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Perú

Los defensores de los jóvenes

Fuentes: Rebelión

Las activas movilizaciones de los jóvenes peruanos, ocurridas en las dos últimas semanas, han despertado vivo interés. No se apreciaban acciones similares desde fines del siglo pasado, cuando nutridos contingentes juveniles salieron a las calles para enfrentar al fujimorismo, violento y corrupto. Ellas -se ha dicho ahora- fueron el preludio de la caída de ese […]

Las activas movilizaciones de los jóvenes peruanos, ocurridas en las dos últimas semanas, han despertado vivo interés. No se apreciaban acciones similares desde fines del siglo pasado, cuando nutridos contingentes juveniles salieron a las calles para enfrentar al fujimorismo, violento y corrupto.

Ellas -se ha dicho ahora- fueron el preludio de la caída de ese régimen de oprobio; añorando, quizá la posibilidad que hoy tengan la misma consistencia, y den al traste con el gobierno elegido en junio del 2011, y que signó la derrota de la Mafia.

En el marco del debate, han surgido las más variadas interpretaciones y maneras de expresar puntos de vista. Un fujimorista de planta ayer, y hoy columnista editorial de un diario independiente, tuvo la ocurrencia de recordar la letra de una canción chilena de Violeta Parra.

Al evocar sus estrofas -«Que vivan los estudiantes, / jardín de las alegrías. / Son aves que no se asustan / de animal ni policía, / y no le asustan las balas / ni el ladrar de la jauría. / Caramba y zamba la cosa, / que viva la astronomía» no acudió a la delicadeza de citar autora del texto, ni referirse a las circunstancias en las que éste fue inspirado, Le habría sabido a chicharrón de sebo, por cierto.

Violeta Parra, cantautora chilena de muy reconocida ejecutoria, fue la creadora que puso muy en alto el arte popular y la canción protesta. Y que escribió «¡Que vivan los estudiantes…!», cuando en su condición de militante del Partido Comunista de su país, quiso saludar la lucha de los jóvenes enfrentados a una horrenda dictadura. La letra, la autora, y la oportunidad en la que se difundió el canto, poseen una consistencia que dejaría alelado al columnista de marras. Prefiere soslayarla, entonces, para dar cauce a la supuesta simpatía que le despierta la movilización juvenil de nuestro tiempo.

Eso que ha ocurrido con este columnista, ha sucedido de modo general con la «Prensa Grande» con los voceros de los partidos reaccionarios; todos los cuales han alentado la movilización juvenil, abrigando la ilusión que ella, finalmente, responda a sus objetivos.

Veamos las cosas con objetividad: La llamada Ley Pulpín, en ingeniosa alusión a la bebida para los infantes, fue aprobada por el Congreso de la República con el voto aprobatorio de los denominados «partidos mayoritarios». No sólo el Partido Nacionalista dio su visto bueno a la iniciativa proveniente del Ministerio de Economía, sino también el Fujimorismo, el APRA y el Partido Popular Cristiano. Todos aplaudieron la idea y votaron entusiasmados por ella -que fue compartida además Pedro Pablo Kuczinsky-. Y es que suscribían la esencia de una disposición que -innegablemente- conculca y recorta derechos de jóvenes en edad de trabajar.

Todos estos áulicos del capital cambiaron abruptamente de opinión cuando de dieron cuenta que la medida podía originar naturales reacciones en el ámbito juvenil y generar protestas. Automáticamente «se cambiaron de bando y se «pasaron al otro lado» cuando percibieron que podrían explotar el tema para acusar al gobierno de «fabricar esclavos».

Cuando eso ocurrió, se volcaron todos en apoyo a la causa de los jóvenes. Las manifestaciones -sobre todo la del pasado 22- fueron respaldadas por esas colectividades y partidos; y publicitadas abiertamente por la «Prensa Grande», escrita, radial y televisada, que le brindó la más amplia cobertura informativa.

Incluso el Canal NEl Komercio de la TV– , se dio el lujo de trasmitir en vivo y en directo la movilización, registrando todas sus acciones, desde las pacíficas -que fueron la inmensa mayoría- hasta las violentas, ocurridas al fin de la marcha y en la madrugada del 23.

Es bueno subrayar que la demanda de los jóvenes es justa y legítima. Ellos quieren -y eso es enteramente comprensible- un trabajo honorable y bien remunerado. Quieren, además, gozar de beneficios laborales que establece la ley, y tener acceso a los mecanismos reguladores del empleo, registrados en los convenios internacionales. Seria tonto suponer otra cosa. Nadie, en su sano juicio, busca un empleo mal pagado, y sin derechos.

Ocurre, sin embargo, que ninguno de los gobiernos que tuvieron en sus manos las riendas del poder desde 1975 a la fecha, se preocuparon en lo más mínimo de eso. ¿O es que los que trabajan hoy, tienen alguna protección?

Al contrario, la esencia de todos los programas económicos impulsados desde entonces, fue el «adelgazamiento» de las planillas y la eliminación de los «costos laborales». Todas las «reformas a la ley» en materia del trabajo se orientaron a bloquear salarios y pensiones, reducir beneficios de los trabajadores, eliminar conquistas sociales y acabar con lo que se había alcanzado durante el gobierno de Velasco, desde la denominada «estabilidad laboral» hasta las compensaciones por tiempo de servicio, y otras.

Particularmente tanto el régimen de Fujimori como el de García, -hermanados en la aplicación del «ajuste neo liberal»- recortaron los derechos laborales al máximo, en beneficio siempre de los empresarios. Ellos si obraron con la idea de convertir a los trabajadores en esclavos del capital.

Si hoy hablan en sentido inverso, lo hacen de palabra. Si tuvieran la posibilidad de obrar, actuarían igual que en el pasado y con mayor vesanía: buscarían multiplicar los beneficios de los explotadores y conculcar, y hasta eliminar completamente, los derechos de los explotados. No cabe duda.

Si hoy se vive el convulso escenario generado por la Ley, eso ocurre porque el gobierno busca crear puestos de trabajo, en un país en el que hay 1’300.000 jóvenes que no estudian ni trabajan.

Ese escenario resulta extremadamente peligroso en las condiciones de hoy. De ese inmenso ejército de desocupados, en el marco de la crisis económica y moral que nos devora- surge el sicariato, la drogadicción, el narcotráfico, y otras deformaciones alentadas por el consumismo de la sociedad capitalista de nuestro tiempo. México da el ejemplo.

Ocurre, sin embargo, que el gobierno de Humala tiene una capacidad reducida de crear puestos de trabajo por dos razones. Porque los gobiernos anteriores privatizaron las empresas públicas y destruyeron el sector estatal de la economía. Si el Estado carece de empresas ¿cómo podría «dar trabajo» en entes que no existen? Y porque el país carece de mano de obra calificada dado que ni los gobiernos se preocuparon por atender el tema, ni a los empresarios del importó. Para ellos, lo decisivo es ganar más; no producir mejor. ¿A cuántos jóvenes capacitaron los millonarios hambrientos en décadas?

¿Quiénes pueden en un país como el nuestro, crear realmente puestos de trabajo? Sólo las empresas privadas. Y ellas lo harían sólo a condición que los trabajadores que contraten, sean jóvenes, perciban salarios ínfimos y no tengan derechos laborales. Ese es el origen de la «ley Pulpín» y la razón del entusiasmo inicial mostrado por la derecha y la Mafia en todos sus matices.

Es legítimo entonces luchar contra un régimen laboral así concebido. Hay que tratar de construir un marco distinto. Pero eso pasa, por cargarle la mano a quienes tienen la responsabilidad principal. Es decir, a los que crearon las condiciones para que el país afronte los problemas que hoy lo agobian.

Así lo ha entendido un segmento muy considerable de jóvenes que el 22 de diciembre marchó con grandes pancartas contra la «prensa vendida«, los «medios mafiosos» y los arquetipos de la corrupción: Alan García y Keiko Fujimori. No hay que subestimar, sin embargo, el papel que juegan «los jóvenes» apristas que defienden y añoran los más viejos privilegios que subsisten en el país, los del Gran Capital, y que creen que «renovar», es poner otra vez a García en el Poder. Ni el cómplice papel del «Movadef».

Hay que tener conciencia plena de las responsabilidad que cada quien tiene en el escenario y darse cuenta de cuál es el enemigo fundamental, y cuál el peligro que se cierne sobre la sociedad peruana. Los «amigos de los jóvenes» que hoy levantan cabeza deben ser desenmascarados y vencidos.

Gustavo Espinoza M. es miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera.

http://nuestrabandera.lamula.pe 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.