Forma parte del grupo de rastacueros a disposición del imperio. Junto a los Vargas Llosa, Aznar, Toledo, Uribe, etc. Tiene papel asignado que representa de manera fiel, cada vez que los intereses de sus amos lo requieran. Y hace su entrada cuando la trama pide la actuación de un personaje de sus características. Un consumado […]
Forma parte del grupo de rastacueros a disposición del imperio. Junto a los Vargas Llosa, Aznar, Toledo, Uribe, etc. Tiene papel asignado que representa de manera fiel, cada vez que los intereses de sus amos lo requieran. Y hace su entrada cuando la trama pide la actuación de un personaje de sus características.
Un consumado actor
Activos grupos de derecha repartidos por el mundo preparan el escenario. El 18/02/2014 la Red Latinoamericana y del Caribe para la Democracia (RedLad) solicita a la OEA una Misión de Buenos Oficios, presidida por Oscar Arias, para detener la «violación de derechos humanos en Venezuela». «Intelectuales», «artistas» y la fracción más recalcitrante de la oposición venezolana e internacional se suman, de inmediato, a la petición.
Entonces, emerge desde los bastidores. El propuesto Presidente de la Misión expresa que se siente honrado por la iniciativa y, agrega el muy ladino: «Cualquier latinoamericano que pueda ayudar a devolverle la calma al pueblo venezolano se sentiría muy halagado». Repasó el guión que ya se sabe de memoria. Para desgracia de Latinoamérica, el papel lo ha representado con éxito en muchas ocasiones. Con el triste desparpajo del rastacuerismo latinoamericano, Oscar Arias entra en escena. Su curriculum: Expresidente costarricense, Nobel de la Paz y reconocido peón de EEUU, encargado de derivar los conflictos en América Latina hacia los intereses gringos en la región. Todo ello en nombre de la paz, los derechos humanos y el entendimiento entre los pueblos.
Pero esta vez cometió el error del novato, la precipitación, inconcebible en quien tiene curtida la piel en tantas y variadas triquiñuelas. Entró en escena antes de lo previsto. Creyó que el gobierno del Presidente Maduro caía empujado por la ofensiva económica, los disturbios desestabilizadores y la presión mediática internacional. Confundió los deseos con la realidad. Al igual que los generales golpistas de abril de 2002 informaban de muertes que aún no habían ocurrido, Oscar Arias anuncia al mundo violaciones de derechos humanos que no se han cometido, en un país en que el gobierno ha soportado estoicamente comportamientos injustificables de una oposición desquiciada.
Publica un artículo vergonzoso, Venezuela: país en persecución, aparecido en El País, España, en su edición del 20/02/2014. Tan vergonzoso y plagado de mentiras que ni siquiera la desvergonzada prensa venezolana se ha atrevido a publicar. Mentiras descaradas y actitud francamente hostil exponen la verdadera imagen de «su mediador». Allí declara la guerra al gobierno del Presidente Maduro. Para que no quede dudas por quien toma partido en el conflicto, dice: «la sola existencia de un gobierno como el de Venezuela es una afrenta a la democracia». Vale decir que, el primer y único objetivo, de concretarse esa misión, sería liquidar la existencia de un gobierno democráticamente electo por el pueblo, en elecciones libres, transparentes y refrendadas por organismos y observadores internacionales.
Agrega: «Miles de estudiantes y opositores al gobierno del Presidente Nicolás Maduro en Venezuela fueron brutalmente atacados con armas de fuego por los cuerpos de seguridad». Ante tal afirmación, cabría esperar un parte de guerra: los centenares o por lo menos decenas de muertos que, a pesar de sus deseos, no se produjeron en modo alguno.
Sigue: «En ningún país verdaderamente democrático uno va a prisión o es asesinado por pensar distinto o por querer manifestar su oposición a las políticas del gobierno.» Cierto. Pero, ¿quién, en Venezuela, durante este gobierno, ha sido hecho preso o, peor aún, muerto, por pensar y por manifestar su opinión? Las personas detenidas, la mayoría por sólo algunas horas, han sido apresadas por ser vándalos, facinerosos y criminales. A menos que se entienda que opinión no es concepto, juicio o idea, sino acción concreta y específica: Atacar a fuego y pedradas a los edificios, servicios públicos y a sus trabajadores (electricidad, metro, transporte de alimentos, servicios médicos, etc.); obstaculizar el libre tránsito de las personas, impidiendo que acudan a sus trabajos, a citas médicas, a urgencias personales; aterrorizar las comunidades con piras, lanzar aceite y gasolina sobre el pavimento para provocar accidentes, colocar guayas que degüellen a motorizados, etc.
«Sin duda, soy un lacayo del imperio…»
Son palabras de Oscar Arias. Ante la dramática situación, pretende hacer un chiste, una burla. Pero, como lo demostró Freud en El chiste y su relación con el inconciente, las personas dicen en broma lo que no se atreven ni les conviene decir en serio. A confesión de partes, relevo de pruebas, dice el conocido aserto jurídico.
A la confesión, le agrega un contrasentido: «del imperio de la razón». Sin sentido porque no hay mayor sin razón que el imperio; esto es, la dominación y el sojuzgamiento de un país por otro, disponiendo de sus recursos y su destino. No en balde Luckás escribió El asalto a la razón para demostrar la irracionalidad de las pretensiones imperiales del nazismo y sus fundamentos. No en balde cuando los franquistas atropellaban a los republicanos, Unamuno acusaba: «Podréis vencer por que os sobra fuerza bruta; pero, no convenceréis pues os falta razón en la lucha». Incluso cuando en sentido figurado se habla del imperio de la ley, la metáfora refiere a lo sustantivo del concepto; esto es, a la obediencia. Se entiende que la ley tenga imperio: respeto y obediencia a sus preceptos taxativos. Pero no la razón que supone el libre planteamiento de ideas, argumentos, afirmaciones y refutaciones. Es decir, libertad de pensamiento, de discusión. La razón requiere de hombres libres: no puede tener esclavos.
Para concluir que Oscar Arias es lacayo de EEUU no necesitamos su confesión. Su comportamiento y su descarado papel cumplido en Latinoamérica demuestran con creces esa condición. Recordamos, por ejemplo, cómo -embajada norteamericana mediante-, cumplió fielmente las instrucciones gringas en Honduras: Desconocer a Zelaya, Presidente elegido por los hondureños; reconocer al golpista Micheletti , violador de la institucionalidad y realizar elecciones con la exclusión de Zelaya. Al igual que hoy lo hace para Venezuela, en 2009 Arias anunció previamente, en una radio de su país, el plan que tenía el imperio para la situación hondureña.
En criollo, Arias es un rastacueros. Aunque quizás sea más apropiado usar la palabra de sonoridad proteica con que los españoles se refieren a este tipo despreciable de sujetos que, para agradar a sus amos, son capaces hasta de lamerles el orificio de las excretas human as.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.