Hace poco se dio a conocer en el Perú el surgimiento de un nuevo referente de las fuerzas progresistas y de la izquierda. Se le llamó Frente Amplio Patriótico, y se le definió como el inicio de una nueva voluntad unitaria, requerimiento esencial como tarea de nuestro tiempo. Este anuncio responde, por cierto, a una […]
Hace poco se dio a conocer en el Perú el surgimiento de un nuevo referente de las fuerzas progresistas y de la izquierda. Se le llamó Frente Amplio Patriótico, y se le definió como el inicio de una nueva voluntad unitaria, requerimiento esencial como tarea de nuestro tiempo. Este anuncio responde, por cierto, a una verdadera exigencia popular. Desde siempre, pero sobre todo en los últimos años, la unidad del pueblo se ha tornado un requerimiento esencial para avanzar en la lucha nacional liberadora y en procura de un porvenir mejor para el Perú.
Afirmada en la versión más exitosa de la antigua Izquierda Unida, y buscando superar las deformaciones que la hicieron naufragar en la última década del siglo pasado, esta vez la unidad ha buscado aglutinar en una sola fuerza a sectores más amplios. Sus voceros han calificado el hecho como un «renacer», cuando asoma en el escenario una dura ofensiva de la reacción.
Por ahora, esta saludable voluntad unitaria constituye un paso positivo en la vida nacional. Un avance que hay que respaldar y apoyar, porque responde a una legítima exigencia nacional, sin dejar de entender que aún es una simple formulación. Para concretarse, deberá resistir el contraste con la realidad, el peso del tiempo y el encaramiento de los retos fundamentales que se plantean hoy al movimiento popular.
La unidad del pueblo es, sin duda, requisito esencial para avanzar. Pero es también piedra de toque para mostrar la actitud de las distintas fuerzas actuantes en la vida social. Los que la impulsan, obran en función de los verdaderos intereses nacionales; en tanto que quienes la objetan o resisten, hacen el juego a los enemigos de nuestro pueblo, de manera consciente o inconsciente. No obstante, para hacerse meritoria al reconocimiento ciudadano, esta unidad debe responder las tareas que asoman en los dos planos: el político y el electoral.
En el escenario político, deberá enfrentar diversos retos. El primero de ellos deberá ser definir en los hechos -y no sólo en las palabras- cual es el enemigo fundamental de nuestro pueblo. Este es un requerimiento decisivo, pero que, además, deberá normar el lineamiento de una política concreta, la misma que debe expresarse en todas las luchas de nuestra coyuntura.
En el Perú, el enemigo fundamental –el Imperialismo– cuenta con el apoyo encubierto o desembozado del cogollo alanista del APRA y la adhesión de la Mafia que, a la sombra de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos, impuso en el Perú la política del régimen fujimorista. Y el peligro principal, es que estas fuerzas recuperen posiciones de Poder. Resulta indispensable tener muy presente esta realidad porque en el plano de la acción concreta, y ganados por las naturales expectativas de la lucha reivindicativa o local, hay quienes suelen confundir los planos de la confrontación. De hecho, ocurre cuando en algunas manifestaciones, aflora una agresiva campaña contra el gobierno actual, como si éste se hubiese convertido en el «enemigo principal» de los trabajadores.
Lo preocupante es que esto ocurre en un marco en el que arrecian dos fenómenos: el desenmascaramiento de la corrupción galopante del pasado, que se expresa, por ejemplo, en las clamorosas denuncias referidas a los narco indultos; y el ascenso de la cínica ofensiva de la reacción que, sin empacho alguno pone banderolas en los puentes, combate la imaginaria «reeleción conyugal», recurre a Habeas Corpus para asegurar su impunidad de García y ataca al gobierno actual enarbolando supuestas banderas «populares».
Temas que han hecho crisis en los años recientes, se explican como consecuencia de la política ejercida secularmente en el país por la clase dominante. El precio de los productos, la especulación con el gas por parte de poderosos consorcios privados, el caos en la función pública, la inseguridad ciudadana, la corrupción galopante y otros; son el derivado del abandono en el que se ha visto sumido nuestro pueblo por parte de las administraciones que han usado al Estado como botín y a las grandes mayorías como carne de cañón en beneficio de los poderosos. Resolverlos, es tarea de titanes.
En lo que al pueblo se refiere urge que, a la par que lucha por afirmar conquistas y proteger intereses de «los de abajo»; se nutra la conciencia con un combate abierto y constante a la Mafia y a sus expresiones políticas, que buscan hipócritamente camuflarse para eludir la justicia o ganar incautos. En nuestro ideario, el antiimperialismo como práctica y el socialismo como opción de futuro, están ligados siempre a ese propósito.
El cogollo corrupto del APRA, es experto es usar ese «método». No olvidemos que levantó en su momento hasta el paroxismo la campaña por la «vacancia» de la Presidencia en los años de Toledo; y que, para hacer más ostensible su inquietud, el propio García se sumó -patada incluida- a una Movilización de la CGTP. Hoy busca idéntico propósito cuando se anuncia una nueva Jornada de Lucha para el próximo 4 de julio, usando como mascarón de proa a la dirigencia vendida de la CTP. No hay que olvidar entonces, que la unidad no es «de todos». Es unidad de los explotados, y no unidad con los explotadores.
Hoy los voceros parlamentarios de estas tiendas políticas se desgañitan hablando contra el actual gobierno, al que culpan de todos los pecados del mundo, al tiempo que los «medios de comunicación» a su alcance promueven y alientan el crimen, la violencia y la descomposición social. En el centro de esta ofensiva está el interés de profundizar la brecha entre el presidente Humala y la izquierda, festejada Fritz Dubois, Cayetana Aljovín, Aldo M. y otros.
Es bueno advertir que Humala se equivoca -y es injusto- cuando busca «tomar distancia» de la izquierda, para congraciarse con las fuerzas conservadoras de la vida nacional. Pero es bueno también subrayar que no hay que caer en la tentación de responder a esa acción recorriendo el mismo camino ni similares métodos, de la confrontación.
Antonio Gramsci -de quien muchos hablan, pero pocos estudian y aprenden- nos recordó siempre que «en la lucha política es preciso no imitar los métodos de lucha de las clases dominantes, para no caer en fáciles emboscadas». «En las luchas actuales -nos decía el director del L’ Ordine Nuovo como si estuviera viendo el escenario peruano de este momento- este fenómeno se verifica con mucha frecuencia».
Ocurre, en efecto, que centrando el fuego en los errores debilidades, e inconsecuencias del gobierno actual, se minimiza el siniestro papel que juegan en el país los núcleos más corruptos y decadentes: la mafia fujimorista y el entorno de García y sus secuaces, el enemigo contra el que hay que activar siempre las baterías porque representa la principal fuerza del Imperio en esta lucha y el mayor peligro para el pueblo. Si alguien lo duda, debiera bastarle recordar cuál es la posición que, ante los hechos de la coyuntura- tienen caracterizados voceros de la embajada yanqui que responden cotidianamente en medios de prensa y programas de TV. Se sabe quiénes son.
Ellos atacan al gobierno actual, en primer lugar, por su política exterior, a la que aspiran quebrar a cualquier precio. Para ese efecto, necesitan que la izquierda se calle, y que no haga patente su identificación de clase con el proceso liberador de América Latina.
José Carlos Mariátegui nos recordó siempre que la Revolución Peruana «es parte de la Revolución Mundial». Y es que lo que ocurre en el Perú, está menos desconectado del escenario continental de lo que algunos creen. El futuro nuestro se juega hoy en Cajamarca, en Cusco o en Arequipa; del mismo modo que en La Habana, Caracas, Quito, Managua. Río, Buenos Aires o La Paz. En cualquier lugar en el que un pueblo enarbole la bandera de lucha contra el Imperio y busque promover y alentar el combate por el avance y el progreso; está inmensa la suerte del conjunto de un movimiento que esta enlazado sobre su eje por su propia naturaleza.
La unidad política, entonces, exige unidad de criterio para evaluar el escenario continental. Y eso es algo que hay que definir en términos concretos para no quedar atenazados por fuerzas progresistas en el terreno interno, pero reaccionarias en la valoración de lo que ocurre en Nuestra América.
Lo otro, lo de la unidad electoral, implica también una perspectiva interesante a condición que no se descalifique con el electorerismo oportunista del que hicieron gala en los últimos veinte años ciertos líderes de la izquierda oficial. Pero para ser más precisos, y justos, en la valoración del tema, es mejor tratarlo de manera independiente en una segunda entrega de este análisis.
Gustavo Espinoza M. del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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