La nueva verja que el presidente dominicano acaba de anunciar no sirve para tender puentes, sino para excluir y hostilizar al otro, al diferente, al migrante y, en particular, al que es pobre y, por lo tanto, indeseado.
Cerca de 200 organizaciones y personalidades, provenientes mayoritariamente de América Latina y del Caribe, firmaron una carta abierta que fue enviada, el pasado 17 de marzo, al presidente dominicano, Luis Rodolfo Abinader Corona, para rechazar su decisión de construir un muro fronterizo con Haití.
Esta carta es una contundente respuesta al anuncio oficial que este jefe de estado hizo, el pasado 27 de febrero de 2021 ante la Asamblea nacional dominicana, sobre su iniciativa de erigir un muro, con doble verja perimetral, cámaras y otros dispositivos de vigilancia electrónicos, en la frontera de su país con Haití, para contrarrestar la migración irregular, el tráfico de drogas y el contrabando.
¿Por qué nuestra región de América Latina y del Caribe debe oponerse a la construcción de tal muro?
Un muro más en un mundo cada vez más amurallado
El muro dominicano será un muro más en un mundo cada vez más amurallado que, al día de hoy, suma entre 63 [1] y 70 [2] vallados fronterizos en casi todos los continentes; mientras que, tras la caída del muro de Berlín en 1989, había tan sólo de seis a 11 muros, según diferentes estadísticas.
Sin embargo, este muro, que sería, al parecer, el segundo (el primero fue construido por Estados Unidos en una de sus fronteras con México) en el continente americano, ha tenido un eco negativo en América Latina y el Caribe.
¿Para qué un muro fronterizo?, ¿para qué invertir tantos recursos en una frontera común de 380 kilómetros entre dos pequeños países que comparten una misma isla?, ¿qué sentido tiene tal proyecto?
Esta iniciativa ha suscitado alegría en varios sectores sociales y políticos dominicanos que desean acabar pronto y de raíz con la migración haitiana irregular en su propio país, mientras que ha generado muchas preguntas en nuestra región.
La razón de ello es que si bien América Latina es la región más desigual del mundo y tiene muchos otros problemas; sin embargo, incluso en los momentos históricos más oscuros —por ejemplo, durante el periodo de las dictaduras y en medio de los grandes conflictos ideológicos entre gobiernos—, nuestra región ha mantenido cierta hospitalidad hacia los exiliados, la solidaridad entre pueblos y la cooperación entre Estados y gobiernos.
Uno de los ejemplos recientes, entre los más elocuentes, es el apoyo que los dos gobiernos socialistas de Cuba y Venezuela que, a pesar de sus diferencias ideológicas y políticas con su homólogo colombiano (más bien neoliberal), le brindaron a este último, de 2012 a 2016, en el marco de sus negociaciones de paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército Popular (FARC-EP).
Además, dos razones explican la gran preocupación que genera esta decisión del presidente dominicano en nuestra región.
En primer lugar, esta verja dominicana marcará un precedente peligroso.
En caso de hacerse realidad, ésta podría ser un ejemplo alentador para gobiernos de otros países que enfrentan la migración irregular y que pretenden acabar con ella de esta manera hostil, a pesar de los millonarios costos que implica la implementación de tal proyecto. De hecho, ciertos grupos nacionalistas en algunos países han pedido abierta e insistentemente a sus respectivos gobiernos que tomen decisiones drásticas en contra de migrantes venezolanos.
Al parecer, los ánimos ya estarían preparados en varios países para tal proyecto. De allí que las y los firmantes de la mencionada carta hayan levantado la voz de manera fuerte y contundente para dejar claro no sólo al presidente dominicano sino también a todos los gobiernos y grupos extremistas que “la construcción de un muro fronterizo es inaceptable en nuestra región”.
En segundo lugar, la idea de construir un muro fronterizo con Haití no aparecía en ninguna parte del programa electoral del actual presidente dominicano, ni tampoco en sus diferentes discursos de campaña como candidato en las contiendas del pasado 5 de julio de 2020.
Al contrario, como aspirante presidencial, él insistía siempre en la necesidad de reanudar el diálogo con Haití, fortalecer las relaciones con este país vecino y evidentemente controlar la migración irregular proveniente de allí.
En menos de un año, este descendiente de una familia libanesa cambió drásticamente de opinión, haciendo de la construcción del muro fronterizo, desde su anuncio en febrero, su principal caballo de batalla en la relación de su país con Haití.
Surgen varias preguntas al respecto.
¿En qué medida las múltiples fuerzas sociales y políticas de la extrema derecha y de corte nacionalista en República Dominicana habrían incidido en su abrupto cambio de política?
¿Qué se puede esperar de aquí en adelante en el marco de las relaciones de un gobierno que endurece de esta manera agresiva su política migratoria y bilateral con Haití?
¿Qué hacer como región para proteger en República Dominicana a las personas migrantes haitianas y sus descendientes que vienen sufriendo en este país, desde hace varias décadas, de la discriminación sistemática e incluso de cierto racismo de Estado, de acuerdo con varios informes y sentencias de la Comisión y Corte Interamericana de Derechos Humanos?
Un mundo cada vez más amurallado
Vale recordar que, tras la caída del muro de Berlín en 1989, viene creciendo el número de muros en el planeta. Existe la tendencia cada vez más fuerte de gobiernos a optar por esta supuesta solución a varios problemas.
Si el muro de Berlín tenía el objetivo de impedir que los alemanes que vivían en el lado socialista (la República Democrática Alemana) huyeran hacia el lado “capitalista”, la República Federal de Alemania; en la posguerra fría los vallados fronterizos han cobrado múltiples funciones. Éstos sirven para contrarrestar la migración irregular (los muros anti-migrantes), el tráfico de drogas y el contrabando, para separar a los ejércitos o grupos beligerantes de dos países, tal es el caso de las dos Coreas, y ocupar a poblaciones de otros países, tal como lo hace el Estado de Israel con comunidades palestinas.
Independientemente de los diferentes objetivos que tengan los muros, éstos comparten una misma paradoja, a saber: la creciente globalización económica neoliberal crea cada vez más un mundo sin fronteras para las cosas —por ejemplo, para las mercancías y los flujos de capital—, mientras que cierra la puerta a las personas, en particular, a aquellas provenientes de países pobres, en guerra o golpeadas por conflictos, crisis políticas y otras problemáticas humanitarias y medioambientales.
Los bienes y mercancías no necesitan pasaportes ni visas para “viajar”, mientras que las personas, en particular, las racializadas y empobrecidas, se ven obligadas a morir en sus territorios o a arriesgar sus vidas en las manos de traficantes ilegales.
El amurallamiento del mundo termina siendo parte de la economía del mercado laboral de los países de destino que instrumentalizan la mano de obra migrante irregular y por lo tanto barata y dócil, así como de la floreciente industria del tráfico ilegal de migrantes y de la trata de seres humanos y también de la apropiación indebida e impune, por despojo, de territorios de comunidades y poblaciones enteras.
El círculo vicioso del miedo
En cuanto a la reacción de las y los ciudadanos de países que construyen muros específicamente para contrarrestar la migración, se observa que la presencia de los extranjeros provoca cada vez más miedo en gran parte de éstos. El miedo sería uno de los principales factores que los llevaría a aceptar que sus respectivos gobiernos respondan con la hostilidad para prevenir y neutralizar la supuesta amenaza. Estaríamos ante el clásico círculo vicioso del miedo.
Al parecer, el nivel de educación no tiene una gran incidencia en elevar la capacidad de estas ciudadanas y ciudadanos asustados para controlar su miedo (y así romper con el círculo de éste), contrarrestar críticamente sus eventuales usos y abusos por parte de actores malintencionados o, al menos, para no dejarse llevar por sentimientos de hostilidad e incluso de xenofobia.
De hecho, se acusa a los políticos y líderes, sobre todo, de la extrema derecha, de instrumentalizar políticamente el mencionado miedo de sus respectivas sociedades: miedo que, además, sería alimentado y potenciado por algunos medios de comunicación.
Un argumento que se suele evocar para justificar esta acusación es el hecho de que estos actores malintencionados sacan más a flote, principalmente durante las contiendas electorales, el tema de la migración e incluso sus propuestas de construcción de muros fronterizos y otras ocurrencias nacionalistas.
Otro argumento consiste en evidenciar cómo los dirigentes que fracasan con sus respectivas políticas suelen usar a los migrantes como chivo expiatorio.
De ninguna manera, estas disquisiciones que acabamos de esbozar pueden resolver todas las preguntas que hay sobre las fronteras.
¿Por qué la construcción de fronteras sigue siendo una obsesión para varias sociedades y gobiernos en un mundo cada vez más globalizado?
¿Por qué la noción de frontera sigue teniendo este poder mágico para generar una gran mixtura de sentimientos contrastados, tales como el rechazo visceral en unos, la felicidad ciega en otros?
¿Es posible pensar un Estado sin fronteras, ya que el territorio y evidentemente su delimitación constituyen uno de los pilares fundamentales de todo Estado, al menos, en Occidente y en los países donde éste ha impuesto su modelo político?
De hecho, la mayoría de países que han edificado muros fronterizos se encuentran en Asia (más de una veintena) y en África (ocho) contra 14 en Europa (“A walled world towards a global apartheid”, 2020, pp.14-17).
Fronteras que no tienden puentes
¿Marcar, delimitar y construir una frontera es en sí bueno o malo?
Al parecer, la idea de frontera no es mala e incluso ha sido elogiada por pensadores y filósofos.
Por ejemplo, el mismo pensador del concepto de “Todo-mundo”, Édouard Glissant, hace el elogio de la frontera: “Es por eso que necesitamos de las fronteras, no para quedarnos allí, sino para ejercer este libro paso de lo mismo a lo otro, para subrayar la maravilla del aquí.” Para este poeta y filósofo martiniqueño, la frontera es bella y maravillosa, en la medida en que permite pasar de un lado a otro y así poder ver la belleza que hay aquí y la belleza que hay allá.
Por otra parte, el filósofo alemán Martin Heidegger comparte la misma idea de frontera, a saber, que la frontera no es donde algo (por ejemplo, un territorio o un país) termina, sino donde algo comienza: ella tiene sentido si sirve como un puente, es decir, para atravesar o cruzar hacia el otro lado.
Evidentemente, los cerca de 70 muros fronterizos que ya fueron construidos en el mundo y la nueva verja que el presidente dominicano acaba de anunciar no sirven para tender puentes, sino para excluir y hostilizar al otro, al diferente, al migrante y, en particular, al que es pobre y, por lo tanto, indeseado.
Las fronteras que son muros no hacen sino amurallar más el mundo, crear apartheid, vulnerar los derechos humanos fundamentales, entre ellos el derecho a migrar, y poner en riesgo las vidas de las personas migrantes quienes, ante la dificultad de cruzar las fronteras, se ven obligadas a utilizar los “servicios” criminales de los traficantes ilegales y a aventurarse en caminos cada vez más peligrosos.
Notas:
[1] Véase Transnational Institute, Centre Delàs d’Estudis per la Pau de Barcelona y Stop Wapenhandel, “A walled world towards a global apartheid”, 2020. Enlace: https://www.tni.org/files/publication-downloads/informe46_walledwolrd_centredelas_tni_stopwapenhandel_stopthewall_eng_def.pdf
[2] Véase El País, “Los muros del mundo: 21 fronteras históricas”, 25 abril de 2019. Enlace: https://elpais.com/elpais/2017/02/27/album/1488207932_438823.html#foto_gal_1