Fundado por nostálgicos del nazismo e incluso combatientes de las SS, la extrema derecha de la dinastía Le Pen ha crecido de manera constante gracias a una estrategia de transformación y “desdiabolización”, aunque sus bases ideológicas no han cambiado.
El partido de extrema derecha de Marine Le Pen ha pasado de ser una formación marginal fundada y apoyada por colaboracionistas nazis y fascistas a ser la formación política más votada de Francia. En las elecciones del 7 de julio, el Nuevo Frente Popular consiguió frenar en escaños al partido ultra, pero no así en votos. Tras décadas de ascenso, por primera vez en su historia, Agrupación Nacional (AN) ha conseguido ganar en voto popular unas elecciones legislativas a nivel nacional en primera y segunda vuelta.
Nació con el nombre de Frente Nacional a raíz de una reunión privada en 1972, a iniciativa principalmente de la organización neofascista Orden Nuevo para crear una estructura política que por fin uniese los diferentes grupúsculos de la extrema derecha. Jean-Marie Le Pen asumió la presidencia del nuevo partido y, durante sus primeros diez años de vida, fue prácticamente una formación absolutamente desconocida para la sociedad francesa.
De las SS al Frente Nacional
Le Pen entonces tenía una sociedad de venta de discursos y cánticos militares que en 1968 ya había sido condenada por “apología de crímenes de guerra” al publicar un disco de canciones del Tercer Reich con la portada de Adolf Hitler y alabanzas a su figura. Su amigo Léon Gaultier, que fundó la empresa con él y que en 1944 había dirigido una unidad francesa de las Waffen-SS nazi, también fue uno de los fundadores del partido. Otro de los pioneros de la formación y primer tesorero, Pierre Bousquet, también combatió con las SS y fue condenado en Francia por colaboracionista.
En las elecciones presidenciales de 1974, Le Pen solo consiguió un 0,8% de los votos y en las siguientes, en 1981, ni siquiera pudo recibir las 500 firmas necesarias de cargos electos para presentarse. La primera victoria y punto de inflexión se dio en las elecciones municipales de la pequeña ciudad de Dreux, donde el partido formó una polémica alianza con la derecha tradicional en la segunda vuelta y consiguió la vicealcaldía. Sólo un año después, en 1984, la formación de extrema derecha obtuvo un histórico 10,9% en las elecciones europeas.
Tras sus primeros éxitos electorales en la década de los 80, “[François] Mitterrand, el presidente socialista del momento, se dio cuenta de que podía utilizar el Frente Nacional contra la derecha tradicional”, explica Sylvain Crépon, profesor e investigador que lleva estudiando el partido desde los años 90. “Dio eco al Frente Nacional, permitiendo que Jean-Marie Le Pen fuera invitado en 1987 a la principal cadena pública para un programa de debate. Por un lado permitió a Le Pen ganar reputación y, paralelamente, empezó a demonizar al Frente Nacional”, dice Crépon. “También promovió una reforma electoral para contener el auge de la derecha” que acabó beneficiando enormemente a los ultras.
Le Pen aprovechó muy bien esos nuevos espacios mediáticos y se benefició de la reforma electoral para convertir los comicios legislativos en proporcionales, lo que le permitió hacerse con 35 escaños históricos (dos años después, Francia volvió al sistema tradicional y Le Pen sólo consiguió un diputado). A finales de los 80, durante la cohabitación entre Jacques Chirac (primer ministro conservador) y François Mitterrand (presidente socialista), el primero puso en marcha el famoso “cordón sanitario” ordenando a sus diputados no hablar con los de la extrema derecha.
“Le Pen estaba más allá de los límites y el espectro republicano. Estábamos en los 80 y me acuerdo muy bien que todavía había gente en el partido que habían sido colaboracionistas durante la Segunda Guerra Mundial”, cuenta Jean-Yves Camus, director del Observatoire des radicalités politiques. “Hablaban abiertamente de lo que habían hecho antes de la guerra. Sabíamos que habían sido encarcelados y después amnistiados, y esto no era aceptable para muchos”.
Frente al 0,2% de las legislativas de 1981, en 1986, el Frente Nacional consiguió un 9,7% y en las presidenciales de 1988, un 14,4%. El crecimiento es lento, pero constante. En 1995, Jean-Marie Le Pen consigue un 15% y en 2002 da el sorpresón con un 16,9%, metiéndose en la segunda vuelta contra Jacques Chirac.
El Frente Nacional de los 80 y los 90 es el de la “preferencia nacional” y el de “un millón de desempleados es un millón de inmigrantes de más”. Le Pen describía las cámaras de gas nazis como “un detalle” histórico del conflicto y ni siquiera escondía su racismo: “Creo en la desigualdad de razas. Es evidente y la historia lo demuestra. Las distintas razas no tienen las mismas capacidades ni el mismo nivel de evolución histórica”. En 1990 incluso definía el apartheid todavía vigente en ese momento en Sudáfrica como “una utopía” de desarrollo separado de sociedades y decía abiertamente que no se sentía “ni conmovido ni encantado” por la liberación de Nelson Mandela.
Tras abandonar el experimento de la reforma electoral, el máximo logro del Frente Nacional en el Parlamento francés entre 1988 y 2012 fue conseguir dos diputados. Sin embargo, el complejo sistema ocultaba a simple vista un crecimiento lento y sostenido del voto popular. Pese a todo, los excesos y la polémica figura de Jean-Marie Le Pen parecían condenar al partido a un techo como formación rebelde, pero paria.
“Con nuestro sistema sin representación proporcional, el Frente Nacional estaba condenado a tener entre 5 y 10 escaños. Si quieres tener grupo propio, necesitas 15 y eso significa tiempo limitado para hablar y capacidad limitada para proponer legislación”, dice Camus. “Pensábamos que era el precio a pagar, pero no era un gran problema”.
Marine Le Pen y la “desdiabolización”
Marine Le Pen, hija de Jean-Marie, toma la presidencia del partido en 2011 y es consciente, desde el primer momento, de la necesidad de poner en marcha una limpieza de cara para poder seguir creciendo como en las décadas anteriores. “En ese momento era muy fácil parecer más moderado que su padre. No tenía que hacer gran cosa”, afirma Camus. “Apartó a los más destacados neofascistas, dejó de hablar de la Segunda Guerra Mundial, intentó suavizar el tono…”.
Le Pen padre no estaba muy cómodo con aquel cambio: “La polémica es buena para el movimiento. No entiendo este afán por parecer buenos, aseados y correctos”, decía en una entrevista en 2015 recogida por Guillermo Fernández-Vázquez en su libro ‘Qué hacer con la extrema derecha en Europa: el caso del Frente Nacional’.
Jean-Marie acabó expulsado por su propia hija del partido que él mismo fundó por repetir que el Holocausto era sólo “un detalle de la historia”. Un año antes había dicho que “el señor Ébola puede acabar con el problema de la inmigración en tres meses”. La transformación culminó en 2018 con el cambio de nombre del partido: Agrupación Nacional.
A pesar de todo, los expertos coinciden: el partido bajo Marine Le Pen sigue siendo de extrema derecha. “Su ideología se basa en la defensa de la identidad y la fobia a la mezcla con gente de orígenes diferentes”, dice Crépon. “La estrategia ha cambiado, pero las bases de la ideología no lo han hecho”. Camus coincide: “En políticas de orden y seguridad e inmigración, la línea es la misma. Sólo ha cambiado la forma en la que las presentan”. Antes, la extrema derecha hablaba de la noción biológica de raza y ahora lo han cambiado por la noción antropológica de cultura. “Han pasado de la superioridad a la necesidad de preservar la cultura y la sociedad”, explica Crépon.
“Le Pen inspiró su programa y su ideología en la experiencia de Países Bajos con Geert Wilders, que fue el primero en combinar la xenofobia y la defensa de ideas liberales como los derechos de las mujeres o de la comunidad LGTB, pero siempre frente a los musulmanes. Fue muy eficiente”, añade el experto. Tras 20 años investigando el partido, Crépon por primera vez se encontraba gente en el partido que decía ser feminista o gay. Atrás quedaba la homofobia declarada de Jean-Marie: “Los homosexuales son como la sal en la sopa, si no hay nada queda un poco sosa, pero si hay demasiada resulta imbebible”.
“También pretenden defender la laicidad, cuando su padre abogaba por los vínculos entre el Estado y la Iglesia. Pero es una laicidad sólo contra los musulmanes, no como concepto universal”, detalla Crépon. El investigador explica que el partido ultra sigue una doble estrategia: “Por un lado de diabolización y, por otro, la desdiabolización. Si se vuelve demasiado radical, será muy marginal, pero si no es lo suficientemente radical, se convierte en un partido político común”. “Hay expertos que han analizado todos los discursos del partido y todavía hoy están llenos de referencias a la extrema derecha”, explica.
“La victoria sólo se retrasa”
En 2017 llegó el primer aviso de la efectividad de la estrategia de Marine Le Pen, que pasó a la segunda vuelta de las presidenciales con un 21,3% en la primera votación y alcanzó seis diputados en la Asamblea. Luego, en 2022, dio el gran salto, pasando de 6 a 89 escaños y de un 18,7% a un 33,2% de voto. En las presidenciales siguió creciendo y volvió a pasar a segunda vuelta contra Emmanuel Macron. La impopularidad de algunas políticas de Macron y su actitud favorecieron ese crecimiento. Mientras tanto, decenas de figuras de la derecha tradicional francesa ya se habían pasado al grupo ultra.
Hoy, con un 33,2% de apoyo, AN ha experimentado un crecimiento brutal en prácticamente todos los sectores sociales. Marine Le Pen ha conseguido hacer que las ideas de extrema derecha sean mainstream. Según los sondeos realizados por el instituto demoscópico Ipsos, un 57% de los votantes de clase obrera han apoyado al partido en las últimas elecciones (12 puntos más que en 2022), pero entre la franja superior de ingresos se ha duplicado, pasando de un apoyo del 15% al 32%. En el caso de los jubilados también crece exponencialmente (del 12% al 31%) e incluso en las grandes ciudades, donde pasa de un 13% a un 28%.
Crépon culpa a la izquierda de ese apoyo del que goza AN entre la clase trabajadora. “En los partidos de izquierdas a nadie le importa la clase trabajadora. Están alejados de ellos y esa es una de las causas del crecimiento de Agrupación Nacional”. Aun así, explica que los votantes que han pasado de la izquierda a AN “son una minoría”. “Tradicionalmente, entre el 25% y el 33% de la clase trabajadora en Francia ha votado a la derecha y hoy votan al [antiguo] Frente Nacional”.
A pesar de la decepción de no haber obtenido la mayoría esperada en la Asamblea, Crépon está convencido de que los ultras no querían gobernar. “Sabían que no estaban preparados. Ahora tienen más diputados asentados en los territorios, mucho más dinero y tres años para preparar las próximas elecciones”. 2027 es la verdadera batalla por la Presidencia.
Hasta ahora, el “cordón sanitario” ha funcionado, pero ha mostrado señales de debilitamiento elección tras elección. A la larga, coinciden los expertos, es una estrategia que les acaba favoreciendo. “Les da un estatus muy específico de parias en el espectro político y mandan el mensaje de que una mafia de políticos se opone a ellos, y no le dejan aplicar sus políticas. Dicen que no es por su ideología, sino porque quieren mantener el poder en sus manos y no compartirlo”, cuenta Camus.
En palabras de Marine Le Pen, poco después de conocer los resultados: “Nuestra victoria sólo se retrasa. La marea continúa subiendo, aunque no lo haya hecho lo suficiente esta vez”.