en su última película documental El espíritu del 45. Desde los setenta el capitalismo ha perdido el miedo y está acometiendo una involución encaminada a optimizar mucho más el beneficio de una minoría de tipo oligárquico y el saqueo de recursos naturales a consta de las mayorías sociales y de la salud del planeta. Ese cambio de tendencia es la novedad.
– Lo afirma usted y se suele afirmar por muchos otros analistas: Alemania ha resistido la actual crisis mucho mejor que otras economías. ¿Por qué?
– En primer lugar, por algo tan sencillo como que su estructura económica es mucho más sólida, mucho más industrial y exportadora. En segundo lugar, porque ha practicado una estrategia nacional pese a formar parte de un equipo. Ha ido a la suya muchas veces a costa de sus socios. El caso más evidente es el dumping salarial practicado en los últimos veinte años que potenció la competitividad propia mientras sus socios europeos quedaban atrás. La Unión Monetaria no es un club de empresas que compiten entre sí, es un equipo formado por socios coordinados e interdependientes en el que Alemania ha jugado sola su propio juego para realizar objetivos nacionales. Eso daña a los demás. Respecto a su buen nivel de empleo tras el estallido de la crisis, la clave es el recurso de la jornada reducida (Kurzarbeit) que funcionó bien y la demanda de los llamados BRICS, un gigantesco conjunto que crece y al que Alemania, mucho más que Europa, suministra máquinas, coches, etc. Pero esa eficiencia competitiva alemana está matando a otros. La clave es nivelar la Unión Europea, pero eso no parece muy realista en un sistema económico que se basa en el desarrollo desigual.
– El establishment alemán al que hacíamos referencia anteriormente, ¿sigue apostando por el euro o veremos una Alemania fuera del euro en su opinión?
– Es muy difícil hacer pronósticos sobre el euro. La polémica no es entre mantener el euro o salirse, sino, seguramente, sobre las condiciones y escenarios en cada una de estas posibilidades. Tal como está planteada la cosa ahora, no parece que el euro tenga mucho futuro. En cualquier caso el euro es un enredo en el que hay que quedarse o salirse de mutuo acuerdo y con pasos muy bien pensados. De momento lo que vemos es que cada uno va a la suya y en eso, sin duda, Alemania es la peor porque es la más fuerte, la más organizada y la que más daño puede hacer.
– Habla usted en el libro de una Europa refundada. Su programa exterior: no contribuir al Imperio ni al calentamiento global. ¿Soñaba usted al escribirlo? ¿Cultiva alguna utopía, conveniente sin duda como solía afirmar Paco Fernández Buey?
– [Risas]. El asunto es mucho más serio de lo que parece. Prefiero soñar con eso que mantener la pesadilla de un mundo imperial inviable que lucha por recursos globales escasos para poder seguir calentando el planeta hasta su destrucción. Así que ese «programa», por llamarlo de alguna manera, es puro realismo comparado con lo que tenemos.Podríamos decir que es un reflejo de supervivencia.
– Apunta usted también que es esencial la creación de nuevas fuerzas políticas y programas. ¿Más fuerzas aún? ¿Programa-programa-programa? ¿No hemos escrito ya muchos programas?
– No creo que se hayan escrito muchos programas alternativos -si se ha hecho, no han funcionado- ni que existan muchas fuerzas políticas que recojan los intereses de la mayoría social. Tengo la impresión de que estamos en el principio de un principio y veo más defecto de movimientos sociales que exceso de ellos. Con el nivel de compromiso actual nos colarán todos los goles.
– ¿Por qué el crecimiento, que parecen abonar los contrarios al austericidio, es un problema y una solución a un tiempo como también afirma usted? ¿Me disuelve la paradoja?
– En el mundo desarrollado el crecimiento crematístico necesario para salir del actual atolladero es el mismo que contribuye al calentamiento global, por eso es al mismo tiempo solución y problema. El crecimiento debe ser aquí muy táctico. Lo que el mundo necesita es un sistema más austero, menos frenético y más racional en su relación con los recursos y el medio ambiente. Eso es obvio. En las partes más pobres del mundo todo eso puede tener muchos matices, pero en Occidente no tiene vuelta de hoja. El futuro, si lo hay, es el decrecimiento.
– En su presentación del primer capitulo de Àngel Ferrero habla usted de su conquista, de la conquista de Die Grünen quiero decir, por la razón de Estado. ¿Cómo ha sido eso? ¿Por qué? ¿Era inevitable? Cómo si fuese una ley de expansión o contracción de los gases, ¿toda fuerza política alternativa tiende a expandirse para acabar siendo absorbida por algo sólido que no suele evaporarse en el aire?
– Algo de eso hay. En el caso de los verdes alemanes es un partido de clases medias altas, sin ninguna conexión con el mundo del trabajo, lo que facilita el acomodo al sistema y el abandono de todo propósito transformador.
– Desmontar el modelo autoritario-oligárquico europeo, señalan al final de su ensayo, pasa por enfrentarse a los impulsos de la quinta Alemania. Así se escribe, añaden, la historia europea. ¿Quién tiene que enfrentarse a esos impulsos? ¿Las naciones, los pueblos, los Estados restantes, los ciudadanos, las fuerzas de izquierda que no han claudicado?
– Yo creo que la lucha debe empezar en las naciones, que son conjuntos soberanos de ciudadanos, por motivos puramente prácticos. Ante una oligarquía, y eso es lo que tenemos enfrente, es la ciudadanía la que ha de manifestarse. Hay que empezar en casa, creando la comunidad ciudadana con la gente que te rodea. A partir de ahí se pueden, se deben, tejer puentes y vínculos internacionales, pero el internacionalismo y la democratización, en el sentido más genuino del término («poder del pueblo») comienza en casa.
– ¿No es usted un pelín optimista cuando afirma que el peso y poder de esa quinta Alemania está lejos, muy lejos de ser suficiente para imponer su hegemonía al resto?
– La historia europea sugiere que cuando una nación europea se intenta imponer sobre las demás, en seguida surge una coalición contra ella. La potencia alemana no alcanza para imponerse. Si se compara su peso con el de Estados Unidos en la posguerra, el panorama queda claro. Si Alemania pretende dominar Europa, se estrellará.
Fuente: https://www.fuhem.es/ecosocial/articulos.aspx?v=9239&n=0
Enlace al pdf de la revista PAPELES: http://www.fuhem.es/media/cdv/file/biblioteca/Analisis/2013/Entrevista_a_Rafael_Poch_de_Feliu_S_Lopez_Arnal.pdf