El escándalo en torno a Ricarda Lang, que ha pedido que se aceleren los acuerdos para deportar a los solicitantes de asilo, es solo un botón, una muestra de la evolución de un partido que dejó atrás el pacifismo, el decrecimiento e incluso la propia política ecologista.
En Berlín, no sorprende a nadie que el alcalde de la ciudad, Kai Wegner, miembro del partido cristianodemócrata (CDU), se plantee ahora llevar a cabo deportaciones durante los meses de invierno. En una entrevista con el diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, expresaba el jueves “la necesidad de entablar conversaciones con nuestros socios socialdemócratas de coalición para evaluar si podemos permitirnos una pausa en las deportaciones entre octubre y abril”. En definitiva, el SPD sigue un compás muy similar en esta cuestión. Sin embargo, lo que ha sorprendido a muchos es la petición que esta semana realizó la co-presidenta del partido verde Bündnis 90/Die Grünen, Ricarda Lang.
La política verde instó a que se firmen cuanto antes acuerdos que permitan la deportación de solicitantes de asilo cuyas solicitudes hayan sido rechazadas. Algo que figura en el texto de coalición del tripartito alemán y hasta ahora se consideraba una concesión de los verdes para entrar en el gobierno con la que, en teoría, no estaban de acuerdo. En realidad, durante los primeros seis meses del año, se deportó un 27% más de personas en comparación con el mismo período del año anterior, según la respuesta del gobierno a una pregunta parlamentaria del partido La Izquierda (Die Linke). Los solicitantes de asilo rechazados por el sistema no tienen acceso a programas de integración, no pueden trabajar ni formarse, con lo que permanecen en ocasiones incluso años en estado vegetativo en albergues de asilo.
Las declaraciones de Lang han provocado malestar en su propio partido y surgen en un momento en el que el debate sobre la inmigración acapara, en parte, la atención que no se destina a cuestiones como la crisis económica en Alemania resultante de las sanciones impuestas a Rusia. Un tema tabú en la práctica, que solo menciona una parte de la izquierda de Die Linke. Máxime cuando en dos semanas son elecciones en Baviera y en Hessen. Todos se apuntan a golpear al más débil. La Ministra del Interior, de titularidad socialdemócrata, ha propuesto también deportar a miembros de clanes criminales que no hayan sido condenados, algo que solo existe para el caso de miembros de organizaciones consideradas como terroristas. La Ministra, Nancy Faeser, es por casualidad también candidata del SPD en Hessen.
El aumento de la inmigración es innegable debido a la guerra en Ucrania y representa un gran desafío para el país. Sin embargo, el tono del debate en torno a la crisis migratoria, en contraposición al que se vivió en 2015 con los refugiados sirios, roza el acoso. Como ejemplo, el presidente del partido cristianodemócrata CDU, Friedrich Merz, acusó el miércoles en un programa de televisión de Die Welt a los refugiados de aprovecharse del sistema social alemán con unas declaraciones en las que afirmaba que «se ponen los dientes nuevos mientras que a los propios alemanes no les dan cita». Una afirmación que podría haber pronunciado el político de extrema derecha Björn Höcke de Alternativa por Alemania (AfD), a quien un juez dictaminó que se le puede llamar fascista. En lugar de disculparse, esta declaración ha sido respaldada por el secretario general de dicho partido, Carsten Linnemann.
Las Juventudes Verdes se han mostrado indignadas por las declaraciones de Lang. Su presidente, Timon Dzienus, declaraba al Tagesspiegel que “un mayor número de deportaciones y acuerdos cuestionables con estados parcialmente autocráticos” no pueden ser la respuesta a las solicitudes de asilo de personas que huyen de otros lugares. Buena parte de las bases de dicha formación también piensa así. Sin embargo, la evolución del propio partido, surgido del movimiento de protesta contra la guerra de Vietnam y en contra de las centrales nucleares, ha evolucionado a un partido neoliberal con tintes sociales y ha abandonado sus ideales originales. Además, figuras que se han comprometido toda su vida con las causas sociales, como Hans-Christian Ströbele, fallecen o se jubilan.
“Los Verdes dejaron hace tiempo de defender posiciones de izquierdas», explica elperiodista, de formación filósofo, Matthias Rude a Diario Red. En enero, Rude publicó un breve libro de emergencia titulado «Los Verdes: De partido de protesta a actor bélico». El autor de numerosos artículos sobre Die Grünen para revistas y medios de izquierda explica que “los verdes alemanes han dejado de representar posiciones de izquierda desde hace mucho tiempo”. En el pasado eran un partido de izquierda alternativa que se consideraba el brazo parlamentario y la voz de movimiento pacifista, y asegura que “en la década de 1980, incluso buscaban disolver la OTAN y prohibir el comercio de armas”.
Pero a más tardar con la caída del realismo socialista, las fuerzas pro-OTAN prevalecieron. “A los oportunistas verdes como Joschka Fischer desde el establishment político se les insinuó muy temprano que debían desechar su postura anti-OTAN si querían jugar en la liga de los poderosos”, explica Rude. Fischer al final “logró que el partido apoyara las operaciones militares del ejército alemán”. Fue un gobierno federal rojo-verde con Fischer como Ministro de Relaciones Exteriores el que llevó a cabo la primera guerra que partió de suelo alemán después de 1945, en 1999 en Yugoslavia. “Por cierto, una guerra de agresión contraria al derecho internacional”, resalta Rude. Hasta entonces, la consigna antifascista y de izquierdas era «Nunca más fascismo, nunca más guerra». Pero también en ella Fischer defraudó al antifascismo y el antimilitarismo, explica el autor.
Fischer “instrumentalizó el Holocausto y afirmó que las bombas de la OTAN eran necesarias para evitar un «segundo Auschwitz» en Kosovo, una mentira de guerra que funcionó”. Por lo tanto, para Rude, ya en 1999, los Verdes habían completado su transformación hacia un partido procapitalista y proguerra
Fischer “instrumentalizó el Holocausto y afirmó que las bombas de la OTAN eran necesarias para evitar un «segundo Auschwitz» en Kosovo, una mentira de guerra que funcionó”. Por lo tanto, para Rude, ya en 1999, los Verdes habían completado su transformación hacia un partido procapitalista y proguerra. Ese mismo año, los políticos que se autodenominaban la segunda generación de los Verdes enfatizaron en un documento de tesis que estaban diciendo «sí a este sistema». Entre 2005 y 2021, los Verdes ya no formaron parte del gobierno federal. “Sin embargo, quienes observaron de cerca el partido pudieron darse cuenta de lo que ocurriría cuando regresaran al poder: desde los escaños de la oposición, los Verdes criticaron enérgicamente la política militar alemana una y otra vez, ¡como demasiado moderada!”, sigue.
Los verdes serían hoy “más bien la representación constante de la industria armamentística alemana en el Parlamento”. En cuanto a Ucrania, recuerda que la fundación del partido Verde ya se quejaba en 2009 de que el país era demasiado pacifista y «no estaba preparado militarmente» para un conflicto con Rusia, lo que debía cambiar con urgencia. “En 2014, la fundación que lleva el nombre del opositor a las armas nucleares, Heinrich Böll, pidió un «paraguas nuclear» y «armas de destrucción masiva» para Ucrania”. Para Rude el partido lleva mucho tiempo en línea con la OTAN y considera que los verdes alemanes son un ejemplo destacado de lo que el considera una consecuencia de intentar cambiar el sistema a través de la vía parlamentaria. “ La marcha a través de las instituciones termina precisamente allí, en las instituciones”, sentencia.
Es lo mismo que denunciaba la que fuese vicepresidenta del Bundestag alemán y una destacada pacifista, Antje Vollmer, fallecida el pasado marzo, que criticaba a su partido Die Grünen en un texto publicado el mes anterior a su deceso en el diario Berliner Zeitung. En su última gran reflexión, la política alemana lamentaba el resurgimiento de tensiones militares, reminiscentes de la Guerra Fría, con convoyes de tanques occidentales y rusos moviéndose en direcciones opuestas. Para Vollmer esa situación suponía una amenaza existencial y una gran derrota para su lucha política personal de toda la vida. «Mi derrota personal me acompañará en los últimos días”, escribía.
Volmer llamaba en su texto a aprender a superar el odio y a parar la guerra, si es que queremos salvar nuestro planeta, y expresa su desacuerdo con la postura de Alemania en relación con la OTAN y su apoyo militar a Ucrania. En lugar de eso, abogaba por la diplomacia y la ayuda humanitaria. La autora lamenta que Die Grünen hayan abandonado sus raíces pacifistas y ecológicas. “Los Verdes, mi partido, en un momento tuvieron todas las llaves para un verdadero nuevo orden y un mundo más justo”. Ella cree que el hecho de que el partido se opusiera al orden soviético, pero también al occidental consumista y capitalista le colocaba en una posición privilegiada para poder avanzar hacia el futuro.
Es por ello que el movimiento pacifista y ecologista en Alemania está dividido y acusa en parte a Die Grüne de ser ellos mismos parte del problema. Desde que Rusia invadió Ucrania en 2022, el partido ha sido el primero en pedir cada vez armas más pesadas para apoyar a Ucrania y, según las encuestas, sus votantes son aquellos que ven con mejores ojos estos peligrosos envíos e incluso estarían dispuestos a luchar en mayor porcentaje. El SPD y el canciller Olaf Scholz han terminado siempre aceptando el riesgo de una guerra mundial, aunque han dudado en voz alta y hablado en más de una ocasión de una posible estrategia de seguridad europea independiente de los Estados Unidos. Por su parte, el tercer socio de la coalición de gobierno, el partido liberal FDP, se ha mostrado molesto por la política estadounidense de subvenciones a la industria, que unida al gas licuado que ahora venden a Europa en grandes cantidades, ha reflotado su economía, mientras aquí la industria se encuentra en serias dificultades.
Y es que, al intentar salvar a Ucrania, los verdes han llegado a aceptar no solo el desastre ecológico que supone la guerra, sino también la reapertura de centrales de carbón para sustituir el gas ruso. El Ministerio competente es el de energía y está dirigido por un político verde, Robert Habeck, que ha firmado acuerdos para traer gas producido mediante una técnica más perjudicial para el medio ambiente, el fracking. No es de extrañar que las encuestas castiguen a Los Verdes y, si continúan por ese camino, después de su paso por el gobierno, vuelvan a desaparecer como en los 90. Tanto el movimiento pacifista como la política energética en relación a Die Grüne son temas complejos que merecen una reflexión detenida.